En un restaurante japonés una chica, vestida con una camiseta con los característicos grafismos de Custo, está leyendo el periódico mientras espera turno para ocupar una mesa. Al pasar la página, su mirada se centra en una noticia:
De pronto se oye un chillido aterrador, procedente no de la chica sino de una cara femenina estampada en su camiseta. La mujer de algodón no puede dar crédito a lo que acaba de leer: ¿Cómo que se reinventa a sí mismo? ¿Quién le manda reinventar nada? Le denunciaré por incumplimiento de palabra piensa, recordando con nostalgia que cuando estaba en el limbo de las cosas y escogió reencarnarse en una camiseta Custo, lo que buscaba era perdurar en el tiempo. Quería algo eterno. Ser un icono, como Marilyn. Y las camisetas de Custo se habían convertido en la señal de identidad de su autor. Pero si ahora dejaban de fabricarlas la gente no tardaría en olvidarse de ellas, de ella. De haberlo sabido, se habría reencarnado en una lata de sopa Campbell’s o en un anillo de caramelo de Christian Escribà.
Fríamente, la mujer de algodón decide suicidarse.
A la mañana siguiente, cuando la chica saca la camiseta de la lavadora para ir a tenderla se encuentra con una desagradable sorpresa: a pesar de tener ya varias lavadas los colores han desteñido, emborronando los dibujos y tapándolos por completo, incluida la cara de mujer. Un halo de eternidad se escapa por el desagüe.
Sílvia Serra Chalamanch (Barcelona)
Custo se reinventa a sí mismo.
El diseñador deja de producir las camisetas que le hicieron famoso y triunfa en la Semana de la Moda de Nueva York.
De pronto se oye un chillido aterrador, procedente no de la chica sino de una cara femenina estampada en su camiseta. La mujer de algodón no puede dar crédito a lo que acaba de leer: ¿Cómo que se reinventa a sí mismo? ¿Quién le manda reinventar nada? Le denunciaré por incumplimiento de palabra piensa, recordando con nostalgia que cuando estaba en el limbo de las cosas y escogió reencarnarse en una camiseta Custo, lo que buscaba era perdurar en el tiempo. Quería algo eterno. Ser un icono, como Marilyn. Y las camisetas de Custo se habían convertido en la señal de identidad de su autor. Pero si ahora dejaban de fabricarlas la gente no tardaría en olvidarse de ellas, de ella. De haberlo sabido, se habría reencarnado en una lata de sopa Campbell’s o en un anillo de caramelo de Christian Escribà.
Fríamente, la mujer de algodón decide suicidarse.
A la mañana siguiente, cuando la chica saca la camiseta de la lavadora para ir a tenderla se encuentra con una desagradable sorpresa: a pesar de tener ya varias lavadas los colores han desteñido, emborronando los dibujos y tapándolos por completo, incluida la cara de mujer. Un halo de eternidad se escapa por el desagüe.
Sílvia Serra Chalamanch (Barcelona)
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