miércoles, 27 de enero de 2010

Nunca mires atrás

9:14 P.M. 31 de marzo de 2014.
Dos difusas siluetas se perdieron en la penumbra de la noche.
-¡Vamos, abuelo, date prisa! ¡Por favor, abuelito, más rápido!
La niña agarró con fuerza la mano del anciano, como si con este gesto pudiese traspasarle parte de su vitalidad.
-¡Casi no nos queda tiempo, abuelo! -exclamó. Estaba a punto de echarse a llorar.
El anciano, que apenas podía respirar debido a la precipitada huida, suspiró profundamente y esbozó una cansada sonrisa.
-Lo sé..., cielo..., tranquila..., lo conse... conseguiremos -y puso de nuevo en marcha sus atrofiados músculos, quizá por última vez en toda su existencia.
Su nieta tenía razón: era la única oportunidad que tenían.
Quedaban apenas dos minutos.
-¡Abuelo! Sabes el camino, ¿verdad? -dijo ella-. ¿Lo sabes? Por favor, no quiero perderme aquí, por fav...
-Sí..., cariño...., no te... preocupes..., vamos, va... vamos...
El complejo tecnológico no parecía tener fin. Angostos pasillos, ascensores fuera de funcionamiento y puertas de cristal blindado lo convertían en un laberinto insondable y angustioso. Última tecnología al servicio del arte de la opresión; a la medicina experimental de quien sabe que toda ayuda que puede recibir es poca.
¿Y quién puede necesitar más de la ciencia que los patriotas imperecederos, los expertos en la única guerra que el ser humano no puede ganar, la guerra contra sus semejantes?
Y yo contribuí a eso..., pensó el anciano. Éste es mi castigo... Desearía morir ahora mismo de un ataque cardíaco. Sería mi descanso, el fin de esta miseria.
Abuelo y nieta seguían corriendo con todas sus fuerzas. Sin desviar ni un solo instante su mente del caos que se avecinaba. Huir era la única solución frente a la creciente locura de verse atrapado y sin escapatoria cuando transcurrieran unos pocos minutos.
La niña, pese al trauma que portaba, estaba en perfectas condiciones físicas y motrices. El anciano corría con una mano en su pecho, tanteando los crecientes signos de alarma en su organismo.
Quiero morirme, quiero que esto acabe ya. No voy a poder soportarlo más...
Su corazón, al borde de sus maltrechas limitaciones, seguía, sin embargo, luchando por sobrevivir en aquél mundo hostil. Todo el cuerpo le dolía en punzadas inconexas y latigazos mentales que le atormentaban. Pero no moriría, no de esa forma.
Y además, estaba Alice.
La tierna y dulce Alice. ¿Y qué culpa tenía una niña de ocho años de todos sus errores? Su única desgracia había sido el ser nieta del prestigioso profesor Jeff Patrick Waters. El mismo hombre que había provocado la desgracia por la cual ahora huía, como la rata cobarde que aún se apega a su miserable existencia.
Rendirse significaba deshonrar -una vez más- el denigrado legado de los Waters. Rendirse era fallar a su nieta, la única razón por la que continuaba. Por ella, y su futuro.
La alarma programada de su sensor digital le sacó de su ensimismamiento.
Se paró en seco, intentando controlar la caótica respiración. Miró con una mueca de horror a su nieta.
-Es la hora, ¿verdad? -dijo ella.
-Sí..., cariño, yo...
La niña le tomó de la mano y tiró de él.
-¡Vámonos, vamos, abuelo! ¡Él ya ha empezado! ¡Él...!
Jeff se resistió.
-Alice, cariño... -intentó deglutir, sin éxito-. Pase lo que pase, sé fuerte, ¿vale? Te quiero mucho. Yo...
-¡Ya lo sé! ¡Vámonos, ya es la hora!
El anciano asintió, preparándose de nuevo para la huida. Esta vez la definitiva.
La caza había comenzado.

9:01 P.M. 31 de marzo de 2014.
¿Alice? ¿Dónde...?
-¡Alice! ¡Alice, dónde estás!
Jeff se giró y escudriñó un horizonte plagado de claroscuros. Sí, ahí estaba su nieta, de pie y esperando el infierno que acabaría con su vida. Jeff desconocía el porqué de tal pensamiento, pero sabía que así ocurriría. Como si ya lo hubiera vivido antes.
No podía retroceder mentalmente respecto a su situación actual. Una neblina invalidaba cualquier recuerdo anterior a un minuto atrás en el tiempo. Se veía a si mismo en mitad de la noche, huyendo junto a su nieta de una abominación que jamás debería haber existido.
El pensamiento, pese a no estar amparado por ningún recuerdo tangible, era tan veraz como su propia existencia. Dos presas en busca de una utópica libertad. Siempre juntos, el uno con el otro.
Excepto en esta ocasión.
Algo dentro de él le decía que Alice tendría que estar a su lado, cogida de la mano, corriendo sin detenerse ni mirar atrás.
Y sin embargo, la niña estaba a más de treinta metros de distancia.
¿Por qué se ha parado?, pensó. ¡Tenemos que huir, o él...!
-¡Alice, ven aquí! -gritó con todas sus fuerzas.
La niña empezó a darse la vuelta lentamente, como si saliese de un profundo trance. Cuando le vio, esbozó una amplia sonrisa. Agitó la mano en señal de saludo. Pese a la distancia y a la creciente oscuridad, Jeff comprobó que en verdad era un rictus provocado por la ansiedad. Alice temblaba y tenía leves tics en su pierna derecha.
Tras un leve titubeo, la niña abrió la boca para contestarle, pero no llegó a emitir sílaba alguna. Un gruñido inconexo y grotesco surgió a sus espaldas. El momento esperado había llegado.
Se dio la vuelta y, haciendo uso de toda la fuerza de voluntad que podía, forzó aún más su sonrisa.
-Hola... -dijo.
El ser, un ejemplar de dos metros y medio de altura y ciento cincuenta kilos de peso, avanzó un par de pasos hacía su presa. Su mirada era fría y penetrante. Nunca, nunca jamás, pestañeaba ni deglutía. Apenas respiraba más que en exiguos intervalos cada diez segundos.
-Hola... -repitió la niña-. Te... te estaba esperando.
Alzó un dedo tembloroso, señalándole.
Jeff veía todo esto desde la precaria seguridad de su retaguardia.
Dios santo, la va a matar. La va a matar delante de mis ojos... Pero soy tan cobarde que no puedo acercarme ni huir... Dios santo, Alice, ¿por qué...?
Contra todo pronóstico, el engendro no usó su abismal primacía sobre aquella endeble humana que tenía delante. Se llevó la mano a la zona izquierda de su rostro, rozando con delicadeza el material metálico de acero maleable. A continuación, acarició también la zona derecha, allí donde aún existían células vivas y tejido muscular.
-Soy Alice -dijo ella-. Llevo... llevo mucho tiempo esperándote...
-A...A...li... ¿Alice? -su voz, metálica y distorsionada, sonó confusa. En un gesto instintivo miró el brazo izquierdo, ahí donde antes de la catástrofe tenía un hermoso tatuaje con los nombres de... ¡No podía recordarlo! Frunció el ceño y gruñó; la sensación persistía, pero no veía nada. Ese amasijo de chips inteligentes no era su brazo. Su brazo... ¡Por qué no recordaba lo que le había pasado!
Y la criatura que tenía delante...
-A... ¿Alice?
-Sí, Alice... -murmuró la niña. Empezó a llorar-. ¡Soy Alice, papá! ¡Soy yo! ¿No me recuerdas?

9:03 P.M. 31 de marzo de 2014.
"¡Soy Alice, papá! ¿No me recuerdas?"
El engendró la miró sin comprender, sin saber cómo reaccionar frente a aquel inesperado y desconocido estímulo que sentía. Tras unos segundos de duda bajó la vista al suelo, atravesando con sus pensamientos y destrozados recuerdos lo que sus ojos le mostraban.
-Papá, por fav...
-¡Alice, corre! -chilló una voz a lo lejos-. ¡Esa cosa ya no es tu padre!
El malogrado caído levantó furioso la mirada, escudriñando con intensidad el horizonte. Sí..., conocía esa voz, la conocía muy bien. Era la voz que le había acompañado durante el inagotable dolor del pasado. La voz de su despertar y desdicha. Su punto de partida y su meta. Él.
-J...J...Jeff -murmuró. Apretó los puños y flexionó ligeramente los músculos, en una clara actitud predadora. Su mirada había vuelto a obtener ese brillo propio de la aniquilación indiscriminada.
Empezó a andar en dirección al paralizado anciano. Pasó casi rozando a la niña, sin dedicarle siquiera una fugaz mirada. Tenía un claro objetivo.
-¡Espera! -gritó ella, en vano.
Armándose de un valor que jamás habría creído posible, Alice agarró del brazo a eso -pues ya no se le podía considerar humano- que durante años había sido su padre. Un buen padre, cariñoso y justo.
-¿Recuerdas los juegos del escondite? -dijo, sorprendiéndose de sus propias palabras. Era la primera idea que le había venido a la cabeza.
El humanoide dejó de andar. Su mirada estaba perdida en el horizonte.
-¿Los recuerdas? -exclamó ella-. Yo me escondía, y tú contabas hasta diez y luego me... -contuvo las lágrimas. No era el momento de echarse de nuevo a llorar- me buscabas hasta encontrarme, y entonces eras tú el que te escondías. ¿Recuerdas?
Se giró para mirarla.
-Es... escondite...
-Sí, el escondite. ¿Quieres... quieres jugar?
El ser titubeó.
-No te preocupes... papá. Yo te enseñaré de nuevo a jugar. Eras muy bueno.
Me encontrabas siempre, me escondiese donde me escondiese. Y no tardabas mucho..., pensó. Un escalofrío le recorrió la espalda. Ahora las cosas eran muy distintas. No estaba en juego la competitividad de los participantes, sino la hipotética tregua de la supervivencia.
-¿Vale? ¿Te enseño? -preguntó ella, tras un par de segundos de incómodo silencio.
-S... sí.
Así lo hizo.
Las reglas no fueron todo lo beneficiosas que Alice hubiese querido, pero les daban una escasa posibilidad de éxito. Diez minutos; ése es todo el tiempo que Alice consiguió reunir. Diez minutos en los que el engendro permanecería inactivo. Diez minutos de huida, de aumentar la distancia entre la bestia y su presa. Pero nunca de escapar definitivamente de ella. El ser les seguiría hasta donde fuesen y desde donde estuviese. Sus instintos modificados, así como su evolución genética aseguraban la exacta localización de la presa. Lo que luego ocurriera...
Diez minutos. No podían ser más porque el ser había empezado a mostrar signos de clara hostilidad al respecto. Iba en contra de su programación, destinada a masacrar e imponer su primacía.
Este juego de niños era... Bueno, recuerdos de un pasado que, de un modo u otro, seguían permaneciendo en su subconsciente, sin llegar nunca a tomar el mando.
Alice sabía que era su única -su última- oportunidad.
-¿Lo has comprendido?
Un gruñido fue la única respuesta que obtuvo. El ser empezaba a mostrarse cada vez más agresivo. Tenía los dientes apretados, como si estuviese bajo una fuerte tensión.
-Bien... me voy entonces... Diez minutos.
-¡La...lárgate! -gritó el futuro asesino. Casi parecía en verdad una súplica.
No había opción para los pasos en falso. Alice corrió hacía la creciente oscuridad de la noche, alejándose lo más rápido que podía, sin mirar atrás.
¿Dónde está? ¿Dónde...?
Entonces le vio. Había permanecido oculto, en completo silencio, observando incrédula toda la escena entre su nieta y su propio y malogrado hijo.
Jeff la miró de arriba a abajo, sin decir nada. Abrió la boca y la volvió a cerrar.
-Diez minutos -murmuró ella. Cogió la mano de su abuelo y ambos emprendieron de nuevo la huida.
No había tiempo para más.

9:16 P.M. 31 de marzo de 2014.
El ser abrió los ojos y miró a su alrededor. Nada. Nadie. Una soledad obligada y envuelta en las brumas de la noche. Pero no por mucho tiempo.
Había llegado la hora.
Flexionó sus músculos, realizando unos cuantos ejercicios breves con la cadera y el cuello. ¿Y por qué no? Podía permitirse el perder unos segundos más. Un buen soldado es aquél que se presenta a la batalla con todas sus percepciones y capacidades al máximo. Y él era el mejor.
Aquella niña... ¿Cómo se llamaba? ¡No podía recordar el nombre! Dato indiferente; desechado. Aquella niña le había instado a una modificación en su registro psíquico, ampliando el margen de la contienda y de su propia existencia; al fin y al cabo, era la víctima. Una de ellas.
Pero primero iría Jeff.
Datos primarios: Varón de 71 años con fractura desplazada de Fémur. Consecuencia: irrelevante y/o no suministrada al sistema. Grupo sanguíneo Rh+. Hipermetropía: seis dioptrías. Miopía: tres dioptrías. Doctorado en Genética, Bioquímica y Biotecnología. Grado laboral: Director Jefe del Grupo de Investigaciones "Giskard". Funciones y cometido: información codificada.
El ser maldijo sus limitaciones. No más datos impresos en su psique. Y sin embargo, eran más que suficientes para que cumpliese con su cometido.
Alzó la cabeza, dejando que sus sentidos actuasen de brújula. Sí..., restos caloríficos en dirección noreste. Ahora la distancia entre ambos era muy acusada, pero eso no menguaba en un ápice las probabilidades de éxito. Muy al contrario, otorgaba un placer irresistible al verdugo; el reto aumentaba y por tanto también el mérito de la hazaña. Era por esto -estaba seguro- por lo que había cedido a la petición de... ella. Quienquiera que fuese.
Jeff...
Conseguiría cumplir la única misión que estaba registrada en su sistema, pese a no contar con los útiles predeterminados. ¿Dónde estaba su ejército, su avanzadilla y retaguardia? Estaba solo y sentía la necesidad de comunicación y mandato con un regimiento invisible.
Quizá era una prueba para poder demostrar sus aptitudes. Un "comando Alfa" que hiciese valer en sangre su propio precio. Quizá...
Proyectó una imagen tridimensional de sí mismo en su mente. A priori era una bestia asesina con una herencia humana evolucionada. El lado izquierdo de su ser, formado por metachips de silicio integrado, difería con el derecho, que, contra toda lógica racional, no era más que endeble tejido muscular. Su diseño externo había disimulado esta grotesca diferencia creando una piel sintética adaptada a los metachips, semejante a la humana. Pero, pese a esto...
¿Por qué? ¿Qué razón tenía para crear un híbrido, y no un ser perfecto en su totalidad?... ¿Qué razón había para que su creador fuese a su vez su primer y único objetivo?
Preguntas de imposible respuesta con los datos actuales. Ya pensaría más adelante en todos estos complejos interrogantes.
Mientras tanto, quedaba una jugosa tarea que realizar.
El ser se puso, ya sí, en movimiento, primero con pasos lentos, poco después a nivel de carrera atlética.
Les encontraría, claro que sí. El tiempo jugaba a su favor. Su fisicoquímica avanzada sobre el olor de su presa era su ruta maestra, sin imprevistas incertidumbres respecto a su posición geofísica.
Y los humanos eran tan proclives a los errores...

9:19 P.M. 31 de marzo de 2014.
¡Dios santo! ¿Qué? ¡No...! ¡No puede...!
-¿Abuelo? ¡Abuelo, qué te pasa! ¡Abuelito!
Jeff se paró en seco y cerró los ojos. Se llevo ambas manos a la cabeza, como si sufriera un ataque agudo de migraña. Inspiró profundamente en exiguos intervalos, intentando insuflar a sus pulmones toda la vida que le permitía su fatal situación.
Habían recorrido ya casi todo el centro de investigaciones. Con paso quejumbroso pero bendecido por una orientación milagrosa, habían dejado atrás, sin titubeos, todo un laberinto de secciones y desniveles. Última trampa de una base destinada a permanecer en el más alto secreto, sin muchas opciones para que un inoportuno espía consiguiese escapar indemne.
Ahora, sin embargo, la parada resultaba forzosa.
No... ¡Lo ha logrado! ¡Esa bestia...!
Alice se abrazó a él.
-¡Abuelito, qué te ocurre! No te pongas malo, no...
-Está bien... Alice -replicó. Seguía con los ojos cerrados-. No es nada... sólo... Sólo estoy recuperando fuerzas.
E intentando no morirme, pensó. A duras penas podía soportar el intenso dolor, pero debía afrontarlo. Conocía de sobra lo que le estaba pasando; justo por ello no podía contárselo a Alice. Su predicción más agorera se había cumplido, y con creces.
No vas a ver el camino, Hum3. No lo voy a permitir.
-¿Por qué... por qué tienes los ojos cerrados?
Jeff se obligó a forzar una sonrisa.
-Por el cansancio, Alice. Las personas mayores descansan así
Una mentira como otra cualquiera, pero surgió efecto. Pobre Alice... ¿Y cómo iba a decirle que no sólo era su propio padre el que ocasionaba su tormento, sino que, de un modo imposible de explicar para un niño, había conseguido sintonizar con su mente y ver a través de sus ojos? La misma criatura que ahora correspondía al nombre de "Hum3", el prototipo perfecto del mayor depredador con diferencia de la historia: el ser humano.
Jeff no pudo más que admirar horrorizado la perfección de tal apartado en el ser. Un mecanismo de gravedad alfa, destinado como un último recurso en las misiones más peligrosas o complejas. El engendro estaba usando todos sus recursos, pese a no tener necesidad imperiosa de ello. Quería ganar la contienda a cualquier precio, sin atisbo de error.
Sintonización psíquica con su objetivo primario, del que dispondría de todos los datos necesarios. Voyeur patógeno de la visión de su huésped, conociendo de este modo su posición exacta y su entorno. No podía manejar sus ojos, pero sí registrar cada uno de sus movimientos y reproducirlos en su propia mente.
También, con el uso adecuado, podía causar la muerte por infarto cerebral. Si quería.
No, eso no lo harás. Me quieres matar con sus propias manos, ¿verdad, maldito engendro? Te complace verme sufrir, pero no...
Alice le estaba tirando de la manga con insistencia.
-¡Tenemos que irnos, abuelito! ¡Abre ya los ojos y vámonos!
-No... No puedo hacer eso.
-¿Tan cansado estás?
-Sí, un poco... -oh, cariño, si tú supieras...-. Ve y huye. Yo estoy demasiado cansado y viejo como para...
La niña empezó a sollozar.
-¡No, no! ¡Tú... tú te vienes! ¡No te... no te voy a dejar aquí solo!
-Alice...
-¡Dame la mano! ¡Ya... ya estamos a punto de salir, queda... queda muy poco! ¿Verdad?
-Sí, cariño, sí...
Pobre niña... No lo sabe, pero tiene la esperanza de que sea así. Es su forma de darle ánimos a este pobre viejo.
Jeff se permitió un atisbo de sonrisa. La primera verdadera en mucho tiempo.
-Está bien, vamos.
-Lo conseguiremos, abuelito. ¡Somos muy listos! ¡Sobre todo tú!
Jeff tanteó con su mano y acarició con cuidado la cabellera de la niña. tal como un invidente auténtico haría.
-Sí, cariño -respondió-. Somos muy listos, tienes toda la razón.
Y ésa es la causa de todo este infierno..., pensó. Tenía un nudo en la garganta. De no ser por ella -por su fortaleza-, se habría venido abajo definitivamente.
-Lo conseguiremos -repitió Alice en un susurro.
-Muy listos... -murmuró él-. Vamos.
Alice le cogió de la mano y emprendieron de nuevo la huida.

9:22 P.M. 31 de marzo de 2014.
-¡Mira, abuelo, abre los ojos!
-¿Qué...?
-¡Ábrelos, es importante!
Pese a su reticencia, Jeff obedeció. Ahora el depredador sabría dónde estaban.
-¿Qué es lo que...?
-¡El coche, abuelo! -señaló un viejo modelo a gasolina-. ¿Lo ves?
Jeff frunció el ceño, intenta discernir el horizonte. Extinguida casi por completo la luz solar, la oscuridad en el recinto era ahora casi total. Ninguna de las luces artificiales creadas por el hombre funcionaban en aquel lugar maldito. Y Nunca más lo harían.
-El co... ¡Sí, ahora! Excelente vista, Alice.
La niña sonrió y le empezó a tirar de la manga.
-¡Vamos, vamos!
Veinte metros, diecinueve, dieciocho.... Cada paso era un triunfo más contra el tiempo y su opresor. El anciano, con los ojos ya abiertos por impuesta necesidad, jadeaba en arrítmicas contracciones. Un vehículo... La salvación temporal contra su desdicha. Pero no la definitiva. Hum3 les perseguiría hasta el último confín del planeta. Por tierra mar y aire. En otro vehículo o a pie.
Eso, claro está, si conseguían hacer funcionar el coche.
-¡Abuelo! ¡Ya viene, lo siento! ¡Abuelo!
-Lo sé, cariño... -respondió éste, sin llegar a volverse.
Forcejeaba con la cerradura electrónica del vehículo. A priori, todos los coches del recinto se habían diseñado en base a un sistema de seguridad y uso genérico para el personal autorizado. Jeff Patrick Waters tenía la máxima graduación de los presentes, pero eso no le otorgaba inmunidad frente a los siempre imprevisibles fallos electrónicos.
-¡Jeff! -gritó una voz a sus espaldas.
No voy a volverme... tengo que abrir el coche, tengo que...
-¡Jeff!
-¡Abuelito, es él! ¡Es él!
-¡Ya lo sé! -exclamó-. ¡Cállate ya!
Alice enmudeció.
-¡Jeff!
La voz sonaba cada vez más fuerte. Veinte metros, dieciocho, dieciséis...
Cuando ya daba todo por perdido, al fin consiguió abrir la cerradura electrónica del coche.
-¡Vamos, Alice! ¡Sube!
-¿Funciona? -murmuró ella, mientras se recostaba en el asiento trasero.
-Ahora lo veremos...
Giró la marcha automática, apretó el embrague... y sí, a la primera, el coche empezó a moverse, primero con una lentitud angustiosa, más tarde con la efectividad necesaria para tan precipitada carrera.
Por el sucio retrovisor se podía ver la figura cada vez más diminuta de su perseguidor. Infatigable, continuaba corriendo tras su presa. Ya no gritaba; necesitaba ahorrar fuerzas.
La niña se acurrucó, luchando por contener las lágrimas.
El anciano apenas se percató de esto. Pese a la gravedad de la carrera, conducía de un modo autómata, destinando apenas una leve proporción de sus sentidos al volante.
Tenía una idea en mente.

9:26 P.M. 31 de Marzo de 2014
Alice era incapaz de dormirse. Ni siquiera de adormilarse.
Estiró los brazos y abrió lentamente los ojos. El recuerdo seguía fresco en su memoria. No podía dejar atrás las visiones que le atormentaban, círculos eternos de ¿un pasado que no recordaba? ¿Una ensoñación provocada por la tensión? No podía saberlo.
Cada vez que cerraba los ojos, veía sus rostros, fríos e impenetrables; decididos. Rostros anónimos y llenos de ira que les rodeaban, con sus fusiles y armamento de alta tecnología. Como los perros que cercan y vigila a las impetuosas ovejas. Quizá, como los lobos que preceden a su sangrienta acometida.
Su abuelo, segundo, más no último partícipe de tal prisión humana, no hacía más que gritar improperios de todo tipo. Se sentía ultrajado y furioso. Alice no podía entender lo que estaba diciendo, pero sabía que ella también participaba en el juego, pues la señalaba con el dedo continuamente.
La tercera y última oveja descarriada era el ser ahora llamado Hum3. Su padre.
Estaba ¿recostado, tumbado? No podía saberlo a ciencia cierta. Permanecía alejado de su visión, sólo un exiguo fragmento de una mesa llena de cables con su padre encima. Despierto e inerte.
Alice recordaba haberle mirado... y él había correspondido al gesto. Una fugaz mirada de reconocimiento bañada por una aparente indiferencia. Ningún sentimiento expresado. Aunque, a decir verdad, por momentos parecía que...
No, no podía seguir con estos pensamientos. ¡Ni siquiera sabía si había ocurrido o no! ¿Y por qué venían una y otra vez a su mente? ¿Acaso su abuelo también pensaba en eso? No le había dicho nada; no habían podido apenas hablar. ¿Por qué...?
Consciente de lo inútil y doloroso que era el adormilarse, se desesperezó y miró a su abuelo con renovado interés. Conducía a la máxima velocidad que podía, con los ojos fijos puestos sobre un insondable horizonte plagado de claroscuros. Una autovía estatal sin rumbo ni final, con los escasos metros de visibilidad que proporcionaban los faros delanteros del vehículo.
¿Qué piensas, abuelito? ¿Qué recuerdas?
-Abuelo...
-¿Umm? -murmuró éste, sin desviar en un ápice su mirada de la calzada.
-Abuelo, todo esto terminará, ¿verdad? Yo... yo no quiero seguir viviendo así. Yo...
-Todo terminará, Alice... No te preocupes por eso -dijo en un tono neutro, como si fuera un robot de seguridad pidiendo credenciales.
A continuación hizo algo que Alice nunca hubiera creído posible: estalló en una gran carcajada para después, apenas simultáneamente, empezar a sollozar.
-... ¿Abuelo?
Jeff hizo una profunda inspiración.
-Alice, sabes lo que pasará si yo me muero, ¿verdad? ¿Lo sabes?
-¡Abuelo, no digas eso! ¡Tú no...!
Él la mandó callar con un rápido movimiento de su mano derecha.
-Si me muero, Alice, tú también morirás. Porque tu... ese ser, viene a por nosotros y no descansará hasta acabar su cometido. Pero no se limitará a matarte, ¿entiendes? -estaba empezando a gritar-. ¡No sólo te matará, te hará mucho daño! ¡Te hará sufrir muchísimo! ¿Entiendes? ¿Entiendes?
-¡Abuelo!...
-Alice, no podemos seguir así; es absurdo. No podemos huir de él por siempre... Quiero que sepas una cosa, cariño, te quiero muchísimo y daría mi vida por ti si eso te salvase. Pero no serviría de nada. No para alguien como él. Y no voy a permitir que eso suceda. Quiero que sepas todo esto antes de que... -se giró y esbozó una grotesca mueca que pretendía ser una sonrisa.
-¿Abuelo? ¿Qué...?
-Siento mucho todo esto, Alice, de veras que lo siento. ¿Puedes hacerle un último favor a este pobre anciano?
-Sí...
-Túmbate como estabas antes y cierra los ojos, ¿de acuerdo? No los abras por nada del mundo, no te muevas. ¿Lo harás? Te lo pido por favor.
Alice asintió con un débil movimiento de cabeza. Estaba temblando, horrorizada por la extraña expresión en la voz de su abuelo. Jamás le había visto así.
-Sí, a-abuelito, haré todo lo que... lo que tú me digas. L-lo que sea.
-Quizá no toda la estirpe de los Waters esté maldita... -murmuró.
-¿Abuelito?
-¿Estás tumbada y con los ojos cerrados?
-Sí. -Decía la verdad.
-Gracias... Por favor, a partir de ahora mantente en silencio. Ya... ya te avisaré.
Jeff concentró de nuevo toda su atención en la autovía de doble sentido. La separación entre ambas direcciones era un mero formalismo. De hecho, Jeff había envejecido oyendo las temerosas quejas de los conductores. Cuando un accidente ocurría, no era el primero, ni por desgracia el último.
Vamos, vamos...
Lo encontró. Venía a la velocidad justa.
Nunca he creído en ti, pero por favor, Señor, si existes, no permitas que queden secuelas. Ayúdame a terminar de una vez con esto.
Midiendo los tiempos con exactitud enfermiza, sabiendo que estaba apostando a todo o nada, dio un vuelco al volante cuando la inocente víctima que sería su redentor estaba apenas a poco más de un centenar de metros.
Y perdóname por lo que les voy a hacer, pensó, en el último instante.
Ambos coches se encontraron en un mismo punto, uno contra el otro. De frente. Jeff cerró los ojos y reprimió un grito no de terror o agonía, sino de auténtico júbilo.

Pasados unos segundos, todo seguía igual.
Muy asustado, al borde de perder los nervios, abrió los ojos.
No... No puede ser...
Seguían en la carretera, circulando por el carril prohibido de dirección contraria.
Incapaz de pensar con normalidad, miró por el retrovisor y vio una diminuta mancha lumínica en la retaguardia. Cada vez más pequeña, y más, hasta que ya apenas se podía divisar.
Era el coche contra el que había intentado chocar.
Les había atravesado sin producir ningún rasguño.

De Lo que el ojo no ve: conspiraciones y secretos del gobierno, por Dave Ulrich. Editorial Alma Mater, 2012. Extracto de las páginas 98-103.

...Tampoco podemos olvidarnos del llamado "caso de las luces fundidas", conocido, a buen seguro, por usted, querido lector. Un insólito acontecimiento que ha llegado a rivalizar incluso con el famoso Área 51 del Condado de Lincoln, Nevada.
¿Qué ocurrió realmente? ¿Qué nos ocultan?
Como se puede apreciar en la siguiente fotografía (A25), éste es el actual estado de la base. A priori no es más que un lugar abandonado, desértico. Nadie diría que apenas un par de años atrás estuvo habitada y a pleno rendimiento. Es una analogía actual de los arcaicos pueblos fantasmas del siglo XIX y comienzos del XX.
Y sin embargo, el pasado de este lugar dista mucho de su penosa situación actual.
La siguiente fotografía (A26) es de enero de 2010, y muestra un lugar rebosante de vitalidad, con continuos movimientos de tropas. La tecnología del recinto, como se puede apreciar (A27 y A28), estaba a la vanguardia en cuanto a infraestructura y posibilidades.
La pregunta, de nuevo, resulta obligada. ¿Qué ocurrió en realidad? ¿Por qué se abandonó a su suerte un complejo de tales características?
No lo sabemos. No quieren que lo sepamos.
Existen hipótesis para todos los gustos. Se afirma que en verdad la base era un centro terrorista camuflado, y que el gobierno realizó un acto de sabotaje conjunto. Otra teoría es la de que el gobierno mantenía actividades ilegales y, ante la amenaza de una divulgación pública, no tuvo más remedio que destruir todas las pruebas posibles, sin dejar rastro.
Nuestra posición al respecto se basa en la prudencia del observador. Pese a esto, y en base a nuestras investigaciones a lo largo de estos años, podemos remarcar lo siguiente:

1.- El complejo estaba dedicado a investigación militar avanzada. Nuevos tipos de armamento, de estrategias, drogas... La información al respecto es parca y confusa, pero todas las opiniones recibidas coinciden en el trasfondo bélico.

2.- Algunos cuerpos caídos en combate fueron llevados a la base. Numerosos testigos anónimos afirman haber presenciado e incluso efectuado el traslado de dichos cuerpos. No han querido proporcionar más detalles.

3.- La situación interna en los últimos meses, antes de su inesperada caída, era de un continuo y creciente malestar entre el personal autorizado. De nuevo, nadie ha querido entrar en detalles, pero todo indica que fue debido a una mala gestión interna. Quizá un despotismo laboral propio de los empresarios de la revolución industrial. Puede que en verdad un proyecto equivocado que no contaba con el respaldo general.

4.- Hemos entrevistado a casi un centenar de personas. Todas, sin excepción, se han negado a comentar nada acerca del incidente del 31 de marzo de 2010. Una profunda oscuridad es la única respuesta a todas nuestras preguntas.

Si bien no hay nada claro en este turbio asunto, podemos tener una cierta idea de qué ocurrió ese día. Por qué, de un día para otro, la base se abandonó a su suerte, prohibiéndose expresamente la entrada a cualquier tipo de persona, antaño personal autorizado o no.
A día de hoy, apenas dos años después de la tragedia, es un lugar a evitar, algunos pobres ignorantes dicen incluso que está embrujado. Pero lo único cierto es el insólito suceso de una gran familia que vio como todas sus bombillas se apagaron de golpe, ese 31 de marzo de 2010...

De Espíritus y apariciones, por Norma Carroll. Editorial Theilax, 2007. Extracto de las páginas 24-26.

Debo aclarar un concepto que mis clientes me han preguntado muchas veces. Los espíritus errantes, ésos que comúnmente llamamos apariciones, en la mayoría de los casos son víctimas, no verdugos.
En mi calidad de espiritista he tenido la oportunidad de comunicarme con personas fallecidas que no han podido obtener el descanso eterno. No es la ira o el deseo de hacer daño lo que les impide dejar nuestro mundo, sino la desorientación. En la mayoría de los casos el muerto no sabe de qué murió. A veces ni siquiera sabe que está muerto.
Me he comunicado con niños de poblaciones rurales que fueron atropellados por un tren, mientras jugaban en la vía con sus amigos.
Me he comunicado con víctimas de guerra que murieron despezados tras los daños colaterales de una bomba enemiga.
¿Saben una cosa? Esa gente no deseaba morir. No esperaba morir. Su sufrimiento es el del desamparado. Sólo por un momento imagínense en su situación. Lo único que quieren es poder descansar en paz.
Por desgracia, no pueden hacerlo. Viven una y otra vez los mismos sucesos que desencadenaron su fallecimiento, reviven la escena con la misma intensidad del primer momento. ¡Ellos creen que están vivos! Y sin embargo, una y otra vez vuelven a sufrir la misma agonía inconclusa.
Es un ciclo que, en condiciones normales, nunca acaba. Se necesita de la ayuda de espiritistas muy capacitados para poder parar el curso de tal maldición.
Cabe destacar que la influencia del espíritu suele quedar restringida al área de su muerte. En algunos casos se han percibido alteraciones psíquicas en movimiento, pero es un hecho muy poco habitual.
Estos entes no son peligrosos. No tenemos nada que temer de ellos. Las personas más sensitivas pueden llegar a sentirlos, ya sea viéndolos como una sombra a sus espaldas u oyendo una especie de lamento lejano, pero nada más. Un espíritu errante no atacará a ningún ser vivo, a no ser que éste sea el causante directo de su muerte o tenga una deuda de sangre que pagar. Pero, como ya he explicado antes, estas almas en pena no saben lo que les ocurrió, así que difícilmente pueden culpar a nadie.

Otro caso muy distinto es el de los espíritus malignos, los cuales, pese a ser también espíritus errantes, son plenamente conscientes de su muerte y albergan un gran odio interno. Estas almas no buscan el descanso eterno, sino venganza.
Rezo porque ningún lector tenga que vérselas nunca con ninguno de ellos.
Si, Dios no lo quiera, esto ocurriera, lo primero que tendríamos que hacer es, ante todo, no perder la calma y..

10:02 P.M. 31 de Marzo de 2014
-¿Diga?
-¿Ronda?
-Sí, soy yo... ¿Anne, eres tú? Tienes la voz tomada.
-Sí...
-¿Estás bien? ¿Qué pasa?
-Ronda... tengo mucho miedo...
-¿Qué ocurre? ¿Es por Bill? ¿Ha estado de nuevo bebiendo?
-No, Bill no está en casa. Es... Bueno...
-¿Estás llorando? Me estás asustando.
-Hace un par de horas escuché... escuché unas voces. Pero no hay nadie cerca, ya sabes... mi casa está al lado de la autovía, es muy solitaria...
-Y muy proclive a los ruidos, Anne... Los autoestopistas se pueden salir un poco del rumbo. ¿Por eso me llamas?
-¡Ronda! ¡Los oí en... en casa! ¡En este mismo cuarto! Una niña que decía: "Abuelo, ¿cuánto queda?" una y otra vez. No lo he soñado... Dios santo, su tono de voz era tan... tan triste y apagado... Luego, alguien... no sé, le respondió con un profundo suspiro. Dios santo... He intentado todo este tiempo creer que no eran más que imaginaciones mías... pero...
-Anne, si esto es una broma, es de muy mal gusto.
-¡No es ninguna broma! ¡Y tampoco estoy loca! Eres mi mejor amiga, no tengo otra persona a la que contárselo. Además...
-¿Qué más ocurre?
-Yo... ahora estoy sintiendo otras cosas... Es... es otra sensación... Tengo mucho miedo... Creo que hay alguien en la casa. Alguien que no... ¡que no veo! ¿Entiendes?
-Escúchame, Anne, voy a verte, ¿vale? No te muevas de tu casa. No sé qué te ocurre, pero...
-¡Ya está aquí! Está a mis espaldas... lo sé... yo... ¡Ronda, ayúdame! ¡Qué hago!
-¡No te va a pasar nada, Anne! Tranquilízate. Ahora mismo voy a tu casa y lo hablamos tranquilamen...
-¡Dios santo! ¿Qué...? ¡No!...
-... ¿Anne? ¡Anne, responde! ¡No tiene ninguna gracia!... ¡Anne, qué son todos esos ruidos!... ¡Anne!... ¡Anne!...


Juan Miguel Pascual (Madrid)

No hay comentarios:

Publicar un comentario