jueves, 17 de diciembre de 2009

Egocentrismo

No os lo vais a creer, pero hoy he vivido uno de los días más extraños de toda mi vida. Parece cosa de pesadilla, pero no he parado de pellizcarme desde esta mañana, hasta hacerme realmente daño, y no he logrado despertarme. Lo que vais a leer, es una historia digna del mejor relato de Stephen King o de la película más surrealista de Buñuel.

Cuando me he levantado, todo parecía normal; un día más de mi cómoda existencia: me he duchado, me he vestido y, cuando iba a llamar a Toni y Joseba, mis compañeros de piso, a los que siempre me toca arrastrar de la cama, he visto que ya se habían marchado. Lo nunca visto, pues ellos entran a clase más tarde que yo. Pero tampoco le he dado más vueltas al asunto; lo que sí me ha extrañado, es que se habían comido mis cereales favoritos para desayunar, y eso que a ellos no les gustan. Esa ha sido la gota que ha colmado el vaso.

He bajado a la tienda de mi calle a comprar otra caja de cereales, ya que sin mi dosis matinal, no soy persona. Pero he aquí la sorpresa que me he llevado, al descubrir que el dueño de la tienda ¡era igual que yo! Tenía mi misma cara, mi pelo, mi cuerpo, hacía los gestos que suelo hacer yo... ¡hasta tenía una voz idéntica a la mía! Cuando se me ha acercado y me ha preguntado qué quería, he salido por patas del local. ¿Qué estaba pasando? ¿Serían imaginaciones mías? ¿Había tomado algo del chino en mal estado? Entonces, me he percatado de que no estaba loco: toda la gente a mi alrededor era igual que yo. Eso sí, cada uno vestía de forma diferente, pero a todos les quedaba bien la ropa. Pero ojo, que ninguno se extrañaba por la situación; cada uno iba a lo suyo, como si tal cosa. Cuando me he acercado a mí, digo... a un señor que pasaba por la calle, y le he preguntado si no se daba cuenta de que éramos como dos gotas de agua, él me ha respondido con un poético ¡venga ya! y ha seguido su camino.

Como no sabía muy bien qué hacer, he ido a clase, para seguir con mi rutina, pensando que todo sería una cruel broma. Y nada, al entrar al aula, he comprobado que el profesor era como yo, que los alumnos eran como yo y que hasta los apuntes eran como los míos. He salido pitando de la Facultad. Mas entonces he pensado: si todo el mundo es como yo y yo soy como el resto, eso significa que a todo el mundo le gustan las cosas que a mí, algo que me ha alegrado mucho... al principio.

He ido al cine y todas las películas tenían una pinta interesantísima, pero claro, las salas estaban repletas, y verme actuando no me ha gustado demasiado, no tengo ni idea de interpretación. Entonces me he dispuesto a comprar entradas para ver en concierto a mi grupo favorito: por desgracia, estaba todo vendido. Me he acercado a una tienda de ropa, ya que me hacía falta una camiseta, pero todos los modelos que me gustaban estaban agotados; allí sólo quedaba ropa vieja. Pero lo que realmente me ha “reventado”, ha sido el momento en el que he querido comprobar cómo eran las mujeres en este “universo paralelo”, y claro, todas eran como yo, pero con pelo largo y mejores curvas, cosa que me ha provocado una sensación entre morbosa y violenta; eso sí, aunque eran iguales que yo, me costaba ligar tanto o más que antes, y encima tenían mi misma voz, quitándoles todo el encanto femenino.

Esto no podía seguir así, la gente me tenía que dejar en paz, les tenían que gustar otras cosas, no sólo las mías. Muy decidido, he ido a la comisaría de policía para contar lo sucedido, y al terminar mi relato, los agentes se han echado a reír y me han esposado. La verdad es que eran, bueno... soy bastante escéptico.

Ahora estoy encerrado con camisa de fuerza en un manicomio. Lo bueno es que los cocineros siempre me van a preparar comidas que me gusten. Eso sí, en este momento preferiría ser cualquier otra persona menos yo.

Mario Parra Barba (Miguelturra, Ciudad Real)

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