El sol cae a plomo evitando de esa forma el ser acariciado por la ligera brisa que expectante permanece arropada entre las retamas. Sólo se rompe el silencio por algún gorgojeo de los pájaros que asustados elevan el vuelo para en un instante volver a caer y buscar rápidamente un resguardo del fuerte calor de Agosto.
La parva no se mueve nada más que en el preciso momento en que el animal incansable pasa sobre ella con el fin de que el trillo del que tira, machaque el grano al desprenderse de su cubierta. Una hora tras otra sin respiro, el crío hecho hombre y sujetando la brida se deja llevar por la soñolencia del animal que con los ojos tapados se limita a repetir los pasos una y otra vez.
Sobre el cielo, azul y limpio, un avión ha dejado una estela blanca que comienza con un fino hilo para acabar abriéndose y formar de esa manera un abanico que poco a poco se pierde en la lejanía.
Algún moscardón asustado despierta de la siesta y se posa sobre el animal que mecánicamente golpea con el rabo hacia donde se encuentra. Sin embargo, ni uno quiere morir aplastado ni el otro desea que esto suceda, no podría vivir con la apatía de que nadie rompiese su silencio.
El muchacho mira al cielo y observa cómo la estela desaparece, sus ojos casi cerrados soportan sin problema alguno los rayos del sol aunque ahora se cubra con un ancho sombrero de paja.
Sueña, lo hace continuamente con un futuro que se acercará muy despacio a él, que le obligará a bailar al compás del viento y de la historia.
Algún día no muy lejano abandonará aquello, navegará incansable por los mares del mundo, conocerá historias fantásticas y sabrá de aventuras irrepetibles.
Puede que tal vez se convierta en astronauta, en aviador y manejará de esa manera aquellos monstruos alados que ni siquiera imagina cómo pueden llegar a ser.
Salta del trillo dejando el cabresto del animal enganchado a él y camina hacia el chozo levantado con ramas, sentándose en el suelo y quitándose los botos para sacudir las briznas de paja que se le han introducido dentro.
Después muy lentamente sujeta el botijo y lo levanta dejando que el agua fría al mismo tiempo que entra en su garganta caiga sobre su pecho, salpique sus pantalones y moje con unas gotas las hierbas que resguardadas en la sombra han nacido dentro de la choza.
Tal vez algún día pueda arrojar lejos ésta vida que le acompaña y beber agua cristalina de un manantial en todo lo alto de la montaña más grande de la tierra, clavar allí la bandera de su pais y lógicamente la de su región, grabar su nombre y llamarle de esa manera a ese monte, conquistar en definitiva el mundo tal cómo hicieron en un lejano día sus antepasados.
Será admirado y notará el agradecimiento en sus oídos de los paisanos por haber llevado tan lejos el nombre de su patria chica.
De nuevo se acerca a la parva, el animal se ha detenido y de su boca sale una espuma blanca por lo que el muchacho le acerca un cubo de agua del que rápidamente bebe.
Tal vez pueda sentarse en un lugar dónde el sol no pegue tanto cómo lo hace allí, ha visto en algún prospecto que le ha llevado su tío, nada menos que de Barcelona, ha visto playas y en ellas cubiertas con unos bañadores, unas chicas, las más hermosas que jamás ha imaginado tomando una bebida en un vaso en el que se aprecia unos cubitos de hielo.
Con las manos, coge un puñado de paja y le mueve delante de su rostro para recibir algo de aire, antes de amarrar al animal al lado de la choza.
Alomejor puede llegar a ser Guardia Civil, cómo él, vestirá un bonito uniforme y será respetado por todo el mundo. Y en las horas libres paseará por aquella playa porque lógicamente se irá a vivir a esa ciudad, allí según los tan manoseados prospectos hay de todo. El los ha visto infinidad de veces, ha hurgado entre ellos, ha mirado de todas las maneras los impresionantes coches con marcas que no sabe leer porque se encuentran escritas en otro idioma que aprenderá.
Coge el viendro y comienza a amontonar la parva para que así pueda apalearla cuándo caiga un poco la tarde, ahora a las tres apenas se mueve el viento y sin embargo, en el atardecer sabe que soplará un poco, lo suficiente para separar la paja del grano al ser lanzado a lo alto.
Vestirá lujosos trajes y enamorará a bellas mujeres aunque tampoco le importaría hacerlo con paisanas suyas, de hecho, cuándo tenga dinero vendrá al pueblo y seguro que las enloquece a todas, más aún cuándo traiga un gran cochazo.
El polvillo al amontonarla se le mete por todo su cuerpo, es una picazón cómo si de cien hormigas bailando se tratase y eso no es nada comparado con el polvo que tragará cuándo con la criba proceda a sacar el resto de pajas que le quedan.
Arroja lejos la camisa y se deja mojar por el agua del botijo, después nuevamente se la pone porque sabe que el sol sin ella le quemará en un instante.
Se sienta esperar el atardecer, el amanecer y el día después que llegará con los mismos sueños, con las mismas esperanzas.
La parva no se mueve nada más que en el preciso momento en que el animal incansable pasa sobre ella con el fin de que el trillo del que tira, machaque el grano al desprenderse de su cubierta. Una hora tras otra sin respiro, el crío hecho hombre y sujetando la brida se deja llevar por la soñolencia del animal que con los ojos tapados se limita a repetir los pasos una y otra vez.
Sobre el cielo, azul y limpio, un avión ha dejado una estela blanca que comienza con un fino hilo para acabar abriéndose y formar de esa manera un abanico que poco a poco se pierde en la lejanía.
Algún moscardón asustado despierta de la siesta y se posa sobre el animal que mecánicamente golpea con el rabo hacia donde se encuentra. Sin embargo, ni uno quiere morir aplastado ni el otro desea que esto suceda, no podría vivir con la apatía de que nadie rompiese su silencio.
El muchacho mira al cielo y observa cómo la estela desaparece, sus ojos casi cerrados soportan sin problema alguno los rayos del sol aunque ahora se cubra con un ancho sombrero de paja.
Sueña, lo hace continuamente con un futuro que se acercará muy despacio a él, que le obligará a bailar al compás del viento y de la historia.
Algún día no muy lejano abandonará aquello, navegará incansable por los mares del mundo, conocerá historias fantásticas y sabrá de aventuras irrepetibles.
Puede que tal vez se convierta en astronauta, en aviador y manejará de esa manera aquellos monstruos alados que ni siquiera imagina cómo pueden llegar a ser.
Salta del trillo dejando el cabresto del animal enganchado a él y camina hacia el chozo levantado con ramas, sentándose en el suelo y quitándose los botos para sacudir las briznas de paja que se le han introducido dentro.
Después muy lentamente sujeta el botijo y lo levanta dejando que el agua fría al mismo tiempo que entra en su garganta caiga sobre su pecho, salpique sus pantalones y moje con unas gotas las hierbas que resguardadas en la sombra han nacido dentro de la choza.
Tal vez algún día pueda arrojar lejos ésta vida que le acompaña y beber agua cristalina de un manantial en todo lo alto de la montaña más grande de la tierra, clavar allí la bandera de su pais y lógicamente la de su región, grabar su nombre y llamarle de esa manera a ese monte, conquistar en definitiva el mundo tal cómo hicieron en un lejano día sus antepasados.
Será admirado y notará el agradecimiento en sus oídos de los paisanos por haber llevado tan lejos el nombre de su patria chica.
De nuevo se acerca a la parva, el animal se ha detenido y de su boca sale una espuma blanca por lo que el muchacho le acerca un cubo de agua del que rápidamente bebe.
Tal vez pueda sentarse en un lugar dónde el sol no pegue tanto cómo lo hace allí, ha visto en algún prospecto que le ha llevado su tío, nada menos que de Barcelona, ha visto playas y en ellas cubiertas con unos bañadores, unas chicas, las más hermosas que jamás ha imaginado tomando una bebida en un vaso en el que se aprecia unos cubitos de hielo.
Con las manos, coge un puñado de paja y le mueve delante de su rostro para recibir algo de aire, antes de amarrar al animal al lado de la choza.
Alomejor puede llegar a ser Guardia Civil, cómo él, vestirá un bonito uniforme y será respetado por todo el mundo. Y en las horas libres paseará por aquella playa porque lógicamente se irá a vivir a esa ciudad, allí según los tan manoseados prospectos hay de todo. El los ha visto infinidad de veces, ha hurgado entre ellos, ha mirado de todas las maneras los impresionantes coches con marcas que no sabe leer porque se encuentran escritas en otro idioma que aprenderá.
Coge el viendro y comienza a amontonar la parva para que así pueda apalearla cuándo caiga un poco la tarde, ahora a las tres apenas se mueve el viento y sin embargo, en el atardecer sabe que soplará un poco, lo suficiente para separar la paja del grano al ser lanzado a lo alto.
Vestirá lujosos trajes y enamorará a bellas mujeres aunque tampoco le importaría hacerlo con paisanas suyas, de hecho, cuándo tenga dinero vendrá al pueblo y seguro que las enloquece a todas, más aún cuándo traiga un gran cochazo.
El polvillo al amontonarla se le mete por todo su cuerpo, es una picazón cómo si de cien hormigas bailando se tratase y eso no es nada comparado con el polvo que tragará cuándo con la criba proceda a sacar el resto de pajas que le quedan.
Arroja lejos la camisa y se deja mojar por el agua del botijo, después nuevamente se la pone porque sabe que el sol sin ella le quemará en un instante.
Se sienta esperar el atardecer, el amanecer y el día después que llegará con los mismos sueños, con las mismas esperanzas.
Francisco Bautista Gutiérrez (San Fernando, Cadiz)
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