Es viernes por la tarde. Mi jornada laboral terminó. Vuelvo a ella el lunes por la mañana. Este fin de semana me dedicaré a mi hijo, prometí llevarlo al Circo.
Estos días, Eusebia se enfrió, la señora que cuido desde hace cuatro años. Vigilo su salud y atiendo sus necesidades de movilidad, es muy autónoma, apenas reclama mi ayuda.
Su carácter agradable facilita mi labor, es muy agradecida con las atenciones que le presto. Mantenemos una relación muy buena y la verdad, así, ¡da gusto trabajar!
Al llegar a casa, oigo la voz de mi niño que con siete años, canturrea:
-Devórame otra vez, devórame otra vez...
Al verme, salta a mis brazos, diciendo:
-Mira mamá ¡se me ha caído un diente!
Dándole un beso en la mejilla, le digo:
-¡Bien! Esta noche lo pondremos debajo de tu almohada, y verás como mañana, el ratoncito Pérez te traerá un regalo.
-¿Quién es el ratoncito Pérez?-pregunta intrigado.
-Un amigo tuyo, esta noche te dará una sorpresa.
-Le esperaré despierto.
-No Abel, si estás despierto no te la dará.
-¿porque?
- Por que con las personas se asusta.
-Entonces, dormiré mucho.
-Sí, será lo mejor.
Veo a mi suegro, un hombre serio, mayor y bastante delicado de salud. Está sentado en el sofá de la sala mirando el televisor.
Al verme llegar, dice:
-Hola, Susana ¿Ya vienes del trabajo?
-Sí- contesto.
-¿Estas cansada?
-Un poco.
-Tranquila, mañana no tienes que madrugar...
-No.
Mi marido, está situado cerca de nuestro hijo, riéndose (por la canción que canta, supongo). Se levanta del sofá, se acerca y me da un beso en la mejilla.
Todo está en orden. Voy a mi habitación, me cambio de ropa y me dispongo a preparar la cena para los cuatro.
En la cocina, cojo el delantal de flores azules. Me lo pongo y caigo en la cuenta ¡Qué bien me llevo últimamente con mi suegro!
No siempre ha sido así, a decir verdad, creo que nunca me aceptó, ni siquiera cuando éramos novios, no le debía parecer buena esposa para su hijo, nunca he sabido el motivo de tantos recelos.
Me considero guapa, alegre y bondadosa, fácil al trato y bastante agradecida, tal vez, no le agrada mi procedencia, soy Boliviana, me siento orgullosa de serlo, además ¡qué diablos! Nadie elige su lugar de nacimiento.
Quizás, es nuestra diferencia de edad, tengo 28 años y mi marido 37, por lo tanto, son casi diez años. A nosotros, el tema de la edad, nunca nos importo. Siempre se ha dicho que el amor no tiene edad, ¿nunca lo oyó?
No creo que piense que voy en busca de su dinero, desde el principio, pude comprobar por mi misma, que no lo tenia, nunca me invitaba al cine ni a cenar, en realidad, nunca me pagaba nada que sobrepasase los 5 euros.
Tampoco, que buscó la Nacionalidad Española, la tengo desde hace años. Entonces, ¿que piensa de mi? tanto le cuesta creer que nos amamos, que le quiero como no he querido a nadie en el mundo ¿es tan difícil de creer?
Pasaron varios años de trato distante hacia mí, de miradas recelosas, de justas palabras... no podía entenderlo, me consideraba trabajadora, responsable, discreta... ¿donde fallaba?
¡Menos mal! que su mujer me apreciaba: me hacia regalos por mi cumpleaños, me ofrecía consuelo en los momentos de añoranza y siempre me hablaba con dulzura.
Era una mujer muy sensible y solidaria que murió de una forma que nadie merece, con dolores horribles, grandes pesadillas, no comía nada y gritaba constantemente.
Murió sufriendo y sufrimos mucho su perdida. Mi suegro se vino abajo de una forma descomunal, dejo de comer, adelgazo muchísimo, apenas hablaba, su mirada estaba perdida... creo que la pena no le dejaba vivir.
Decidimos traerlo a nuestra casa para cuidarlo, no se dejaba ayudar, su carácter se volvió irascible y pensábamos que no había sido buena idea traerlo con nosotros.
Pasaba el tiempo, todos íbamos poco a poco, superando la muerte de Juana (así se llamaba mi suegra) menos él.
No se adaptaba a la casa, le parecía pequeña, los horarios de comida extraños, sentía frío... ni mi niño, con su desbordante alegría consiguió arrancarle una sonrisa.
Yo no perdía la esperanza de que se encontrara a gusto y hacia lo imposible para que así fuera: le llenaba de atenciones, de caprichos, de mimos… me propuse cambiar el concepto que tenia sobre mí.
Tan solo me preocupaba una cosa... nuestra casa es diminuta y los gritos de placer que dábamos mi marido y yo casi todas las noches eran grandes. ¿Que podía pensar de mí?
Comente esto con mis amigas, les dije que por las noches, éramos muy activos sexualmente, no me creyeron, decían que no podíamos gritar tanto ni tan a menudo, les juraba que era así, no me creyeron.
“Como podéis imaginaros, no voy a prestaros a mi marido para que lo comprobéis” – les decía, feliz de que fuese verdad.
De pronto, el sonido del teléfono me devuelve al presente:
-Ring...Ring...Ring...
-¿Quien es cariño? Dije al saber que mi marido había cogido el auricular.
-Manuel.
-¿Que quería?.
-Invitarnos a cenar el sábado.
-¿qué le has dicho?
-Que sí.
-Y...¿el niño? Le pregunté preocupada.
-Se quedará con su abuelo.
-No sé... no sé... dije pensativa.
-Ayer jugaban con un dominó de colores y disfrutaban mucho.
Sigo con la cena, no muy convencida de sus palabras pero con ilusión de poder estar con Manuel ¡hace más tiempo que no salgo de noche! cojo la sartén, el pollo, los ajos, pico la cebolla…
Una hora más tarde, estamos sentados alrededor de una mesa redonda color caoba, decorada con grandes flores y un mantel de cuadros rojos que me regaló mi suegra por mi cumpleaños.
-¡Qué bueno!- dice mi suegro.
Mi marido asiente con la cabeza.
-Está riquísimo mamá- señala Abelito chapándose los dedos.
-Sí,-el pollo me sale muy bien.- contesto.
Después, mi hijo se marchó a la cama, pusimos el diente debajo de la almohada, y después de contarle un cuento, se quedó dormido (momento que aprovecho para colocar debajo de su almohada una gran piruleta roja).
De camino hacia mi cama, pensé, que la infancia es una época maravillosa, predomina la ingenuidad, la capacidad de asombro, la inocencia… aspectos que con el tiempo, las personas perdemos irremediablemente.
Me fui a la cama queriéndole explicar todo eso a mi marido, todo eso, y mucho más, le quise explicar lo bien que me encuentro en mi trabajo, el cariño que me demuestra la mujer que cuido y también su familia.
Le quise hablar de la buena relación con mi suegro en casa, de las apreciaciones que veo en su carácter, de la mejora en su estado de ánimo y salud, de todo lo que ahora se preocupa por mí...
Le quise explicar como me hace sentir mi hijo, la alegría que aporta a mi vida, mis dudas con respecto a su educación, mis miedos con relación a su futuro.
Pretendí compartir mis inquietudes y después, abrazarle apasionadamente, fundirme en sus brazos, dejarme llevar por ellos… por él… por esa pasión que nos hace gritar hasta dejarnos exhaustos.
Pero, cansado como estaba, después de una dura jornada en el campo, (es agricultor), me dijo, sin apenas mirarme ni escucharme, que hablaríamos en otra ocasión, que estaba demasiado cansado y necesitaba dormir.
Me acosté y me tapé bruscamente con la sabana:
Enfadada por... no poder mantener una conversación de temas que me preocupaban. Otras noches, él inicia conversaciones, (de trabajo casi siempre) que yo escucho con atención, o por lo menos, demuestro un mínimo interés...
Enojada porque... yo también estoy cansada, muchas veces, ¿no se da cuenta de que, al igual que él, trabajo fuera de casa y también lo hago dentro? (él, en casa, bastante menos que yo)...
Irritada... porque no íbamos a fundirnos hasta estremecernos de gusto, porque estaba demasiado cansado para hacerlo, y cuando decía que estaba demasiado cansado... descansábamos, (con lo que insiste, cuando la cansada soy yo).
Me tapé con la sabana, rabiada, hasta que el sueño me envolvió y caí rendida en sus brazos.
Al día siguiente, despierto a mi hijo y le pregunto por el regalo del ratoncito Pérez, me dice:
- El ratón me trajo una piruleta... se la di al abuelo.
-¿No te gustó?- le pregunté extrañada.
-Es que a él, se le cayeron todos los dientes.
Voy rápidamente a la habitación de mi suegro, preocupada, por no saber que había pasado, quizás... se había caído o mareado, quizás... estaba sangrando, quizás...
Al entrar en su habitación, veo al abuelo roncando en su cama y la piruleta roja al lado de la dentadura postiza que se quita para dormir y deja en la mesilla de noche.
Vuelvo con mi hijo y mientras le visto, pienso:
-Por favor Abel, no crezcas nunca.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
Estos días, Eusebia se enfrió, la señora que cuido desde hace cuatro años. Vigilo su salud y atiendo sus necesidades de movilidad, es muy autónoma, apenas reclama mi ayuda.
Su carácter agradable facilita mi labor, es muy agradecida con las atenciones que le presto. Mantenemos una relación muy buena y la verdad, así, ¡da gusto trabajar!
Al llegar a casa, oigo la voz de mi niño que con siete años, canturrea:
-Devórame otra vez, devórame otra vez...
Al verme, salta a mis brazos, diciendo:
-Mira mamá ¡se me ha caído un diente!
Dándole un beso en la mejilla, le digo:
-¡Bien! Esta noche lo pondremos debajo de tu almohada, y verás como mañana, el ratoncito Pérez te traerá un regalo.
-¿Quién es el ratoncito Pérez?-pregunta intrigado.
-Un amigo tuyo, esta noche te dará una sorpresa.
-Le esperaré despierto.
-No Abel, si estás despierto no te la dará.
-¿porque?
- Por que con las personas se asusta.
-Entonces, dormiré mucho.
-Sí, será lo mejor.
Veo a mi suegro, un hombre serio, mayor y bastante delicado de salud. Está sentado en el sofá de la sala mirando el televisor.
Al verme llegar, dice:
-Hola, Susana ¿Ya vienes del trabajo?
-Sí- contesto.
-¿Estas cansada?
-Un poco.
-Tranquila, mañana no tienes que madrugar...
-No.
Mi marido, está situado cerca de nuestro hijo, riéndose (por la canción que canta, supongo). Se levanta del sofá, se acerca y me da un beso en la mejilla.
Todo está en orden. Voy a mi habitación, me cambio de ropa y me dispongo a preparar la cena para los cuatro.
En la cocina, cojo el delantal de flores azules. Me lo pongo y caigo en la cuenta ¡Qué bien me llevo últimamente con mi suegro!
No siempre ha sido así, a decir verdad, creo que nunca me aceptó, ni siquiera cuando éramos novios, no le debía parecer buena esposa para su hijo, nunca he sabido el motivo de tantos recelos.
Me considero guapa, alegre y bondadosa, fácil al trato y bastante agradecida, tal vez, no le agrada mi procedencia, soy Boliviana, me siento orgullosa de serlo, además ¡qué diablos! Nadie elige su lugar de nacimiento.
Quizás, es nuestra diferencia de edad, tengo 28 años y mi marido 37, por lo tanto, son casi diez años. A nosotros, el tema de la edad, nunca nos importo. Siempre se ha dicho que el amor no tiene edad, ¿nunca lo oyó?
No creo que piense que voy en busca de su dinero, desde el principio, pude comprobar por mi misma, que no lo tenia, nunca me invitaba al cine ni a cenar, en realidad, nunca me pagaba nada que sobrepasase los 5 euros.
Tampoco, que buscó la Nacionalidad Española, la tengo desde hace años. Entonces, ¿que piensa de mi? tanto le cuesta creer que nos amamos, que le quiero como no he querido a nadie en el mundo ¿es tan difícil de creer?
Pasaron varios años de trato distante hacia mí, de miradas recelosas, de justas palabras... no podía entenderlo, me consideraba trabajadora, responsable, discreta... ¿donde fallaba?
¡Menos mal! que su mujer me apreciaba: me hacia regalos por mi cumpleaños, me ofrecía consuelo en los momentos de añoranza y siempre me hablaba con dulzura.
Era una mujer muy sensible y solidaria que murió de una forma que nadie merece, con dolores horribles, grandes pesadillas, no comía nada y gritaba constantemente.
Murió sufriendo y sufrimos mucho su perdida. Mi suegro se vino abajo de una forma descomunal, dejo de comer, adelgazo muchísimo, apenas hablaba, su mirada estaba perdida... creo que la pena no le dejaba vivir.
Decidimos traerlo a nuestra casa para cuidarlo, no se dejaba ayudar, su carácter se volvió irascible y pensábamos que no había sido buena idea traerlo con nosotros.
Pasaba el tiempo, todos íbamos poco a poco, superando la muerte de Juana (así se llamaba mi suegra) menos él.
No se adaptaba a la casa, le parecía pequeña, los horarios de comida extraños, sentía frío... ni mi niño, con su desbordante alegría consiguió arrancarle una sonrisa.
Yo no perdía la esperanza de que se encontrara a gusto y hacia lo imposible para que así fuera: le llenaba de atenciones, de caprichos, de mimos… me propuse cambiar el concepto que tenia sobre mí.
Tan solo me preocupaba una cosa... nuestra casa es diminuta y los gritos de placer que dábamos mi marido y yo casi todas las noches eran grandes. ¿Que podía pensar de mí?
Comente esto con mis amigas, les dije que por las noches, éramos muy activos sexualmente, no me creyeron, decían que no podíamos gritar tanto ni tan a menudo, les juraba que era así, no me creyeron.
“Como podéis imaginaros, no voy a prestaros a mi marido para que lo comprobéis” – les decía, feliz de que fuese verdad.
De pronto, el sonido del teléfono me devuelve al presente:
-Ring...Ring...Ring...
-¿Quien es cariño? Dije al saber que mi marido había cogido el auricular.
-Manuel.
-¿Que quería?.
-Invitarnos a cenar el sábado.
-¿qué le has dicho?
-Que sí.
-Y...¿el niño? Le pregunté preocupada.
-Se quedará con su abuelo.
-No sé... no sé... dije pensativa.
-Ayer jugaban con un dominó de colores y disfrutaban mucho.
Sigo con la cena, no muy convencida de sus palabras pero con ilusión de poder estar con Manuel ¡hace más tiempo que no salgo de noche! cojo la sartén, el pollo, los ajos, pico la cebolla…
Una hora más tarde, estamos sentados alrededor de una mesa redonda color caoba, decorada con grandes flores y un mantel de cuadros rojos que me regaló mi suegra por mi cumpleaños.
-¡Qué bueno!- dice mi suegro.
Mi marido asiente con la cabeza.
-Está riquísimo mamá- señala Abelito chapándose los dedos.
-Sí,-el pollo me sale muy bien.- contesto.
Después, mi hijo se marchó a la cama, pusimos el diente debajo de la almohada, y después de contarle un cuento, se quedó dormido (momento que aprovecho para colocar debajo de su almohada una gran piruleta roja).
De camino hacia mi cama, pensé, que la infancia es una época maravillosa, predomina la ingenuidad, la capacidad de asombro, la inocencia… aspectos que con el tiempo, las personas perdemos irremediablemente.
Me fui a la cama queriéndole explicar todo eso a mi marido, todo eso, y mucho más, le quise explicar lo bien que me encuentro en mi trabajo, el cariño que me demuestra la mujer que cuido y también su familia.
Le quise hablar de la buena relación con mi suegro en casa, de las apreciaciones que veo en su carácter, de la mejora en su estado de ánimo y salud, de todo lo que ahora se preocupa por mí...
Le quise explicar como me hace sentir mi hijo, la alegría que aporta a mi vida, mis dudas con respecto a su educación, mis miedos con relación a su futuro.
Pretendí compartir mis inquietudes y después, abrazarle apasionadamente, fundirme en sus brazos, dejarme llevar por ellos… por él… por esa pasión que nos hace gritar hasta dejarnos exhaustos.
Pero, cansado como estaba, después de una dura jornada en el campo, (es agricultor), me dijo, sin apenas mirarme ni escucharme, que hablaríamos en otra ocasión, que estaba demasiado cansado y necesitaba dormir.
Me acosté y me tapé bruscamente con la sabana:
Enfadada por... no poder mantener una conversación de temas que me preocupaban. Otras noches, él inicia conversaciones, (de trabajo casi siempre) que yo escucho con atención, o por lo menos, demuestro un mínimo interés...
Enojada porque... yo también estoy cansada, muchas veces, ¿no se da cuenta de que, al igual que él, trabajo fuera de casa y también lo hago dentro? (él, en casa, bastante menos que yo)...
Irritada... porque no íbamos a fundirnos hasta estremecernos de gusto, porque estaba demasiado cansado para hacerlo, y cuando decía que estaba demasiado cansado... descansábamos, (con lo que insiste, cuando la cansada soy yo).
Me tapé con la sabana, rabiada, hasta que el sueño me envolvió y caí rendida en sus brazos.
Al día siguiente, despierto a mi hijo y le pregunto por el regalo del ratoncito Pérez, me dice:
- El ratón me trajo una piruleta... se la di al abuelo.
-¿No te gustó?- le pregunté extrañada.
-Es que a él, se le cayeron todos los dientes.
Voy rápidamente a la habitación de mi suegro, preocupada, por no saber que había pasado, quizás... se había caído o mareado, quizás... estaba sangrando, quizás...
Al entrar en su habitación, veo al abuelo roncando en su cama y la piruleta roja al lado de la dentadura postiza que se quita para dormir y deja en la mesilla de noche.
Vuelvo con mi hijo y mientras le visto, pienso:
-Por favor Abel, no crezcas nunca.
Inmaculada Cordovilla (Mondragón, Guipuzcoa)
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