Aún recuerdo como Ángel colgó el teléfono y una inmensa tristeza le invadió durante varios días.
Su tía Ana había sido tajante, el abuelo se estaba muriendo y su ultima voluntad era ver a todos sus descendientes juntos.Me ofrecí para acompañarle y él aceptó.
El viaje hasta el pueblo de sus abuelos era para Ángel como un viaje a través del tiempo. Una vuelta al pasado.Me contó como su abuelo Jacobo trabajó toda su vida en los viñedos que habían pasado de generación en generación desde los tiempos de los reyes católicos. Sus bodegas y vinos eran muy respetados por los más famosos enólogos de la zona. Incluso me contó una leyenda local que contaba como su abuelo revisaba las uvas una a una antes de que entrasen en sus bodegas.Llegamos al atardecer a la casa de los abuelos de Ángel. La casa era muy antigua y aunque era enorme las enredaderas ocultaban su fachada.
Ángel me contó que el edificio anexo era la bodega particular de la familia, la otra bodega era más grande y la embotelladora se encontraba a las afueras del pueblo junto al río que bañaba las tierras del valle.Antes de que entráramos en la casa me presentó a sus tíos Ricardo, Anabel y Julián que eran los que se encargaban del negocio familiar desde que el abuelo Jacobo enfermó hace dos años.Entramos en la casa. La tía Ana salió a nuestro encuentro e informó a Ángel del estado en el que se encontraba su abuelo.Estuvimos unos minutos esperando en el salón mientras el párroco del pueblo daba los santos sacramentos al abuelo.El salón estaba repleto de fotografías de toda la familia. Estaban colocadas en la pared como si de un árbol genealógico se tratase. Algún día quizás la mía se encuentre junto a la de Ángel. El párroco abandonó la habitación y mientras se despedía de la familia se acercó a Ángel. Estuvieron un corto periodo de tiempo hablando. Yo me quedé con la tía Ana que me contaba como y cuando el abuelo Jacobo había recibido la multitud de premios que habían recibido sus vinos.Ángel acompañó al párroco hasta el coche y luego me pidió que entrase con él para despedirse de su abuelo.Yo me quedé en un segundo plano mientras Ángel besaba y acariciaba a una de las personas que más ha querido. Los ojos de su abuelo eran como un espejo, en ellos se podía ver el amor que sentía hacía su familia y en especial hacia el, su nieto predilecto. Ambos estuvieron despidiéndose durante un largo rato.
Nunca había visto a Ángel llorar hasta aquel día y nunca lo olvide.El abuelo le pidió a Ángel que trajera de la bodega familiar una botella de vino en concreto. Yo le acompañe a buscarla.Cogió una entre todas las que allí se encontraban reposando. Era una botella muy antigua y en la etiqueta estaba escrito el nombre de Jacobo. Ángel me explicó que el día que nació su abuelo embotellaron este vino. El siempre dijo que parte de su sangre se encontraba en esa botella y quería llevársela consigo el día que muriese.Complaciendo los deseos de su abuelo Ángel le dio de beber de aquel vino, durante unos segundos pareció que había engañado a la muerte como si aquel vino fuese el elixir de la eterna juventud. Después todos los que allí se encontraban bebieron de aquel vino, incluso yo. Decir que estaba delicioso y que era exquisito era menospreciarlo. Aquel vino era toda una vida, la vida de una gran persona como me dijo Ángel días después de la muerte de su abuelo.Desde entonces han transcurrido cinco años y aunque hace dos años que Ángel y yo nos casamos, no hemos vuelto al pueblo, hasta hoy. El motivo ha sido el nacimiento de nuestro hijo al que insistí en llamarle Jacobo.Esta tarde embotellaremos el vino que acompañará la vida de nuestro hijo. Esa botella reposará en la bodega familiar junto a la de su padre hasta el día en que sea descorchado. Sólo pido que no sea yo quien la descorche.
Maria Isabel Martinez Castro (Madrid)
Su tía Ana había sido tajante, el abuelo se estaba muriendo y su ultima voluntad era ver a todos sus descendientes juntos.Me ofrecí para acompañarle y él aceptó.
El viaje hasta el pueblo de sus abuelos era para Ángel como un viaje a través del tiempo. Una vuelta al pasado.Me contó como su abuelo Jacobo trabajó toda su vida en los viñedos que habían pasado de generación en generación desde los tiempos de los reyes católicos. Sus bodegas y vinos eran muy respetados por los más famosos enólogos de la zona. Incluso me contó una leyenda local que contaba como su abuelo revisaba las uvas una a una antes de que entrasen en sus bodegas.Llegamos al atardecer a la casa de los abuelos de Ángel. La casa era muy antigua y aunque era enorme las enredaderas ocultaban su fachada.
Ángel me contó que el edificio anexo era la bodega particular de la familia, la otra bodega era más grande y la embotelladora se encontraba a las afueras del pueblo junto al río que bañaba las tierras del valle.Antes de que entráramos en la casa me presentó a sus tíos Ricardo, Anabel y Julián que eran los que se encargaban del negocio familiar desde que el abuelo Jacobo enfermó hace dos años.Entramos en la casa. La tía Ana salió a nuestro encuentro e informó a Ángel del estado en el que se encontraba su abuelo.Estuvimos unos minutos esperando en el salón mientras el párroco del pueblo daba los santos sacramentos al abuelo.El salón estaba repleto de fotografías de toda la familia. Estaban colocadas en la pared como si de un árbol genealógico se tratase. Algún día quizás la mía se encuentre junto a la de Ángel. El párroco abandonó la habitación y mientras se despedía de la familia se acercó a Ángel. Estuvieron un corto periodo de tiempo hablando. Yo me quedé con la tía Ana que me contaba como y cuando el abuelo Jacobo había recibido la multitud de premios que habían recibido sus vinos.Ángel acompañó al párroco hasta el coche y luego me pidió que entrase con él para despedirse de su abuelo.Yo me quedé en un segundo plano mientras Ángel besaba y acariciaba a una de las personas que más ha querido. Los ojos de su abuelo eran como un espejo, en ellos se podía ver el amor que sentía hacía su familia y en especial hacia el, su nieto predilecto. Ambos estuvieron despidiéndose durante un largo rato.
Nunca había visto a Ángel llorar hasta aquel día y nunca lo olvide.El abuelo le pidió a Ángel que trajera de la bodega familiar una botella de vino en concreto. Yo le acompañe a buscarla.Cogió una entre todas las que allí se encontraban reposando. Era una botella muy antigua y en la etiqueta estaba escrito el nombre de Jacobo. Ángel me explicó que el día que nació su abuelo embotellaron este vino. El siempre dijo que parte de su sangre se encontraba en esa botella y quería llevársela consigo el día que muriese.Complaciendo los deseos de su abuelo Ángel le dio de beber de aquel vino, durante unos segundos pareció que había engañado a la muerte como si aquel vino fuese el elixir de la eterna juventud. Después todos los que allí se encontraban bebieron de aquel vino, incluso yo. Decir que estaba delicioso y que era exquisito era menospreciarlo. Aquel vino era toda una vida, la vida de una gran persona como me dijo Ángel días después de la muerte de su abuelo.Desde entonces han transcurrido cinco años y aunque hace dos años que Ángel y yo nos casamos, no hemos vuelto al pueblo, hasta hoy. El motivo ha sido el nacimiento de nuestro hijo al que insistí en llamarle Jacobo.Esta tarde embotellaremos el vino que acompañará la vida de nuestro hijo. Esa botella reposará en la bodega familiar junto a la de su padre hasta el día en que sea descorchado. Sólo pido que no sea yo quien la descorche.
Maria Isabel Martinez Castro (Madrid)
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