Nadie sabía ni de lejos cuánto deseaba volver a ser ella misma. Desde aquel fatídico día todo había cambiado y parecía que nunca volvería a reencontrar esa parte de sí que tuvo que dejar abandonada.
Su vida parecían un tren, de esos que parten sin previo aviso dejando cosas atrás que con un poco más de organización nunca se hubieran quedado. Corría y corría sin tener claro el destino. Iba sin salirse de la vía que juntaba la derrota y el triunfo. Y es que cuando una persona se pierde solo tiene dos opciones para solucionar su desastre interior, cada una más difícil que la anterior. Ella lo que más ansiaba en el fondo de su ser era encontrar a la persona que era, pero había decidido por falta de fuerzas perder a esa persona completamente. Y ahora se encontraba sin marcha atrás, porque su tren no tenía dos sentidos, en la aventura de encontrar a la persona que debía ser, la que siempre quiso ser.
Llevaba ya varios meses de búsquedas sin fin, de desesperados intentos por recuperarse. En todo ese tiempo conoció mucha gente, pues sabía que cuando una persona está al lado de alguien a veces es capaz de expresar cómo es en realidad. También sabía que incluso hay personas tan importantes en tu vida que te ayudan a elegir sin decidir por ti, te oyen sin juzgarte, te animan sin empujarte, y que, justo esas personas, son las que te acompañan en tu búsqueda personal y te hacen más ameno el camino. Pero había muchas tardes en las que se encontraba completamente sola, pues a parte de sentir que nadie la comprendía, no se reconocía a sí misma, por lo que no se sabía acompañar, y se auto abandonaba en la más completa soledad. Entonces el único remedio al miedo era echar a correr hasta encontrar un lugar en el que nadie la viese llorar por no poder parar de pensar en la persona que se había convertido, dándose cuenta de la persona que realmente era.
Pero una de esas tardes una de las personas especiales le dijo que no buscase en el camino todas las respuestas, porque todas ellas se hallaban en su interior. Solo tenía que abrirse a sí misma, sincerarse completamente, y a partir de entonces poco a poco iría encontrando los pedacitos de su ser que había dejado atrás en el camino de la vida. Y se dio cuenta de que esa persona llevaba razón, pues se sorprendió pensando cuánto le gustaban ese tipo de consejos, y, sorprendentemente, cuánto le seguían gustando. Parecía que en el fondo no había cambiado tanto. Se puso de pié y por primera vez en mucho tiempo se sonrió a sí misma. Las cosas por fin habían cambiado. Había comprado el billete de tren y, orgullosa, volvía a casa.
Irene García García (Tres Cantos, Madrid)
viernes, 22 de enero de 2010
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