viernes, 29 de enero de 2010

La sonrisa desvanecida

La tarde de verano se desvanecía lentamente sobre las olas del mar, las cuales luchaban frenéticamente por impedir el choque contra las rocas; sin embargo, era inevitable la incursión de aquel fatal desenlace.

Bajo los rayos de un sol radiante, ahora me sentía libre, podía respirar el aire purificado del mar, correr entre la fina arena que se desliza fugazmente por la curva de mis dedos, recordándome el adiós de un tiempo imposible, sin duda, la perfecta descripción del paraíso personificado; sin embargo, también se lo que es vivir en el más oscuro de los infiernos, todavía puedo sentir el dolor de las cadenas que oprimen mi cuerpo, cuando siento una violencia tan extrema, que me invitan a perder el sentido de todo lo bello.

Esta situación la comparo frecuentemente con aquellos animales que acaban de ser abandonados por su madre y recién salidos del cascarón, sienten el frío de la vida resbalando por su cuerpo, deben aprender a sobrevivir dentro de un hábitat que no les pertenece, huyendo de toda amenaza y recordando el abrazo de su madre; más tarde les llega el hambre, el frío, la delgadez, y después, el silencio roto de una profunda depresión que les lleva al más absoluto de los delirios, como lágrimas rotas, evaporadas en el tiempo, añorando siempre el regazo de su madre en sus entrañas. Esta podría ser una perfecta descripción del maltrato, aunque se transforma y adquiere personalidades múltiples, está presente en muchas de las facetas de la vida pública y privada, apenas perceptibles a la mente humana, simulando en su interior, el más cruel de los daños.

El amor es uno de los más bellos sentimientos que experimenta el ser humano, sin embargo, también hay que ser consecuente con unos deseos que se pueden convertir en la más temible de las furias.

En un principio, la felicidad y la euforia, desbordan tu corazón; es la etapa más mágica, el elixir de la felicidad en toda su expresión.

Sientes como la realidad, se convierte en una complaciente fantasía que te invita a saborear los placeres de un delirio de locura transitoria, cuyo resultado final es pasajero.

La fase de “eterna luna de miel” supone la cúspide del amor en su deslumbrante esplendor; es el momento en el cual, los sentimientos se afianzan con más fuerza y pasión, construyendo un muro sólido e inquebrantable, que tiene el poder de volver a ser construido por las generaciones venideras.

Finalmente, aparece la última etapa denominada “la sonrisa desvanecida”, en esta etapa, impera la ley del respeto temeroso y la prudencia indomable.

Vivimos en una continua sonrisa aparente, tan irreal como el acontecimiento de sus acciones; sonreímos para mirar hacia el futuro con mayor optimismo, sin embargo, supone un engaño emocional irradiado por la mente humana.
Sonreímos a pesar de que somos conscientes de que nuestras cosechas serán devastadas por una furiosa tempestad, dejando un paisaje desolado y triste.

Sonreímos a sabiendas de que es lo único que no nos pueden arrebatar, aunque se desvanezca lentamente por los Campos de Castilla.

La sonrisa, esa fuerza sublime que posee el encanto y la fragancia de un amor, es lo único que nos queda en una tarde de verano, después de una tempestad.

Isabel Escolano Tébar (Albacete)

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