Aquella noche de sábado como ya era habitual en el 36 de la calle arenales, los vecinos del bajo b la volvieron a liar. Esta vez no era el padre, alcohólico habitual sino la hija mayor que desesperada quería poner fin a su vida, cortándose las venas. El ruido de las ambulancias despertó a los demás vecinos incluso a los señores del lujoso ático, de ventanas insonorizadas. Esta vez el escándalo había llegado muy lejos, por lo que surgieron voces de mandar un escrito al ayuntamiento para un desalojo inmediato de los vecinos del bajo.
Se reunieron los vecinos, pero ninguno se atrevía a realizar la denuncia, el que más o el que menos había necesitado alguna vez de los vecinos del bajo b. La abuela del primero izquierda le daba unos céntimos de euro al pequeño de 12 años para que le subiera el carro de la compra. El del segundo derecha, su casero, un ejecutivo que no tenía tiempo para cocinar, encargaba a la madre de los vecinos del bajo b, la comida de la semana, que ella preparaba en envases para que luego el congelara, pagándole por ello una miseria. Y hablando de obra barata el del tercero aprovechaba cuando el padre del bajo b se encontraba sobrio para encargarle chapuzas que él no podía o no sabía hacer. El joven del cuarto tenía en el joven del bajo a su proveedor de pastillas y cocaína, aquel ni si quiera fue a la reunión para que iba a proponer echar a su mejor camello. Pero lo peor era el padre de los del ático que aprovechaba cuando su mujer e hijos se iban a pasar unos días de vacaciones pagaba con bonitos regalos los favores sexuales de la joven hija de los del bajo b. Esta relación clandestina fue el motivo del intento de suicidio.
La reunión acabó con un estrepitoso fracaso en el que uno y otros acabaron echándose las culpas del porqué se mantenía esta situación durante años, incluso al ejecutivo del segundo derecha se le recriminó que hubiera aceptado alquilar el piso a la familia del bajo b, pero el alego que mientras pagaran religiosamente el alquiler, todos los meses no sería el quién les pusiera de patitas en la calle.
Después de aquello vino de nuevo otro episodio, la policía registró el bajo d acusando al hijo de delitos contra la sanidad pública, es decir por camello. Un día sobre las once de la noche, llegaron siete policías de paisano y un secretario judicial y llamaron a la vieja del primero, informando de que se trataba de un registro. Ella les abrió la puerta no sin antes decirles, si podían venir a registrar a otra hora que se encontraba muy cansada y que no iba a poder ayudar en el registro.
Registraron de cabo a rabo el pequeño habitáculo del bajo b, encontrado debajo del colchón del joven diez mil euros en metálico, que el joven justificó procedente de pequeñas chapuzas en el barrio. Una balanza con restos de cocaína y 2 gramos que eran para consumo propio. Por esta vez por la debilidad de las pruebas se salvó el joven traficante del bajo b, pero fue un nuevo motivo para el desagrado vecinal.
Una noche de un viernes de Enero, de esas noches estrelladas en las que el termómetro se mantiene a seis grados debajo de la escala del cero, ocurrió la tragedia. Un brasero eléctrico provocó un cortocircuito, que por el mal estado de la vivienda originó un incendio que provocó la muerte de los padres y del hijo menor, salvándose de forma milagrosa los dos hijos mayores por no haber llegado a casa.
El suceso no paraba de salir en los informativos de madrugada de todas las televisiones, se produjeron conexiones en directo donde una vecina de los fallecidos. La vecina del primero izquierda hablaba para varias cadenas, recalcando lo buena gente que eran y destacando sobretodo que eran muy buenos vecinos y muy trabajadores. El hecho de que se hubieran quedado sin padres los dos jóvenes hizo que el ejecutivo del segundo abriera una cuenta en la cafetería del barrio, para ayuda de los pobres huérfanos.
En un principio hubo bastante desorden, todos querían ayudar. El que más el casero del bajo b, con sus cuentas de ayuda a los huérfanos de la catástrofe del bajo b, incluso se llegó a más que molestar cuando el vecino del ático le quería convencer de que les perdonara el alquiler de dos años. Todos aportaban en mayor o menor medida.
El del tercero convocó una junta extraordinaria para pedir una derrama para la compra de muebles nuevos para el bajo b, a la que acudieron todos, sin excepción. Habían recaudado en los bares y cafeterías del barrio casi veinte mil euros, con lo cual la transformación del bajo se podría realizar en breve.
El bajo se restauró en diez semanas gracias a la ayuda no sólo de la gente del portal sino de todo un barrio.
Pero el hijo en tan sólo dos semanas siguientes a la tragedia vendió los sillones y la mesa del salón, las cortinas y la alfombra, el microondas y el lavavajillas, para adquirir una remesa de coca de Colombia que venía a muy buen precio.
La hija se quedó sirviendo para la familia del ático y más especialmente para su dueño. Esta vez consiguió su propósito y una noche saltó desde el ático muriendo en el acto.
Los escándalos continuaron en el bajo d, después de aquel terrible mes de Enero se produjo un tiroteo por no llegarse a un acuerdo entre traficantes.
-dijo el vecino del segundo derecha,--. El del ático le respondió con una media sonrisa- Para que exista un primer mundo debe existir un tercer mundo.
Se reunieron los vecinos, pero ninguno se atrevía a realizar la denuncia, el que más o el que menos había necesitado alguna vez de los vecinos del bajo b. La abuela del primero izquierda le daba unos céntimos de euro al pequeño de 12 años para que le subiera el carro de la compra. El del segundo derecha, su casero, un ejecutivo que no tenía tiempo para cocinar, encargaba a la madre de los vecinos del bajo b, la comida de la semana, que ella preparaba en envases para que luego el congelara, pagándole por ello una miseria. Y hablando de obra barata el del tercero aprovechaba cuando el padre del bajo b se encontraba sobrio para encargarle chapuzas que él no podía o no sabía hacer. El joven del cuarto tenía en el joven del bajo a su proveedor de pastillas y cocaína, aquel ni si quiera fue a la reunión para que iba a proponer echar a su mejor camello. Pero lo peor era el padre de los del ático que aprovechaba cuando su mujer e hijos se iban a pasar unos días de vacaciones pagaba con bonitos regalos los favores sexuales de la joven hija de los del bajo b. Esta relación clandestina fue el motivo del intento de suicidio.
La reunión acabó con un estrepitoso fracaso en el que uno y otros acabaron echándose las culpas del porqué se mantenía esta situación durante años, incluso al ejecutivo del segundo derecha se le recriminó que hubiera aceptado alquilar el piso a la familia del bajo b, pero el alego que mientras pagaran religiosamente el alquiler, todos los meses no sería el quién les pusiera de patitas en la calle.
Después de aquello vino de nuevo otro episodio, la policía registró el bajo d acusando al hijo de delitos contra la sanidad pública, es decir por camello. Un día sobre las once de la noche, llegaron siete policías de paisano y un secretario judicial y llamaron a la vieja del primero, informando de que se trataba de un registro. Ella les abrió la puerta no sin antes decirles, si podían venir a registrar a otra hora que se encontraba muy cansada y que no iba a poder ayudar en el registro.
Registraron de cabo a rabo el pequeño habitáculo del bajo b, encontrado debajo del colchón del joven diez mil euros en metálico, que el joven justificó procedente de pequeñas chapuzas en el barrio. Una balanza con restos de cocaína y 2 gramos que eran para consumo propio. Por esta vez por la debilidad de las pruebas se salvó el joven traficante del bajo b, pero fue un nuevo motivo para el desagrado vecinal.
Una noche de un viernes de Enero, de esas noches estrelladas en las que el termómetro se mantiene a seis grados debajo de la escala del cero, ocurrió la tragedia. Un brasero eléctrico provocó un cortocircuito, que por el mal estado de la vivienda originó un incendio que provocó la muerte de los padres y del hijo menor, salvándose de forma milagrosa los dos hijos mayores por no haber llegado a casa.
El suceso no paraba de salir en los informativos de madrugada de todas las televisiones, se produjeron conexiones en directo donde una vecina de los fallecidos. La vecina del primero izquierda hablaba para varias cadenas, recalcando lo buena gente que eran y destacando sobretodo que eran muy buenos vecinos y muy trabajadores. El hecho de que se hubieran quedado sin padres los dos jóvenes hizo que el ejecutivo del segundo abriera una cuenta en la cafetería del barrio, para ayuda de los pobres huérfanos.
En un principio hubo bastante desorden, todos querían ayudar. El que más el casero del bajo b, con sus cuentas de ayuda a los huérfanos de la catástrofe del bajo b, incluso se llegó a más que molestar cuando el vecino del ático le quería convencer de que les perdonara el alquiler de dos años. Todos aportaban en mayor o menor medida.
El del tercero convocó una junta extraordinaria para pedir una derrama para la compra de muebles nuevos para el bajo b, a la que acudieron todos, sin excepción. Habían recaudado en los bares y cafeterías del barrio casi veinte mil euros, con lo cual la transformación del bajo se podría realizar en breve.
El bajo se restauró en diez semanas gracias a la ayuda no sólo de la gente del portal sino de todo un barrio.
Pero el hijo en tan sólo dos semanas siguientes a la tragedia vendió los sillones y la mesa del salón, las cortinas y la alfombra, el microondas y el lavavajillas, para adquirir una remesa de coca de Colombia que venía a muy buen precio.
La hija se quedó sirviendo para la familia del ático y más especialmente para su dueño. Esta vez consiguió su propósito y una noche saltó desde el ático muriendo en el acto.
Los escándalos continuaron en el bajo d, después de aquel terrible mes de Enero se produjo un tiroteo por no llegarse a un acuerdo entre traficantes.
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Francisco Jose Vela Álvarez (Alicante)
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