Juan adoraba el verano, la Semana Santa, los puentes, las fiestas de guardar e incluso los domingos. Todo aquello que implicara vacaciones era de su agrado. Sin embargo, no le ocurría lo mismo con esas fechas tan señaladas que son las Navidades. Odiaba todo lo relacionado con dicha festividad, desde sus dulces hasta los especiales de la tele. No hacía ninguna cena especial por Nochebuena, no se reunía con sus familiares y seres queridos, no gastaba inocentadas y nadie se atrevía a gastárselas, la noche de Año Nuevo era otra cualquier para él, y ni siquiera recibía regalos el día de Reyes, pues enseguida los tiraba a la basura. Nadie conocía la razón de ese odio hacia la Navidad, pero todos lo respetaban y nadie le hacía comentarios de ningún tipo. Hasta las últimas Navidades.
Para empezar, el día de Nochebuena llamaron a su puerta. Era un grupo de niños que pedían el aguinaldo, mientras cantaban villancicos. Lo que él más odiaba. En cuanto comenzaron a entonar el “Noche de Paz”, cerró la puerta con firmeza y sin compasión por esos pobres niños, que veían de un orfanato.
Tras ello, puso la televisión, y en todos los canales emitían alguna película con Papá Noel de por medio. Apagó la televisión bastante molesto y se dispuso a encender la radio, donde sonaba el concierto de Navidad. Parecía que todos se habían puesto de acuerdo contra él.
Fuera de la casa, los niños seguían cantando villancicos, de modo que Juan salió y les echó a patadas. Pensando que se encontraba solo, una vecina suya se acercó a la casa y le ofreció unos polvorones. Por segunda vez ese día, el hombre que odiaba la Navidad dio un portazo al cerrar.
Por la tarde salió a la calle y no pudo esconder su ira al ver cómo sus vecinos celebraban que les había tocado la lotería de Navidad, cantando villancicos. Todo estaba nevado, hacía frío y la gente por las calles iba con gorros de Santa Claus o disfrazada de los Reyes Magos.
Su odio iba in crescendo y llegó a su punto álgido cuando regresó a casa. Su familia le esperaba en la puerta. Querían celebrar una cena todos juntos, pero él se negó. Puso la tele y al ver el especial de Raphael, cogió su escopeta, apuntó a la pantalla y apretó el gatillo.
Tenía que hacer unas compras y fue al supermercado. Al llegar, todo el mundo iba vestido como Santa Claus y sólo sonaban villancicos por megafonía. Y él llevaba su escopeta. La masacre fue tal, que tras aquel año no se volvieron a celebrar las fiestas navideñas en aquel lugar. Juan estaba en la cárcel, pero había salido victorioso.
Para empezar, el día de Nochebuena llamaron a su puerta. Era un grupo de niños que pedían el aguinaldo, mientras cantaban villancicos. Lo que él más odiaba. En cuanto comenzaron a entonar el “Noche de Paz”, cerró la puerta con firmeza y sin compasión por esos pobres niños, que veían de un orfanato.
Tras ello, puso la televisión, y en todos los canales emitían alguna película con Papá Noel de por medio. Apagó la televisión bastante molesto y se dispuso a encender la radio, donde sonaba el concierto de Navidad. Parecía que todos se habían puesto de acuerdo contra él.
Fuera de la casa, los niños seguían cantando villancicos, de modo que Juan salió y les echó a patadas. Pensando que se encontraba solo, una vecina suya se acercó a la casa y le ofreció unos polvorones. Por segunda vez ese día, el hombre que odiaba la Navidad dio un portazo al cerrar.
Por la tarde salió a la calle y no pudo esconder su ira al ver cómo sus vecinos celebraban que les había tocado la lotería de Navidad, cantando villancicos. Todo estaba nevado, hacía frío y la gente por las calles iba con gorros de Santa Claus o disfrazada de los Reyes Magos.
Su odio iba in crescendo y llegó a su punto álgido cuando regresó a casa. Su familia le esperaba en la puerta. Querían celebrar una cena todos juntos, pero él se negó. Puso la tele y al ver el especial de Raphael, cogió su escopeta, apuntó a la pantalla y apretó el gatillo.
Tenía que hacer unas compras y fue al supermercado. Al llegar, todo el mundo iba vestido como Santa Claus y sólo sonaban villancicos por megafonía. Y él llevaba su escopeta. La masacre fue tal, que tras aquel año no se volvieron a celebrar las fiestas navideñas en aquel lugar. Juan estaba en la cárcel, pero había salido victorioso.
Mario Parra Barba (Miguelturra, Ciudad Real)
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