lunes, 1 de febrero de 2010

Génesis

Después de mucho tiempo pensándolo, por fin estaba decidido a hacerlo. Subió las escaleras corriendo y salió a la azotea del edificio en el que trabajaba, en pleno centro de Madrid. A duras penas se ajustó las gafas y sacó un cigarro de un paquete arrugado. Temblando de nervios se lo llevó a la boca y lo encendió como pudo. No estaba siendo un buen día para él. Ni un buen mes. Ni un buen año.

Con el cigarro en la boca, deambulaba de una punta a otra de la terraza del edificio, mirando al suelo, siempre al suelo, ajustándose una y otra vez las enormes gafas. Se despeinaba constantemente mientras pensaba si realmente tendría huevos a hacerlo o no. Hacía tiempo que la depresión le había llevado a un estado de tristeza y desesperación permanente. “Ya está bien”, pensó. “Lo voy a hacer”.

Soltó el cigarro y con lágrimas en los ojos se subió al borde de la terraza decidido a tirarse. No quería mirar hacia abajo, siempre había tenido un vértigo atroz. Pensó que lo mejor sería hacerlo con los ojos cerrados, para no ver la distancia que le separaba del suelo. Así estuvo unos segundos, jadeando de nerviosismo y sin atreverse a abrir los ojos. Finalmente, decidió que debía echar un vistazo antes, más que nada por ver contra qué iba a impactar tras su caída.

Cuando abrió los ojos y miró hacia abajo, comprobó sin tiempo de reacción que sus gigantescas gafas se precipitaban en el vacío. “¡Joder, las gafas!”. Tras unos segundos de vuelo, las gafas se estrellaron contra el capó de un viejo taxi. El conductor bajó del coche soltando sapos por la boca, como buen taxista.

Desde el borde de la azotea, ya sin gafas, no podía ver bien lo que estaba pasando, pero los alaridos que venían de abajo eran información suficiente para él. En aquella absurda situación, no pudo evitar echarse a reir. Tanto, que decidió bajarse del bordillo, no fuera a caerse.

Hacía años que no reía así. “Las putas gafas”, se decía a sí mismo una y otra vez entre carcajada y carcajada.
Agotado por la risa, se echó en el suelo de la terraza a descansar y fumó el último cigarro de su paquete antes de volver al trabajo. Allí tumbado, mirando al cielo.

Roberto Osa López (Madrid)

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