sábado, 23 de enero de 2010

Las hojas de otoño

Hace ya seis meses que te has ido.
Observé impávida por la ventana como caía la última hoja de otoño.
El parque parecía ahora un espectáculo espectral cubierto por una alfombra de naturaleza muerta.
El espécimen embolsado de tulipán holandés que me trajiste con tanto cariño, esperaba resignado en la repisa el momento de darse al mundo.
Después de todo, ya nunca lo verías nacer.

Desayuna,- le digo a nuestro hijo en cuanto atraviesa la puerta- el desayuno es la comida más importante del día.
No va a pasar nada sí un día me saludas como la gente normal- replica indignado- ¡Buenos días, querido hijo! Espero que hayas dormido bien y no tuvieses pesadillas después de leer Hamlet…

Sin duda el sentido del humor es otra de tantas virtudes que no heredó de mí.

Está enfadado conmigo desde que te has ido. Creo que él piensa que tengo la culpa de todo. Y cuando digo todo, es todo: la contaminación medioambiental, los niños del Chernóbil, los doctores muerte en la Segunda Guerra mundial, el éxito de los libros de Dan Brown…

Nuestro hijo adolescente no duda en intentar sacarme de quicio echándose una bola enorme de helado de vainilla sobre las tostadas de pan integral. Pero lo cierto es que no me molesta, porque estoy empezando a perder el interés por todo.
Me siento fría y marchita. Soy como el grotesco espectáculo que observo desde mi ventana: un manto de hojas muertas.

Cuando nuestro hijo sale precipitadamente para ir al instituto rompo a llorar.
Todas las mañanas es lo mismo. No puedo evitarlo.
Espero poder salir de esta espiral en la que me he metido. Este irremediable quiero y no puedo, estas ganas de vivir frustradas.

Algún día tendré que dejar de esperar tu regreso.
Tal vez muy pronto, con el cambio de estación.

Nuria García Barbé (Oviedo, Asturias)

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