lunes, 1 de febrero de 2010

La ventana y ella

Estaba asomada a la ventana, no sabía que hacer, no sabía que pensar, sólo podía mirar como la lluvia caía, como las gotas se deslizaban por su ventana. Sentía una gran tristeza que poco a poco iba en aumento. Parecía como si la lluvia provocara ese sentimiento que la estaba consumiendo poco a poco. Y quizás por ese motivo no se movió y permaneció desafiante ante la ventana. Desafiante ante ese sentimiento y desafiante ante el mundo.

Todo podía cambiar y ella lo sabía pero por algún motivo no podía hacer nada. No se atrevió a mover ni a cambiar nada. Su vida no era perfecta pero ¿por qué arriesgarse a cambiarla? La lluvia seguía cayendo y parecía como sino fuera a parar nunca. Ese pensamiento la ahogaba porque de una forma u otra, ella sabía que sus emociones estaban conectadas de algún modo con esas gotas de agua. Y aunque se encontraba con la suficiente fuerza como para desafiarla le asustaba que ella pudiera acabar con esas diminutas gotas.

Su final, aunque no pensara que era muy alentador, no podía ser como ese. No quería quedar convertida en un millón de fragmentos rotos y esparcidos por el suelo. No podría aguantarlo. No podía soportar saber y ver en qué se había convertido. Pero permaneció inmóvil, delante de aquella fría ventana, mirando y esperando al destino, con la única esperanza de un final mejor.

Pero no se movió, no cambió, no reaccionó y quizás fue esto lo que la sentenció. No todo está en manos del destino, no todo está escrito y no se le puede dejar todo a la suerte. Y ella no quiso actuar, y ella no quiso implicarse en la vida. Permaneció delante de la lluvia, maldiciéndola por lo que representaba, pero sin querer hacer nada para cambiarlo.

Y la lluvia siguió, y la tristeza aumentó. Y su alma se desamparó. Y las gotas de agua la inundaron y se apoderaron de ella. Y las diminutas gotas se deslizaron por su cara y por primera vez, compartió su tristeza con la lluvia y la lluvia compartió su tristeza con ella. Al rato, la lluvia se cansó de esa tristeza y desapareció, dejándola sola con su dolor. Pero agradeció que se fuera y le otorgó sus lágrimas prometiendo que no las demarraría si ella no estaba delante.




CMC
Y por fin cuando dejó de contemplar su final, consiguió moverse y desafiar al mundo de otra manera. Y por fin se alejó de aquella ventana que le había hecho tanto daño. Pero no sabía que hacer, no sabía que pensar, no sabía cual era su deber, no sabía nada de nada. Y al darse cuenta de su ignorancia, sonrió por primera vez.

¿Cuánto tiempo se había tirado contemplando aquel horror? ¿Cuánto tiempo desperdiciado? Sólo cuando bajó las escaleras pudo entender que aquellos momentos en la ventana –que a ella le habían parecido interminables- habían sido en realidad unos minutos insignificantes para el mundo, pero no para ella. Todo tenía sentido o al menos más que antes.

El mundo giraba y giraba pero ella hacía tiempo que no se movía. Pero ya era hora de cambiar las cosas, ya era hora de aprender a vivir y forjar su propio destino. Sin embargo, ella no podía imaginar que su destino ya estaba forjado y que aquella ventana la había sentenciado.

Pero su ignorancia ante el mundo siguió vigente y la alegría volvió a ser algo especial en ella y durante algún tiempo no la abandonó. Pero un día la lluvia volvió, y ella recordó aquellos momentos y como si los estuviera viviendo, la tristeza volvió y la lluvia la compadeció pero esta vez no la abandonó. No la dejó sola ante el dolor y la acompañó. Pero algo interrumpió ese trance, una pequeña luz que la iluminó, unas palabras de consuelo, unas palabras de amor, unas palabras de ilusión:

“Me gustaría estar esta noche contigo y poder susurrarte los secretos de las estrellas, pero no serviría para nada porque tú eres la estrella más bella. Sé siempre tú”

Cristina Moyano Cidoncha (Mérida, Badajoz)

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