sábado, 30 de enero de 2010

Laberintos de ilusión

Se llamaban igual que los primeros habitantes de la tierra, sin embargo, su paraíso, era un piso tan diminuto como una caja de cerillas. Desde hace un año vivían allí, a las afueras de un Madrid de los años 60.

No estaban casados, se querían y eso bastaba. Concluían el mes con calderilla en sus bolsillos, por eso, aunque hubiesen querido, no podían hacerlo, tampoco otras cosas. Esa era la verdad, ninguno la mencionaba.

Adán llegó de Argelia con 20 años, de eso, hacía cinco, trabajaba de peón en las obras. Su niñez estuvo rodeada de miseria, trabajo, escasos estudios y unas ansias enormes de volar hacia una vida mejor.

Eva, anhelaba ser escritora, hija de madre soltera, creció en una época en la que el miedo a morir entre las brasas del infierno impregnaba los hogares españoles. Tenía 23 años y era muy obstinada.

Mientras luchaba por conseguir su fin, se dedicaba a coser, le faltaba clientes, al mudarse de zona para vivir con Adán, perdió a su público, necesitaba conocer gente y conseguir encargos de ropa.

Tenía una amiga, la panadera del barrio donde residían, joven como ella, muy simpática, bella y generosa. En muchas ocasiones, le había regalado unos bollos de pan riquísimos. Se llamaba María.

Su amistad comenzó a través de encuentros casuales, algunos paseos por el pueblo, unas pocas palabras dichas con timidez y en cuestión de meses, se hicieron inseparables.

Supo que María era hija única, que estudió en Inglaterra, que usaba lentillas, que coleccionaba peluches, que la panadería en la que trabajaba, pertenecía a un negocio familiar y que siempre... perdía en el amor.

Aquello, salió a la luz en el transcurso de una conversación.

Eva decía que hace años, al pasar por una obra, los piropos de unos peones llamaron su atención, al mirarles se fijó en uno, Sus miradas se cruzaron, días más tarde, un joven mulato, le invitó a un refresco.

Después, todo fue rápido, se conocieron, se gustaron y en menos de seis meses, se encontraban viviendo juntos en un diminuto piso ubicado a las afueras de Madrid, aunque con lo justo para comer.

Eva preguntó:

-¿Tú tienes pareja?

-No tengo suerte con los hombres... confesó María- y siguió diciendo, en el Instituto, estuve enamorada de un muchacho llamado José, guapísimo y simpático a más no poder, siempre estaba rodeado de chicas...

A pesar de mis tropiezos no fortuitos y de todos mis intentos por gustarle, no logré que se fijara en mí. Lo pase fatal suspendí en los estudios y estuve a punto de suicidarme ¡Un horror!
Un año más tarde, llegó Alfonso, un médico que conocí en una revisión médica de mi madre. Un día de lluvia y viento la acompañé a la consulta. Como su médico estaba de baja, nos atendió otro.

Era muy apuesto. Su voz dulce cautivaba y su mirada hacia perder la cordura a cualquiera. Al finalizar la sesión, me dejó su número de teléfono en el bolsillo de la gabardina, le llamé y salimos durante meses.

Era un tipo cariñoso, de los que te llenan de atenciones, de regalos, de caricias... un caballero, eso pensaba, hasta que me enteré que me engañaba, tenia novia formal desde hace años.

Y luego... te contaré una anécdota:

Aquella tarde de Otoño llovía, lo vi mojado y tiritando de frió, esto precipitó que le amparase, pensé que solo lo haría por unas horas, el tiempo justo para que se secara, pero un arrebato de cariño, hizo que se quedara.

Esas miradas tan tiernas, esos gestos tan delicados, esa ternura por su parte y seguramente el hecho de verle tan frágil y desvalido hizo que le cogiese enseguida un cariño muy especial.

Fuimos dándonos tiempo para crear una relación en armonía y no sé si nos llegamos a enamorar, pero las atenciones que nos prestábamos y la dependencia del uno por el otro recordaban mucho al amor.

Sin embargo, un 14 de Febrero, le descubrí con otra, estaban abrazados entre la oscuridad de un callejón sin salida, ¡Qué descaro! Pensé, No lo volví a ver más, desapareció de mi vida para siempre.

Días mas tarde, la necesidad de desahogarme, me hizo contar este hecho a la persona que más me ha entendido en el mundo, mi madre, y me dijo tranquilamente que era la ley de la naturaleza.

-Los gatos son como hombres-corren tras la hembra en celo-niña mía.

Me quedé a cuadros, comprendía que se trataba de un diminuto felino que socorrí en una tarde lluviosa, lo sabia, pero le cogí un cariño muy especial y esperaba mas lealtad por su parte.

Y esta fue mi vida sentimental. Me considero lista, sana, joven y simpática, tengo un trabajo estable, buen estado económico, sin embargo, en el amor soy un desastre, supongo que... no podemos tener todo en la vida.

-No claro- dijo Eva.

Por la noche, le contó a Adán esa conversación con su amiga, pero él apenas la abrazó antes de quedar rendido. En la penumbra de su humilde alcoba, ella siguió meditando.

En los días siguientes, conoció a la familia de María, el lujo de sus ropas y sus modales refinados, revelaban firmemente la clase social a la que pertenecían, pero su sencillez, diferían con el ambiente que respiraban.
Al saber que era modista le encargaron ropa. A través de ellos conoció a gente, cosió mucho y escribió mas aún, se animó a presentar sus escritos en concursos literarios.

Una tarde, María le dijo que salía con un chico.

-Veras, Eva-le contaba-Todo comenzó cuando se averiaron los grifos de la panadería, preocupada llamé a un fontanero, al instante, llegaron dos hombres en una vieja furgoneta azul.

Era una extraña pareja, uno muy joven, vestía un mono verde oscuro pegado a su cuerpo atlético, sus ojos eran grandes y tremendamente azules y su cara de niño trasmitía confianza.

El otro era bastante caricaturesco, calvo, lleno de arrugas, sus ojos eran bastante diminutos, sus orejas grandotas, su bigote lacio y cano, además me pareció insolente y con una edad próxima a la jubilación.

Trabajaron muy bien, lejos de lo que se podía pensar por sus diferencias físicas, había complicidad entre ellos y hasta me atrevería a apostar que mantenían una buena amistad.

Una hora más tarde y después de arreglar la avería de mis grifos, el chico joven, se acercó a mí y con una timidez que me sorprendió enormemente me invitó a un refresco.

En el bar, le pregunté la causa del amargo carácter de su compañero, me dijo que se barajaban varias causas: que estaba harto de trabajar, que sufría por un amor imposible y que al nacer le habían bañado con vinagre.

Este último comentario me hizo gracia y me reí muchísimo, entonces me sonrió, me invitó al cine y hasta hoy Eva, ¿Qué te parece? Llevamos unos meses saliendo y me parece una buena persona.

- Eva, le deseó suerte.

Meses más tarde, encontró una invitación de boda en el buzón, María se casaba tres meses más tarde en la iglesia de un pueblo cercano y les invitaba a ella y a Adán al feliz acontecimiento.

Tres meses mas tarde allí estaban, engalanados y contentos como nunca. A la salida de la iglesia, el ramo lanzado por la novia fue a caer en las manos de Eva, entonces Adán le susurró al oído:

-¿Nos casamos?

Un sí, entrecortado por la emoción, salió de sus labios y un besó apasionado confirmo la afirmación, a la mañana siguiente, su mente inquieta empezaba con los preparativos:

Llamaría a su primo de América, con él, compartió una infancia llena de travesuras, se acordaba a menudo cuando robaban manzanas en el huerto de su vecino o cuando hacían tropezar al cura en la iglesia...

El banquete sería en el mismo restaurante que lo hizo María, el buen trato dado por los camareros y la excelente calidad de la comida le hacían repetir sin ningún género de duda.

Regalaría rosas a los invitados, era su flor favorita, se acordaba mucho de las broncas de su madre cuando con cinco añitos arrancaba las rosas de un jardín cercano y regresaba a casa llena de sangre.

Haría un viaje con Adán a la costa, le daba igual a cual de ellas, el mar le apasionaba y paradojas de la vida lo conoció con veinte años, muy tarde se repetía una y otra vez...

De repente, su memoria la traslada a un tiempo remoto, su séptimo cumpleaños. Estaba en la sala de su casa abriendo regalos, su madre, con una enorme caracola blanca en la mano, le dice:

-Hija, te regalo el sonido del mar, lo atrapé para ti...

Nunca olvidara ese momento, su mamá vestía una falda rosa con mucho vuelo, la blusa tenía numerosas flores de vivos colores y su cara mostraba una sonrisa orgullosa.

Una preciosa tarta de chocolate con siete enormes velas adornaba la diminuta mesa del comedor. Nunca antes se alegro su madre de que esa mesa fuese tan pequeña, curiosamente ese tamaño agrandaba la tarta.

De pronto, el ruido insistente de un timbre hace que vuelva al presente de una forma veloz, al abrir la puerta, unos policías sumamente entristecidos, la abrazan para darle la noticia.

- Su compañero ha sufrido un accidente... se cayó del andamio... no llevaba sujeción... lo sentimos mucho... recibió un fuerte golpe... sentimos mucho lo ocurrido- dice uno de ellos.

Eva, entiende el fatal desenlace. Por unos momentos que parecieron horas, palidece, no respira, no habla, después... grita histérica, la abrazan fuertemente, sufre un ataque, deben sedarla.

Despierta en una fría cama de hospital. Las paredes son blancas, las sabanas son blancas, el suelo brilla mucho, su madre le coge suavemente las manos y la mira en silencio.

Eva la contempla tristemente, no dice nada, se niega a hablar, se niega a comer, no quiere vestirse, ni lavarse, ni visitas, ni leer... no quiere vivir, no lo puede hacer sin... Adán.

Su madre adelgaza, envejece y casi se une a la causa de su hija, ella tampoco quiere verla así, no soporta verla así, y empieza a preguntarse si no será mejor... dejarla morir.

Reúne las pocas fuerzas que le quedan y dispone sacarla de esta agonía que la mata por dentro, quiere que viva y hará todo lo indecible porque sea así, aunque le vaya la vida en ello.

Contrata a los mejores médicos, la mima como nunca, le habla a menudo, la viste con suavidad, la maquilla con entereza, espera algún signo que le diga que su hija se aferra a la vida... no lo encuentra.

Sigue intentándolo, la abraza, le habla, la viste, la maquilla, pasan días, semanas, meses... no le importa, espera resignadamente y poco a poco... come algo más, se mueve por la habitación, sonríe tímidamente...

Meses mas tarde, su aspecto ha mejorado bastante, se viste autónomamente, se acicala con esmero, engorda varios kilos, comienza a hablar e incluso se ríe a menudo.

Le dan el alta aunque sigue con medicación rigurosa, le advierten de la fragilidad de su cuerpo, le aconsejan cuidarse, descansar, comer, salir a la calle, tener amistades... vivir.

Lo intenta, cuida su aspecto físico, procura no cansarse, se obliga a comer a menudo, pasea considerablemente, toma mucho el sol, retoma viejas amistades, comienza a escribir...

Un año mas tarde, la vieron salir de su casa, vestía una camiseta larga y desgastada, se hallaba delgada, pálida y despeinada, su mirada estaba perdida, caminaba sin rumbo... Nadie la vio desde entonces.

Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)

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