Mi amiga Celia me dijo que pelar una manzana invisible de una vez era mucho más sencillo que desprender la piel de una manzana real.
Me sugirió que lo primero que debía hacer era poner un disco de música clásica porque la imaginación se estimula con los genios, fuese a la cocina y respirara hondo.
Debía tomar la manzana más grande del frutero, sería más sencillo si escogía una grande y verde porque tienen las curvas menos cerradas y la piel dura. En el frutero de mi imaginación no tuve problemas en encontrar la manzana perfecta porque solamente había tres frutas y dos de ellas eran un plátano y una mohosa naranja.
Cogí un cuchillo afilado del primer cajón y comencé dando un pequeño corte, sin terminar de desprender la piel, en la parte superior de la manzana, cerca de donde estaría enganchado el rabo. Deslicé suavemente el cuchillo, dejando que fuese él quien condujese la situación, él el que cortase finamente la peladura y permaneciendo, según me aconsejó Celia, en un segundo plano disfrutando de Vivaldi. En menos de un minuto, tenía la manzana pelada, dispuesta a que la devorase, claro que imaginar su sabor fue mucho más complicado.
Me sugirió que lo primero que debía hacer era poner un disco de música clásica porque la imaginación se estimula con los genios, fuese a la cocina y respirara hondo.
Debía tomar la manzana más grande del frutero, sería más sencillo si escogía una grande y verde porque tienen las curvas menos cerradas y la piel dura. En el frutero de mi imaginación no tuve problemas en encontrar la manzana perfecta porque solamente había tres frutas y dos de ellas eran un plátano y una mohosa naranja.
Cogí un cuchillo afilado del primer cajón y comencé dando un pequeño corte, sin terminar de desprender la piel, en la parte superior de la manzana, cerca de donde estaría enganchado el rabo. Deslicé suavemente el cuchillo, dejando que fuese él quien condujese la situación, él el que cortase finamente la peladura y permaneciendo, según me aconsejó Celia, en un segundo plano disfrutando de Vivaldi. En menos de un minuto, tenía la manzana pelada, dispuesta a que la devorase, claro que imaginar su sabor fue mucho más complicado.
Cristina Salán (Barcelona)
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