viernes, 15 de enero de 2010

Música, música, música

La música empieza a sonar. En mis oídos una canción. Mis pasos se mueven ligeramente impelidos por una fuerza oscura que emana de un recoveco perdido de la habitación. Rasguños de silencio surgen entre la melodía y el crescendo de notas empieza a vibrar en mis cabellos, en mis manos, en mis pupilas. Cierro los ojos momentáneamente mientras escucho como se impregna centímetro a centímetro mi cuerpo de las pequeñas balas invisibles de fuerza y sonido. Me empujan, crujen con fuerza contra mi pecho, me hacen vibrar y de repente desaparecen. Algo queda dentro, un sentimiento demasiado fuerte como para filtrarse por la superficie de mi cuerpo y retumba con fuerza en sus inmensidades mientras algo en la garganta me impide respirar. Qué dolor tan dulce, pienso. Qué amargura tan bella. Y todo lo demás vuela, sale flotando y se desvanece en el aire, desaparece con el vacío y el silencio. Una pausa… mi corazón se para. Nueva percusión y con él bombea de nuevo. Y cuando pienso que ya todo lo he vivido, que nada más puede desbordar mi racionalidad y abandonarme con tanto desdén a un estado más vulnerable, más primitivo, entonces es cuando suena aquella voz, alta, aguda, penetrante y honda que perfora mis sentidos, me ahoga en mi propia confusión, en mi propia inocencia y fragilidad. Lo escucho como a un dios venerado y amado, lo escucho como si mi vida fuera en ello, porque sé (soy por encima de todo consciente) que pronto el silencio final enmudecerá el manantial de desbordante placer que mece y hace danzar mi alma. Las notas descendiendo, cayendo irremediablemente entre luces de ocaso me oprimen y me hacen temblar. Y no es ella la finita, sino yo, un ente corrompido que se aferra con ansia a las últimas notas para tomar algo de aquella esencia inmortal, para sobrevivir un segundo más, mientras la música continúe ondulando mi cabello, siga erizándome el vello del cuerpo, siga maltratándome con su delicioso veneno, corrompiéndome poco a poco, liberándome a cada instante. Su final será mi final. No hay nada que desee más en esta vida.

Laura Duarte Castaño (Barcelona)

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