Menudo aburrimiento de puente. Cualquiera pensaría que estoy loco por decir semejantes palabras, cuando un puente es el mayor anhelo de cualquier estudiante con dos dedos de frente. Y por supuesto que creo eso, pero es que estos días se me están haciendo eternos y pesadísimos. Estamos a domingo y aún me queda un día de vacaciones, de poder hacer lo que me venga en gana, pero en realidad estoy deseando que llegue el martes, poder ver de nuevo a los compañeros de la Facultad y, en definitiva, volver a la rutina. La culpa de que este puente de diciembre me esté resultando interminable, no es mía, sino del resto del mundo: mis padres se han marchado a nuestra casa de campo, a la cual yo no quise ir, con la intención de montar una pedazo de fiesta en el piso, pero terrible error, ya que todos mis amigos tienen exámenes hasta Navidad y se han quedado encerrados en casa. En un principio me molestó que todo el mundo pasara de mí, pero entonces pensé que era el fin de semana ideal para culturizarme un poco; mi idea era leer algún libro que tuviese olvidado, pero buscando por todos los rincones de mi casa, no encontré nada de interés que no hubiera leído ya, ni tan siquiera revistas o algún libro de recetas. Además, el sábado se fue la luz, por lo que no pude ver la televisión, jugar a la videoconsola o “trastear” con mi ordenador, y al ser día festivo, el cine del pueblo estaba cerrado. Para más inri, mis padres se han llevado el coche y no puedo ir a ningún sitio, sin que la nieve me cubra casi hasta el pecho, porque la semana pasada estuvo nevando sin parar.
No tengo nada que hacer, sólo tumbarme en la cama mientras observo el techo, sin pensar. Incluso me gustaría tener algo que estudiar o algún trabajo que hacer para clase, pero ni por esas, y si alguien se plantea que le gustaría tener que estudiar, es que realmente está aburrido... o loco. Pero menos mal, oigo un chasquido y el vídeo se enciende: ha vuelto la luz. Enciendo el televisor, pero me doy cuenta de que la mayoría de los canales están en negro o muestran el típico mensaje de “Debido a un fallo técnico, no podemos ofrecerles la programación habitual...” y bla, bla, bla. Pero sí que hay un canal internacional de noticias, cuyas imágenes me sobresaltan. Parece ser que en un hospital de Francia, un grupo de pacientes han atacado al personal del centro y al resto de enfermos, lo que ha provocado que el lugar permanezca en cuarentena hasta que se sepa qué ha sucedido. Pero lo que más me enerva del asunto son unas imágenes, grabadas por un videoaficionado, que emiten justo después, en las que un hombre, que permanece encerrado en el interior de su coche, en un atasco, filma cómo varios hombres y mujeres con la cara ensangrentada y pegando gritos, se abalanzan sobre el vehículo, mientras el hijo del que graba llora desconsoladamente; al final, logran romper la luna del coche y entran dentro, en el momento en que la cámara deja de grabar. Parece algo casi de película, pero el presentador del informativo hace hincapié en que los documentos son reales.
Pese a la impresión que me he llevado, soy bastante escéptico ante lo que he visto. Apago la televisión, me visto y me dispongo a bajar para comprar la comida. Mientras bajo las escaleras, oigo cómo los vecinos de abajo se pelean, lo cual no es ninguna novedad; mas esta vez parece más violento, incluso escucho cómo algo se rompe dentro del piso. Pero siempre se les pasa el enfado y la reconciliación acaba siendo mucho más escandalosa.
Cuando ya estoy en la calle, hay algo que realmente me inquieta, y es que a pesar de la cantidad de nieve que cubre el suelo, no hay ni un solo niño jugando. Al pasar por la plaza, tampoco veo a nadie, y cuando entro en la tienda de mi barrio, que siempre está llena, me sorprendo al comprobar que no se oye a ningún vecino. Tomo una bandeja de filetes de lomo, fruta y algo de beber, me acerco al mostrador y, para mi sopresa, tampoco veo al dependiente. Sin embargo, percibo un sonido extraño que proviene de la trastienda. Como nadie responde a mis llamadas, abro la puerta. Es entonces cuando veo al dependiente, que se encuentra tirado en el suelo, con un disparo de bala en la sien, que parece haber hecho él mismo, pues la pistola permanece en su mano. Hay sangre por todas partes, es una situación horrible.
Al salir de la trastienda, compruebo que en el establecimiento hay alguien. Se trata de un ser como los que acabo de ver por la tele, el cual camina lenta y torpemente. Tiene el rostro quemado y avanza completamente desnudo. Se acerca hacia donde yo estoy; cuando quiero darme cuenta, casi puede tocarme, así que empiezo a correr hasta llegar a la calle.
Debería ir a la comisaría de policía, pero está demasiado lejos; prefiero llegar a casa, que se me pase el susto y llamar a la policía, más sosegado, aunque no sé si creerán lo que acaba de ocurrirme.
Subiendo las escaleras de mi casa, sigo oyendo ruidos sospechosos a través de la puerta de mis vecinos. Está entreabierta y hago algo que no debería; entro en el lugar, camino un poco hasta llegar a la cocina, y allí veo algo que jamás se borrará de mi cabeza: mi vecino, con la apariencia de esos horrorosos seres, está agachado en el suelo, comiéndose los restos de su esposa muerta. Él se percata de mi presencia, gracias a su olfato, por lo que empieza a perseguirme. Éste es más rápido que el de la tienda, así que cuando salgo, cierro de un portazo y “vuelo” hasta mi casa.
Un vez dentro, echo la llave y cierro todos los pestillos posibles. ¡Pero qué está sucediendo! Unos golpes llaman a mi puerta; por la mirilla veo que es el vecino, que no para de emitir unos gruñidos muy desagradables. Pongo la radio, donde un locutor dice algo sobre un ataque de muertos vivientes, pero la señal se corta; enciendo el televisor, sólo hay un canal en activo, en el que se ve a un cámara y a una periodista corriendo por las calles de alguna ciudad, mientras ella grita que les persiguen. Llamo por el móvil a mis padres, pero la línea comunica.
Desde el exterior vienen unos gritos. Me asomo al balcón y veo que las calles ya no están desiertas. Multitud de seres se acercan con lentitud hacia mi casa. No sé por qué, pero esto me recuerda a alguna peli de zombies. ¿Qué hago yo ahora? En Estados Unidos sí que son previsores, que en cada casa guardan un arma para ocasiones como ésta.
No tengo nada que hacer, sólo tumbarme en la cama mientras observo el techo, sin pensar. Incluso me gustaría tener algo que estudiar o algún trabajo que hacer para clase, pero ni por esas, y si alguien se plantea que le gustaría tener que estudiar, es que realmente está aburrido... o loco. Pero menos mal, oigo un chasquido y el vídeo se enciende: ha vuelto la luz. Enciendo el televisor, pero me doy cuenta de que la mayoría de los canales están en negro o muestran el típico mensaje de “Debido a un fallo técnico, no podemos ofrecerles la programación habitual...” y bla, bla, bla. Pero sí que hay un canal internacional de noticias, cuyas imágenes me sobresaltan. Parece ser que en un hospital de Francia, un grupo de pacientes han atacado al personal del centro y al resto de enfermos, lo que ha provocado que el lugar permanezca en cuarentena hasta que se sepa qué ha sucedido. Pero lo que más me enerva del asunto son unas imágenes, grabadas por un videoaficionado, que emiten justo después, en las que un hombre, que permanece encerrado en el interior de su coche, en un atasco, filma cómo varios hombres y mujeres con la cara ensangrentada y pegando gritos, se abalanzan sobre el vehículo, mientras el hijo del que graba llora desconsoladamente; al final, logran romper la luna del coche y entran dentro, en el momento en que la cámara deja de grabar. Parece algo casi de película, pero el presentador del informativo hace hincapié en que los documentos son reales.
Pese a la impresión que me he llevado, soy bastante escéptico ante lo que he visto. Apago la televisión, me visto y me dispongo a bajar para comprar la comida. Mientras bajo las escaleras, oigo cómo los vecinos de abajo se pelean, lo cual no es ninguna novedad; mas esta vez parece más violento, incluso escucho cómo algo se rompe dentro del piso. Pero siempre se les pasa el enfado y la reconciliación acaba siendo mucho más escandalosa.
Cuando ya estoy en la calle, hay algo que realmente me inquieta, y es que a pesar de la cantidad de nieve que cubre el suelo, no hay ni un solo niño jugando. Al pasar por la plaza, tampoco veo a nadie, y cuando entro en la tienda de mi barrio, que siempre está llena, me sorprendo al comprobar que no se oye a ningún vecino. Tomo una bandeja de filetes de lomo, fruta y algo de beber, me acerco al mostrador y, para mi sopresa, tampoco veo al dependiente. Sin embargo, percibo un sonido extraño que proviene de la trastienda. Como nadie responde a mis llamadas, abro la puerta. Es entonces cuando veo al dependiente, que se encuentra tirado en el suelo, con un disparo de bala en la sien, que parece haber hecho él mismo, pues la pistola permanece en su mano. Hay sangre por todas partes, es una situación horrible.
Al salir de la trastienda, compruebo que en el establecimiento hay alguien. Se trata de un ser como los que acabo de ver por la tele, el cual camina lenta y torpemente. Tiene el rostro quemado y avanza completamente desnudo. Se acerca hacia donde yo estoy; cuando quiero darme cuenta, casi puede tocarme, así que empiezo a correr hasta llegar a la calle.
Debería ir a la comisaría de policía, pero está demasiado lejos; prefiero llegar a casa, que se me pase el susto y llamar a la policía, más sosegado, aunque no sé si creerán lo que acaba de ocurrirme.
Subiendo las escaleras de mi casa, sigo oyendo ruidos sospechosos a través de la puerta de mis vecinos. Está entreabierta y hago algo que no debería; entro en el lugar, camino un poco hasta llegar a la cocina, y allí veo algo que jamás se borrará de mi cabeza: mi vecino, con la apariencia de esos horrorosos seres, está agachado en el suelo, comiéndose los restos de su esposa muerta. Él se percata de mi presencia, gracias a su olfato, por lo que empieza a perseguirme. Éste es más rápido que el de la tienda, así que cuando salgo, cierro de un portazo y “vuelo” hasta mi casa.
Un vez dentro, echo la llave y cierro todos los pestillos posibles. ¡Pero qué está sucediendo! Unos golpes llaman a mi puerta; por la mirilla veo que es el vecino, que no para de emitir unos gruñidos muy desagradables. Pongo la radio, donde un locutor dice algo sobre un ataque de muertos vivientes, pero la señal se corta; enciendo el televisor, sólo hay un canal en activo, en el que se ve a un cámara y a una periodista corriendo por las calles de alguna ciudad, mientras ella grita que les persiguen. Llamo por el móvil a mis padres, pero la línea comunica.
Desde el exterior vienen unos gritos. Me asomo al balcón y veo que las calles ya no están desiertas. Multitud de seres se acercan con lentitud hacia mi casa. No sé por qué, pero esto me recuerda a alguna peli de zombies. ¿Qué hago yo ahora? En Estados Unidos sí que son previsores, que en cada casa guardan un arma para ocasiones como ésta.
Continuará...
Mario Parra Barba (Miguelturra, Ciudad Real)
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