Félix era el dueño del mejor sofá que había en la sala. Allí disfrutaba de su siesta diaria sin ser molestado por nadie.
Comía el primero y siempre su plato favorito. Lucía un aspecto envidiable: sano limpio y perfumado.
Vivía en el seno de una familia acomodada compuesta por un matrimonio de mediana edad y tres hijos tan juguetones como él.
Sin embargo, Félix estaba triste, no le permitían salir a la calle por temor a que no regresara y envuelto en un amor narcisista, vivió durante años.
Un día quiso tomar el sol y salió al balcón, sentía el calor de sus rayos, cuando de pronto, entre la multitud, le pareció ver a un semejante.
Se lanzó desde un tercer piso en su busca pero solo logró romperse una pata.
Se arrastró dolorido hasta el portal, esperando la llegada de algún vecino, quien llegó fue la noche, le meció entre sus brazos hasta que rendido se durmió.
Al amanecer, despertó en otros brazos, eran las lindas patitas de una gata, tan similar a él, que le entró un pánico tremendo.
- ¿Quien eres? -preguntó Félix.
- Una gata ¿no lo ves? Le contestó lamiendo su pata herida...
Nadie los vio desde entonces.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
sábado, 30 de enero de 2010
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