jueves, 28 de enero de 2010

Una historia de pobreza

Anoche, apenas dormí. Me metí en la cama, cerré los ojos y, de repente, vino a mi mente la imagen de esa niña. Entonces, pensé que en la vida hay experiencias que a uno le hacen madurar y crecer como persona…Me pasé toda la noche pensando en el frío que debía estar pasando esa pobre niña de apenas diez años, sola, tumbada sobre un trozo de cartón húmedo y estriado en mitad de la calle. La verdad es que la idea de no tener un hogar me asusta, pero lo que realmente me aterra es pensar que nadie se preocupa por ti, que nadie se interesa por tu vida. Estás solo, no existes para el resto de personas. Sí, te ven, pero sin embargo no hacen nada para ayudarte. Cuando me acerqué a ella y me agaché para darle la mitad de mi bocadillo de jamón ibérico envuelto en papel de plata, me di cuenta de que lo que esa pequeña necesitaba no era sólo un plato de comida caliente, sino a alguien a su lado que la protegiera, que la cuidase, que le diera cariño. En sus ojos podía verse el reflejo de una corta vida minada de infortunios y desgracias; un camino recorrido en solitario sin nadie que la acompañara. Entonces, le di la otra mitad. Jamás borraré de mi memoria la sonrisa que se dibujó en su rostro. Al día siguiente, volví al mismo lugar y a la misma hora que el día anterior con otro bocadillo, esta vez de chorizo. Busqué por todas partes, en el callejón, en la esquina, me recorrí la calle de arriba a abajo, miré en la escalera que da a la parte trasera de la plaza y hasta entre la basura. Pero nada, ni rastro. El único indicio que indicaba que en ese lugar había vivido alguien era el intenso olor a orines y el envoltorio arrugado de un bocadillo. En fin, di un par de vueltas más en la cama y me quedé frito.

Eric Monteagudo Guerrero (Torrelles de Llobregat, Barcelona)

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