sábado, 23 de enero de 2010

Reina

Hace tiempo que logre llenar el vacío.
El vacío de una promesa que me condicionaría para siempre.
Jurando cumplirla.

A veces hay que hacerlo con lo que sea. Todo vale, menos volver a sentir que no se siente. Volar hasta enterrar el dolor. Ocultarlo en lo más hondo para que tu otro yo jamás lo encuentre.
Me haría daño, de nuevo.
Me obligaría a quedarme quieta en una habitación sin luces con esa mente malvada que no deja de pedirme cosas sin sentido. Pero he aprendido ha hacerla callar, porque se muy bien quien soy.
Por eso soy tan distinta: se quien soy y he sido capaz de seguir viviendo con ello.
Porque el que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla.

Ahora solo se trata de rajar la tela y dejar que el agua corra, de nuevo, sin ninguna prisa.

Tengo un poder, que es la madre de los fenómenos. Y permanezco sin embargo, eternamente virgen, puesto que, como la gran Luna, solo existo por reflejo.
Con desesperación me lanzo a la cuna de las cosas, puesto que las propias cosas no quieren nada de mí.
Nunca me atreveré a cruzar a la otra orilla, donde tantas veces e visto a otros desembarcar.
De ella me separa un tenue velo, y esta oscuridad puede acabar obligándome a rasgarlo de arriba abajo.
Algo dentro de mí me dice que estoy perdida, algo que es mi destino. Y para forzarlo, iré a su encuentro.
Solo desearía matar y ver continuamente correr la sangre. No fascino por ser agradable, sino insoldable.
En realidad, el verdadero terror humano no es la muerte: es el antiguo caos por el que fluye la nada.

La locura de trasformarse. No soporto el cambio continuo de mi cuerpo y de mi mente. No poder parar le tiempo. No poder impedir que se escurra entre mis dedos. Los cortes de mis brazos son cada día más profundos. Cada vez necesito hundir el cuchillo más hondo en mi carne. Cada vez más hondo y cada vez más afilado. Ese frío metal que quema.
A veces siento miedo al apreciar como aumenta mi obsesión por lo tenebroso. Interés por lo oscuro y la destrucción. Ya no me asusta la cara de la muerte. Una vez que le has visto deja de impresionarte.
Deseo con una fuerza superior a mí el estar sola, en silencio; sin ningún otro sonido que las atormentantes voces de mi cabeza.
La juventud y la pureza me abandonan. Siento como voy perdiendo las fuerzas. Lo noto sobretodo en lo más profundo de mí, muy dentro en el pecho.
La paz únicamente vuelve cuando la sangre corre. Me resbala caliente por la piel hasta la punta de los dedos. Ríos de sangre muy calientes.

Así todo es sencillo, fácil.
Las formas vuelven a perfilarse.
La sombra de disipa. Las pupilas se dilatan. Mi ropa siempre negra se tiñe con motas rojas. Las lágrimas son negras. La emoción destroza el maquillaje y me hace parecer una triste muñeca gastada.
La Dama oscura se marchita. La cara pintada y cicatrices en los brazos. Se que estoy al final del túnel. Ya no hay marcha atrás.

Permitir. Prohibir. Palabras calificando conductas. Actos convertidos en palabras. Reducción. Simplificación. El desconocimiento de lo que hay detrás. A todos se nos da muy bien esto. Tan sencillo como no querer descubrir quien eres.
Existe un veneno que te corre por las venas desde el momento en el que tienes conciencia: la vida. Y a partir de aquí tienes dos opciones: quédate o vete. Nunca las dos cosas. Jamás te quedes en la oscura senda del medio.
Lo ultimo en lo que deberías preocuparte es en como te definen los demás. Al fin y al cabo, cuando te quedas solo en tu cuarto, así estas: solo. Tú y tu mente, la que conoces y la que no.
Puede que esta vez un último esfuerzo no valga la pena. Ser o no ser. Desgraciadamente esa siempre ha sido la cuestión.

Y en estas circunstancias vinimos todos al mundo, rodeados de peligros mortales, como personajes de tragedia.


Será esta noche o nunca. Hoy he de cumplir la promesa que le hice a mi amada madre en su lecho de muerte. Por fin es el momento de librarme de su asfixiante peso.
Mataría a mi hermana y ocuparía su lugar en el trono.
No había alternativa. Ella no era apta para reinar y no haría más que mantener a nuestro patético reino en la más cruda decadencia. Yo era la salvación, la luz de un nuevo día.
La quería, pero quería aún más el poder y el respeto por mi madre muerta.
Sería silenciosa, sin piedad, de noche mientras permanecía inquieta soñando con un nuevo día que no llegaría jamás.
Un espectáculo de sabanas blancas y su pelo negro esparcido por la almohada. Preciosa y pura como una diosa. Grotesco a la vez que lascivo. Aunque a la vez indigna de ello, traicionera y estúpida. Indigna de algo tan grande como gobernar en los tiempos del caos.

El cuchillo se hunde en su pecho con una facilidad asombrosa. Se despierta sobresaltada, con la cara descompuesta por el dolor, luchando por respirar.
Hundo el cuchillo de nuevo en su carne. El perpetuo blanco se impregna del rojo más puro. Ríos de sangre de nuevo, por toda la cama, por mi cuerpo y por el suyo.
Ni siquiera tiene tiempo ni fuerzas para pronunciar un solo sonido, un sonido desgarrador que me hiciese salir de mi morboso ensimismamiento. Hipnotizada por la sangrienta escena. Disfrutando con ello, con el dolor de mi hermana y mi futuro poder.
Sintiendo la fiebre dentro de mi como una posesión demoníaca.
Me abrasa, me quema y necesito liberarme de ella.
Necesito que siga brotando la sangre de las heridas, roja y pura.

Sigo apuñalándola después de muerta. Agujereo su perfecto pecho de ninfa.
Yace muerta frente a mí. El puñal resbala de mi mano y cae al suelo con un terrible estruendo. Permanezco inmóvil ante el cadáver de mi hermana durante horas.
La encontrarán por la mañana. Yo me encargaré de culpar a su dama de compañía. La pobrecita era sordomuda.
Dejaré la ropa ensangrentada y el puñal en su cuarto. Por la mañana me sorprenderé con la noticia y lloraré como los demás.
Guardaré luto y vestiré como más amo: de negro.

Esperaré con secreta impaciencia el momento de mi coronación fingiendo en todo momento el pesar de recibir los dones que por derecho propio correspondían a mi preciosa hermana.

Al fin pude darme cuenta de que esto era lo que el destino me exigía.
Una fuerza más poderosa que mi propia voluntad me obligó a convertirme en su instrumento.
Así fue como cause la muerte de lo que más amaba en este mundo. Se volvió inevitable, imprescindible.
Llegó un momento en el que esa era mi razón de ser. Lograr un objetivo grande no es fácil.
Pero desde pequeña lo tuve metido en la sangre: llegar al poder es la clave. Así se me inculcó, ya en la cuna. Mi progenitora en su lecho de muerte me hizo hacer un juramento. Esa fue mi desgracia y mi perdición.
Amar de lo que la propia codicia esta hecha.
Siempre preferí la vida a la muerte, a pesar de decirme a mi misma que es en el otro lado donde al fin estaría en paz.
Solo existe el orgullo desde el poder y solo entonces, uno está en posición de ser la víctima de sí mismo.
Al ser un instrumento del destino yo no decido; solo actúo. Ordenes claras y precisas para lograr un fin.
Ni siquiera me tengo respeto.

No soy más que la muñeca del destino. No soy más que un ser deforme hasta que no consiga la perfección: no seré humana, seré Reina.

Nuria García Barbé (Oviedo, Asturias)

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