sábado, 30 de enero de 2010

Capacidad de abstracción

Piensa en un color, escoge, por ejemplo el rojo, las otras tonalidades se escapan, se empañan, se mezclan, desaparecen y deja que la imaginación haga el resto.

No te despistes, no es rosa, ni naranja, ni siquiera el magenta entra en el juego; es el color de la sangre, de la pasión y del comunismo.

El Rojo de la vieja furgoneta de papá, cuando papá y mamá aún estaban juntos y pasabais los fines de semana riendo, comiendo frutos secos y recorriendo el país en el destartalado furgón grana y aún erais felices.

Es sencillo, la realidad se transforma, dejas de ser tú para convertirte en un gran charco de vino borgoña, en una señal de stop, en un brazalete nazi.

Tu cerebro comienza a llenarse de latas de coca cola, de coches de bomberos atestados de extintores usados y cangrejos despistados, de labios intensos y carnosos que te gustaría besar y de ese esmalte de uñas de la vecina del quinto ¿cuál era su nombre? ahora lo recuerdas, se llama Laura, pero no consigues acordarte de su rostro porque la visión de Marte se te cuela en el cerebro. Así piensas que la vida se resume a un matiz, la vida, iluminada con las intensas luces de neón carmesí del club El Volcán Rojo, número 40 de la antigua carretera de Burgos, tan cerca del pueblo, está reducida en una tomadura de pelo escarlata.

Al cabo de varios minutos, o quizás horas, estás al borde de la enajenación, intentas poner la mente en blanco pero los tonos te juegan una mala pasada, despistado, y casi por inercia, entras en la frutería de la esquina, y de repente en un solo instante, es como si ya no existiese el rojo. Sales de allí recuperado, con una compra de dos kilos de verdura, pero al llegar a casa y entrar en la cocina te sorprende la ausencia de tomates, cerezas y fresas, en tu bolsa de plástico solamente hallas una lechuga, tres pimientos y dos calabacines de un triste tono verde oliva.

Cristina Salán (Barcelona)

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