lunes, 18 de enero de 2010

Inexistencia

Un día de un año cualquiera llegó al pueblo con su maleta. Era pintor y estaba de paso. Pidió alojamiento y se lo dieron, en una de las veinte casas habitadas. El pueblo había ido a menos y solo contaba con treinta y cinco habitantes. No tenía dinero pero se ofreció a hacer cualquier oficio para pagar la hospitalidad por un par de semanas. El párroco, entrado en años y achacoso le propuso pintar la iglesia cuyas paredes no habían recibido un lavado de cara en muchos años. Accedió gustoso. Le proporcionaron los materiales. Las escaleras, la cal y demás. Dijo llamarse Gabriel, como el Arcángel. Cuando le preguntaron de dónde venía dijo de Mnemos. Nadie sabía dónde estaba. Pidió la llave y solo puso una condición, que no le molestasen mientras trabajaba. Pasaba diez horas al día en la iglesia. El séptimo llevó su maleta dentro, dijo que para unos toques de color. Una mañana, el párroco vio la puerta de la iglesia abierta y le extrañó. Se acercó a mirar por si había ocurrido algún accidente. Entró y cayó de rodillas. Rezó y lloró, nunca supo describir qué sintió en ese momento.

Cuando reunió fuerzas tocó las campanas . Toque de reunión. Todo el pueblo acudió. Treinta y cinco personas. La treinta y seis no lo hizo, ni lo haría nunca ya. Nadie le volvió a ver. Allí, en las paredes de la iglesia que primero habían sido encaladas de un blanco que dañaba la vista había cientos de retratos pintados al temple. Bustos. Todos los habitantes de todas las generaciones desde la fundación del pueblo. Hubo rezos colectivos, desmayos al ver a seres queridos muertos hacía tiempo, llantos, invocaciones a Dios y a Todos los santos. Tras ese día desaparecieron de las paredes, igual que aparecieron. Algunos no recordaban la cara del pintor, otros dudaron con el tiempo que el pintor hubiese estado allí alguna vez. Nadie hablaba de lo ocurrido. A los pocos días desapareció el encalado. Muchos , en su interior creen que todo se debió a un episodio de histeria colectiva. Cada uno de los habitantes del pueblo, treinta y cinco, trataba de recordar las caras de sus antepasados pero cada día eran más borrosas en su mente hasta que todo pareció una ilusión. El pueblo no puede encontrarse en ningún mapa. Son treinta y cinco almas en ninguna parte. Es más querido lector, quizás este relato no haya sido escrito nunca y solo sea parte de tu imaginación.

Luis Miguel Blázquez Durán (Fuenlabrada, Madrid)

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