Aquella noche de otoño, el viento soplaba fuertemente contra los cristales, recordando una historia marcada por la vida, en su interior existía una niña que luchaba por crecer, por sentir el aroma de los campos, por hacerse mujer, por descubrir los encantos del amor compartido en las melancólicas hojas que caen también en otoño como un sueño que no se quiere olvidar. El escenario de aquella mansión hace treinta años, dejo de verse ensombrecida por la soledad; recuerdo la musicalidad del ambiente, el suave aroma de las flores y ¡aquella voz!, ¿Quién podría olvidarla?, envuelta en un profundo misterio.
La he visto muchas veces en mis sueños tocando la triste melodía que compartíamos y mirándome fijamente a los ojos con una firme serenidad, me devolvía la paz tantas veces ansiada y la armonía resurgía nuevamente en mi, sumergiéndome en un mundo de fantasías donde dejaba volar mi imaginación, era entonces cuando entraban en acción aquellos príncipes legendarios que luchaban contra dragones de fuego que estaban a punto de devorar a la princesa encantada, cuya belleza le había sido arrebatada. Después todas esas imágenes se desvanecían como rosas marchitadas por el paso del tiempo y mis ojos volvían a descubrir una realidad oculta en un sentimiento dormido que despierta el alma de los últimos románticos vencedores de los oscuros abismos gracias a su inigualable sensibilidad.
Observe durante varios minutos la desolada habitación siempre vacía, arropada por el frío de la noche, un frío eterno. Mi mente se negaba a caer en un destino sin retorno, deseaba volver a ver nuevamente aquel rostro siempre dulce, siempre aterciopelado, en realidad buscaba la imagen inexistente de mi hermana, ni siquiera yo alcanzaba a saber cuanto la quería. Eva era su nombre y solo mi diario lo sabía, solo el contestaba a mis suplicas, solo el llenaba el vacío de mi soledad.
Los días transcurrían lentamente, a veces me despertaba en un proceso de delirio o tal vez fruto de una borrachera temporal. En ocasiones intuía que alguien más me escuchaba y me acompañaba, a pesar de que no tuviera vida, ni corazón, estaba ahí recordándome el pasado y el presente y dejando mi alma desnuda ante el futuro. Mi hermana Eva poseía un nombre heredado de nuestros más remotos antepasados, madre de todas las civilizaciones, hija del pecado, amada y repudiada por un dios mayor que un día se sintió traicionado, expulsada del paraíso y mortificada en vida por el sufrimiento.
Solo ella tenía el extraño talento de darle vida a todo aquello que parecía estar muerto, es difícil definirla, ya que muchas veces me resulta borrosa entre la niebla. Me gusta verla con los cabellos negros como el color de la noche, pero lo que más me impacta son sus ojos marrones brillando con intensidad bajo la luz de las estrellas fugaces que siempre se llevan lo que más deseas. Su cuerpo esbelto y elegante traduce un suave movimiento en concordancia con la perfección del mundo.
Recuerdo aquella suave brisa desordenando nuestros cabellos acariciados por la humedad de la hierba, todavía hoy la puedo sentir, Eva corría y corría alejándose de mi sintiendo la libertad en sus manos y viendo el mundo empequeñecido a sus pies; imaginaba a mi hermana como la gran salvadora del mundo, de aquellos que tuvieron un triste final como consecuencia de un destino desafortunado, reinante en un mundo de dolor y de miseria engendrado a través de la codicia de los hombres que no creen en la solidaridad.
Pero, ¿Quién era en realidad Eva?, seguramente fue la gran misionera enviada para crear el bienestar de aquellos seres abatidos por la enfermedad, la amargura, la desesperación de no encontrar una respuesta, una esperanza, una libertad perdida; muchas veces he sentido tu ausencia Eva, siempre te marchas en la soleadas tardes de mayo, emprendiendo un camino sin retorno, pero nunca te despides, te alejas más y más hasta alcanzar las profundidades del horizonte y es entonces cuando dejo de verte porque me quedo triste y desolada, como si hubieran arrancado mi corazón en un instante para posteriormente quedar congelado e inmóvil en el tiempo.
No me pidas que perdone tu despedida como si fuera una lágrima perdida que cabalga sin rumbo, permaneciendo en las huellas imborrables de mi recuerdo, como aquellas largas tardes de otoño, como aquellos poemas olvidados que un día fueron arrojados al mar por la desesperación de un amor atormentado. No se si mis lagrimas se secaron hace tiempo, no se si volveré a estar sola en esta enorme casa tan vacía, tan marchitada por el tiempo que todo lo puede. Solo me queda soñar con las llaves de los secretos rotos, aquella que abre la puerta del bien y del mal, y bajo una abundante nieve contemplo tu huella en el camino, tu silueta se aleja atravesando los verdes valles, las grandes llanuras de La Mancha.
Siempre despierto en un frío sudor, sin distinguir la fantasía de la realidad, tampoco se el final que me depara, solo se que mis sentimientos se convierten en anheladas ilusiones. Me gustaría decirte mi querido diario, que mi hermana ha vuelto por navidad y fundidas en un nostálgico abrazo nuestras almas se han encontrado o tal vez se conocieron en otra vida después de una larga ausencia, todavía hoy la sigo buscando con tanta intensidad como el primer día.
La he visto muchas veces en mis sueños tocando la triste melodía que compartíamos y mirándome fijamente a los ojos con una firme serenidad, me devolvía la paz tantas veces ansiada y la armonía resurgía nuevamente en mi, sumergiéndome en un mundo de fantasías donde dejaba volar mi imaginación, era entonces cuando entraban en acción aquellos príncipes legendarios que luchaban contra dragones de fuego que estaban a punto de devorar a la princesa encantada, cuya belleza le había sido arrebatada. Después todas esas imágenes se desvanecían como rosas marchitadas por el paso del tiempo y mis ojos volvían a descubrir una realidad oculta en un sentimiento dormido que despierta el alma de los últimos románticos vencedores de los oscuros abismos gracias a su inigualable sensibilidad.
Observe durante varios minutos la desolada habitación siempre vacía, arropada por el frío de la noche, un frío eterno. Mi mente se negaba a caer en un destino sin retorno, deseaba volver a ver nuevamente aquel rostro siempre dulce, siempre aterciopelado, en realidad buscaba la imagen inexistente de mi hermana, ni siquiera yo alcanzaba a saber cuanto la quería. Eva era su nombre y solo mi diario lo sabía, solo el contestaba a mis suplicas, solo el llenaba el vacío de mi soledad.
Los días transcurrían lentamente, a veces me despertaba en un proceso de delirio o tal vez fruto de una borrachera temporal. En ocasiones intuía que alguien más me escuchaba y me acompañaba, a pesar de que no tuviera vida, ni corazón, estaba ahí recordándome el pasado y el presente y dejando mi alma desnuda ante el futuro. Mi hermana Eva poseía un nombre heredado de nuestros más remotos antepasados, madre de todas las civilizaciones, hija del pecado, amada y repudiada por un dios mayor que un día se sintió traicionado, expulsada del paraíso y mortificada en vida por el sufrimiento.
Solo ella tenía el extraño talento de darle vida a todo aquello que parecía estar muerto, es difícil definirla, ya que muchas veces me resulta borrosa entre la niebla. Me gusta verla con los cabellos negros como el color de la noche, pero lo que más me impacta son sus ojos marrones brillando con intensidad bajo la luz de las estrellas fugaces que siempre se llevan lo que más deseas. Su cuerpo esbelto y elegante traduce un suave movimiento en concordancia con la perfección del mundo.
Recuerdo aquella suave brisa desordenando nuestros cabellos acariciados por la humedad de la hierba, todavía hoy la puedo sentir, Eva corría y corría alejándose de mi sintiendo la libertad en sus manos y viendo el mundo empequeñecido a sus pies; imaginaba a mi hermana como la gran salvadora del mundo, de aquellos que tuvieron un triste final como consecuencia de un destino desafortunado, reinante en un mundo de dolor y de miseria engendrado a través de la codicia de los hombres que no creen en la solidaridad.
Pero, ¿Quién era en realidad Eva?, seguramente fue la gran misionera enviada para crear el bienestar de aquellos seres abatidos por la enfermedad, la amargura, la desesperación de no encontrar una respuesta, una esperanza, una libertad perdida; muchas veces he sentido tu ausencia Eva, siempre te marchas en la soleadas tardes de mayo, emprendiendo un camino sin retorno, pero nunca te despides, te alejas más y más hasta alcanzar las profundidades del horizonte y es entonces cuando dejo de verte porque me quedo triste y desolada, como si hubieran arrancado mi corazón en un instante para posteriormente quedar congelado e inmóvil en el tiempo.
No me pidas que perdone tu despedida como si fuera una lágrima perdida que cabalga sin rumbo, permaneciendo en las huellas imborrables de mi recuerdo, como aquellas largas tardes de otoño, como aquellos poemas olvidados que un día fueron arrojados al mar por la desesperación de un amor atormentado. No se si mis lagrimas se secaron hace tiempo, no se si volveré a estar sola en esta enorme casa tan vacía, tan marchitada por el tiempo que todo lo puede. Solo me queda soñar con las llaves de los secretos rotos, aquella que abre la puerta del bien y del mal, y bajo una abundante nieve contemplo tu huella en el camino, tu silueta se aleja atravesando los verdes valles, las grandes llanuras de La Mancha.
Siempre despierto en un frío sudor, sin distinguir la fantasía de la realidad, tampoco se el final que me depara, solo se que mis sentimientos se convierten en anheladas ilusiones. Me gustaría decirte mi querido diario, que mi hermana ha vuelto por navidad y fundidas en un nostálgico abrazo nuestras almas se han encontrado o tal vez se conocieron en otra vida después de una larga ausencia, todavía hoy la sigo buscando con tanta intensidad como el primer día.
FINIsabel Escolano Tébar (Albacete)
Esta historia esta dedicada a la memoria de Eva, la hermana que siempre quise tener, pero nunca llego a nacer, porque no pudo ver la luz del sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario