jueves, 17 de diciembre de 2009

Un día extraño

Hoy ha sido un día muy extraño.

Cuando me he despertado esta mañana para ir a la Facultad, mis padres ya no estaban en casa. Lo raro del asunto es que mi madre no trabaja, y mi padre entra a la oficina horas después de que yo me haya ido a clase. Además, ni siquiera han dejado una nota diciendo dónde están. Luego mi madre se quejará si no le pongo una nota en el frigorífico, en la que esté escrito dónde estoy, con quién y a qué hora pienso regresar a casa. Tampoco me ha preparado nada para desayunar, y mi madre es de las que repiten varias veces al día, lo de la comida más importante y demás.

Parece ser que los vecinos tampoco estaban en su casa, ya que tienen cinco niños pequeños y no se oía nada, con el jaleo que montan cada mañana y que me sirve de buen despertador.

Mi padre se ha dejado el coche en el garaje, así que no tengo ni idea de adónde habrá tenido que ir andando, pues vivimos a las afueras de la ciudad. Lo bueno es que así me he ahorrado el esfuerzo de ir a la Facultad en bicicleta. Otro hecho muy raro es que, mientras por mi barrio no había nadie por las calles, al ir conduciendo por el centro de la ciudad, he visto a multitud de personas caminando en fila, muy rectos, sin hablar entre ellos y sin desviarse de su camino, todos en la misma dirección. Pero tampoco le he concedido especial importancia y he seguido con el coche hasta el aparcamiento de la Universidad.

Ya dentro de mi Facultad, menuda sorpresa me he llevado al llegar al aula y comprobar que estaba cerrada, con un cartel en la puerta, que decía algo de que se habían suspendido las clases de la mañana, porque los alumnos nos teníamos que pasar por la enfermería del edificio, para una inspección. Me he dirigido hasta allí, pero algo me ha hecho pasar de la revisión médica y volver a casa: mis compañeros estaban esperando su turno en la puerta de la enfermería, alegres y charlando, pero cuando salían de la habitación, su semblante era serio y no decían ni pío. Antes de llegar a casa, he decidido pasarme a ver a mi novia, pero nadie me abría la puerta. Así que he saltado la valla de su jardín, donde he visto un grupo de lo que parecían ser vainas, al lado de las cuales yacía desnudo el padre de mi chica, cubierto por un líquido viscoso. Me he ido, pensando que estaría durmiendo, y también porque no quería que me viese colándome en su jardín.

En una parada de semáforo, un hombre mayor se ha lanzado sobre el capó del coche, gritando que ya estaban aquí, varias veces. Vaya susto me he pegado. Acto seguido, una multitud de gente ha comenzado a perseguirle por una calle. Yo he salido del coche, he ido a mirar lo que ocurría y me he encontrado con mi tío Donald. Al ir a saludarle, él se ha percatado de mi presencia, ha alzado su brazo derecho para señalarme y se ha puesto a chillar enfurecido. Lo dicho; hasta ahora, este día está siendo de lo más extraño.

Mario Parra Barba (Miguelturra, Ciudad Real)

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