lunes, 1 de febrero de 2010

Manuel

El color rosa siempre le gustó, como también, jugar con muñecas, usar maquillaje y ponerse vestidos de tirantes.

Su nombre, Manuel, ponía en evidencia esa condición masculina, que él, repudiaba, quería ser mujer, pero la época en la que nació se lo ponía difícil.

Los años 60 estaban marcados por las ideas franquistas, peligraba la integridad de quien osara ser diferente y su padre quería convertirlo en militar.

Manuel lo intentó, estudió mucho, obedeció ordenes, se vistió de uniforme...

Pero atrapado en un cuerpo que no quería, dedicándose a algo que no le gustaba y viviendo en un ambiente tan opresor, no hizo más que llorar.

Por ese motivó, se escapó de casa una mañana fría de Enero, se escabulló entre la niebla que invadía todo el paisaje y no se supo más de él.

Diez años más tarde, Manuel se enteró por periódicos extranjeros de la muerte de su padre,

Un espantoso accidente le había arrebatado la vida y quiso acudir a su pueblo natal para despedirlo.

Acudió pues al lugar, lo encontró desconocido, tal vez como él mismo, pese a viajar en avión, no llegó al funeral,

Acudió al cementerio, mucha gente acompañaba a la familia, pero su aspecto se había transformado tanto que nadie le reconoció.

Ante la mirada de unos vecinos que no comprendían el parentesco que unía a esa extraña mujer con el difunto, se acerco a la tumba y se puso a rezar.

De pronto, su madre, tremendamente envejecida, pero con un presentimiento tan fuerte como su propio dolor, se acercó a él y exclamó:

-¿Hijo?

Y con lágrimas en los ojos le dijo al oído:

-Te quiero.

-Yo también hija-contestó su madre-yo… también.

Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipozcoa)

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