Saladina, preciosa y pura no eran los adjetivos de una bonita niña, sino los nombres de tres hermosísimas nenas.
Saladina era la mayor, tenía 5 años, su piel era sedosa, sus ojos verdes como la hierba, su pelo rojizo parecía fuego y su simpatía era única.
Preciosa era la mediana, tenia 3 años, su piel era canela, sus ojos azules como el mar, su pelo relucía como el sol y era una niña muy fotogénica.
Pura era la menor, tenía 1 añito, su piel era blanquísima, sus ojos muy negros, su pelo castaño relumbraba enormemente y era una niña ejemplar.
Con estas hijas tan simpáticas, bellas y bondadosas, sus padres, eran la envidia del pequeño pueblo donde vivían.
María y Raúl que así se llamaba este joven matrimonio estaba muy contento.
Pasaba el tiempo, las tres niñas jugaban contentas y crecían en un ambiente acogedor y lleno de felicidad.
Saladina cumplió años, su piel se volvió áspera, sus ojos se entristecieron, su pelo se tornó escarlata y se volvió antipática.
Preciosa cumplió años, su piel oscureció, sus ojos palidecieron, su pelo castaño se volvió graso y ya no salía guapa en las fotos.
Pura cumplió años, su piel palideció, sus ojos lloraban a menudo, su pelo se volvió casposo y se volvió perversa.
Misteriosamente sus padres seguían siendo la envidia del pequeño pueblo donde residían.
María y Raúl seguían estando muy contentos y orgullosos de sus tres peculiares hijas.
Así pasaban los años y las chiquillas se convirtieron en unas mujeres muy poco convencionales.
Una noche comentaron entre ellas:
-¡Que padres más buenos tenemos! ¿Verdad? –dijo Saladina.
-Sí, -Contestó Preciosa.
-¡Y que vecinos mas raros hay en este pueblo!-dijo Pura maliciosamente.
-Si, -dijeron las otras hermanas al unísono.
Saladina era la mayor, tenía 5 años, su piel era sedosa, sus ojos verdes como la hierba, su pelo rojizo parecía fuego y su simpatía era única.
Preciosa era la mediana, tenia 3 años, su piel era canela, sus ojos azules como el mar, su pelo relucía como el sol y era una niña muy fotogénica.
Pura era la menor, tenía 1 añito, su piel era blanquísima, sus ojos muy negros, su pelo castaño relumbraba enormemente y era una niña ejemplar.
Con estas hijas tan simpáticas, bellas y bondadosas, sus padres, eran la envidia del pequeño pueblo donde vivían.
María y Raúl que así se llamaba este joven matrimonio estaba muy contento.
Pasaba el tiempo, las tres niñas jugaban contentas y crecían en un ambiente acogedor y lleno de felicidad.
Saladina cumplió años, su piel se volvió áspera, sus ojos se entristecieron, su pelo se tornó escarlata y se volvió antipática.
Preciosa cumplió años, su piel oscureció, sus ojos palidecieron, su pelo castaño se volvió graso y ya no salía guapa en las fotos.
Pura cumplió años, su piel palideció, sus ojos lloraban a menudo, su pelo se volvió casposo y se volvió perversa.
Misteriosamente sus padres seguían siendo la envidia del pequeño pueblo donde residían.
María y Raúl seguían estando muy contentos y orgullosos de sus tres peculiares hijas.
Así pasaban los años y las chiquillas se convirtieron en unas mujeres muy poco convencionales.
Una noche comentaron entre ellas:
-¡Que padres más buenos tenemos! ¿Verdad? –dijo Saladina.
-Sí, -Contestó Preciosa.
-¡Y que vecinos mas raros hay en este pueblo!-dijo Pura maliciosamente.
-Si, -dijeron las otras hermanas al unísono.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
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