Érase una vez un matrimonio muy especial. Se llamaban Semana y mes.
Tuvieron 7 hijos maravillosos, apodados: Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado y Domingo.
Eran todos muy traviesos, todos menos Lunes, que era un trabajador excepcional.
El Martes era un hijo adoptado, su auténtico padre, el planeta Marte, lo abandonó al nacer.
El Miércoles sentía envidia del Jueves, y este ultimo, no hacia nada por impedirlo.
El Viernes fue el retoño mas deseado. El Sábado era la mismísima ambigüedad y el Domingo siempre vestía de gala.
La Semana, como madre que era, trataba de educarlos decentemente pero en ocasiones, se preguntaba si no los mimaba demasiado.
Su marido, el mes, no se cuestionaba tanto la educación de sus hijos y además, últimamente le había dado por la bebida.
Esto propiciaba nutridas broncas, a estas riñas se sumaban los gritos de sus hijos, que asustados, lloraban disgustados.
Los vecinos, al ser testigos de estas gigantescas peloteras, llamaban constantemente a la policía.
Enseguida venia el mismo sargento de siempre, uno orondo y de grandes bigotes llamado Calendario.
Llegaba, tocaba el timbre de la casa y al abrirle la puerta, su sola figura hacia poner a cada uno en su sitio.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
Tuvieron 7 hijos maravillosos, apodados: Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado y Domingo.
Eran todos muy traviesos, todos menos Lunes, que era un trabajador excepcional.
El Martes era un hijo adoptado, su auténtico padre, el planeta Marte, lo abandonó al nacer.
El Miércoles sentía envidia del Jueves, y este ultimo, no hacia nada por impedirlo.
El Viernes fue el retoño mas deseado. El Sábado era la mismísima ambigüedad y el Domingo siempre vestía de gala.
La Semana, como madre que era, trataba de educarlos decentemente pero en ocasiones, se preguntaba si no los mimaba demasiado.
Su marido, el mes, no se cuestionaba tanto la educación de sus hijos y además, últimamente le había dado por la bebida.
Esto propiciaba nutridas broncas, a estas riñas se sumaban los gritos de sus hijos, que asustados, lloraban disgustados.
Los vecinos, al ser testigos de estas gigantescas peloteras, llamaban constantemente a la policía.
Enseguida venia el mismo sargento de siempre, uno orondo y de grandes bigotes llamado Calendario.
Llegaba, tocaba el timbre de la casa y al abrirle la puerta, su sola figura hacia poner a cada uno en su sitio.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
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