sábado, 23 de enero de 2010

Eurínome

La primera vez que lo hice, supe que finalmente me había convertido en un monstruo.
Parada frente al espejo, observé compungida lo mucho que había cambiado la expresión de mi rostro.
Los ojos hundidos como los de un cadáver, las pupilas completamente dilatadas, la mueca torcida. No podía dejar de contemplar ensimismada mi imagen en aquel espejo.
Había adelgazado tanto que parecía más muerta que viva, a pesar de que aquella noche me había sentido más viva que nunca.
Fue maravilloso.
Las sensaciones que sentí, el poder absoluto, la dominación...fui una diosa sobre la tierra.
Tuve a mí merced a otro ser humano. Tan estúpido, que se dejó engañar por mí solo por el placer de la carne.
A pesar de producirme repugnancia a mi misma por mi deteriorado físico, mi extrema delgadez, las uñas amarillas y los dientes gastados.
A pesar de aquello, a ese tipo le daba igual.
Solo sabía que, a pesar de parecer un esqueleto seguía siendo una mujer. Y como toda mujer, tenía lo que cualquier hombre ansía.

Apenas dejé que me tocase antes de atarle a la cama.
- Sí nena, eso me gusta- gemía el muy cerdo.
Se retorcía pensando en su futuro placer.
- Ahora mismo vuelvo- le dije saliendo de la habitación clavándole la mirada.
Fueron las últimas palabras que pronuncié en voz alta.

Cogí un par de cuchillos de los más afilados, las tijeras de podar y el martillo.
Sentí un intenso placer cuando vi la expresión de su rostro al verme en el rellano de la puerta con mis utensilios en las manos.
Intentó zafarse de sus ataduras, pero se las había atado con manos expertas.
- ¿Qué vas hacer? ¡¿Para qué coño quieres eso?!

Me acerqué con el sigilo de una pantera frente a su presa.
Me senté a horcajadas sobre él sin dejar de mirarle a los ojos.
No sabía por donde empezar.
Las imágenes se acumulaban en mi mente como un remolino. Solo quería ver brotar la sangre.

Decidí no taparle la boca con nada, y dejarle gritar hasta quedar afónico. Al fin al cabo, le había llevado a mi cabaña privada en el bosque. No había alma en varios kilómetros a la redonda. Eso le había excitado muchísimo. "Voy ha hacerte de todo, y podrás gemir como una leona" me había dicho.
Yo sonreía para mis adentros pensando que seguramente gemiría de placer, pero no como él esperaba.

Primero quise sentir correr la sangre entre mis dedos. Así que con mis afiladas uñas amarillas traté de rasgar sus brazos.
Pero estaban débiles, corrompidas por la ausencia de alimentos y la falta de descanso.
Seguramente fuesen imaginaciones mías, pero me dio la impresión de que aquel estúpido hombre se había reído.
Eso me hizo enfadar. ¿Cómo podía atreverse a burlarse de mí?
Estaba harta de que la gente lo hiciese.
“Mira esa, parece una muerta en vida”, decían mis compañeros ya en la escuela.
Jamás nadie supo ver que estaba por encima de todos ellos.
Al contrario que los demás, yo no era un objeto que se pudiese manejar así como así.
Era mucho más que eso, una forma suprema de evolución, una mente perfecta que no necesitaba ningún cuerpo imperfecto para esconderse.
Algún día sería famosa. Sería famosa por hacer algo que los demás no fuesen capaces de hacer.

Mis uñas no servían para rajar la carne, pero sí se podía hacer correr la sangre de otras maneras.
Con los dedos en forma de garfios el saque los ojos a aquel desgraciado.
Jamás pensé que pudiese ser tan fácil. Pero los ojos eran como una masa de gelatina encajada en el cráneo.
Estaban calientes y parecían palpitar en la palma de mis manos.

Aquel tipo se había desmayado por el dolor.
No podía consentir que la cosa acabase tan deprisa. Le necesitaba vivo y fuerte. Tan vivo y tan fuerte como el se creía que era, como el pretendía poseerme como a un objeto. Cuando el objeto era él. Cuando él era mi juguete aquella noche.
Lo recordaría porque había sido el primero. Con al experiencia, tal vez tras varios juguetes, aprendería a no romperlos tan deprisa.

Con la paciencia de una santa esperé a que se despertase.
Sentada a los pies de su cama observándole. Con las cuencas vacías y ensangrentadas.
En cuanto retomó la conciencia empezó a gritar.
“Eso es, despierta, abre los ojos” pensaba con sarcasmo “Grita como un cerdo, nadie podrá oírte”.

Sintió que me acercaba a él aunque fui sigilosa. En cuestión de segundos, sus demás sentidos parecían haberse agudizado.
¡No! ¡Por favor, por favor no me hagas más daño!
Gritó aquello varias veces como si pudiese servirle de algo.
Seguro que si me estuviese poseyendo como él pretendía hacerlo, con brutalidad, no hubiese parado aunque hubiera suplicado.

Lo siguiente fueron las rodillas.
Con el martillo le golpee con todas mis fuerzas. Le reventaron impregnando las sábanas y las paredes de sangre.
Qué maravilla ver las articulaciones. Entre toda aquella sangre podía intuir sus formas.

Con las tenazas de podar me dio tiempo a cortarle un par de dedos de los pies antes de que volviese a desmayarse.
No quería romperlo, aún no. No había acabado de jugar.

Cuando por fin volvió a despertarse le clave el cuchillo en el vientre y le abrí en canal.
Le saqué el corazón vivo y fuerte. Una auténtica maravilla el cuerpo humano.
Lo observé con delicadeza entre mis manos durante largo rato hasta que finalmente dejó de latir.
Lo dejé caer sobre el parqué produciendo un terrible estruendo que resonó en mi cabeza.

Permanecí sentada en la silla hasta que aparecieron las primeras luces del alba.
Me sentía satisfecha. Y por primera vez en mi vida me sentía feliz.
Ver el cuerpo de aquella cosa destrozada bañado por los primeros rayos del sol fue una experiencia mística.
Me sentí en éxtasis. Aquello era la auténtica redención.

Me deshice del cadáver introduciéndolo en ácido como la mafia. En al habitación no quedó ni rastro de sangre. Tuve que pintar de nuevo las paredes, pues la sangre había saltado por todas partes.
Era una auténtica experta, la primera de mi clase en criminología.
Jamás podrían descubrirme.
No había nada que pudiese escapar a mi control.
Era rigurosa, mi meticulosidad era exquisita.
Era la asesina más brillante que podía existir sobre la tierra.
Me había preparado durante años. Había trabajado con los mejores en la materia.
Mataría hasta saciarme, hasta poner al mundo en alerta roja, hasta hacer cundir el pánico.

“Sólo mata a hombres jóvenes. Al parecer los seduce, o al menos lo intenta. Ocurrió con su última víctima. Su amigo dijo que una mujer de especto demacrado se acerco a él cuando jugaban al billar y le pidió fuego. Tonteó con él pero no le prestó demasiada atención. Dijo que la mujer se fue muy molesta.”

“Ni siquiera estamos seguros de que pueda tratarse de una mujer. Una asesina en serie es improbable, hay muy pocas. Además el tipo dijo que no podía pesar más de cuarenta kilos”.


“Lo sé, pero es como si tuviese una fuerza sobrehumana. El amigo de la víctima dijo que cuando salió de bar vio como se alejaba en un coche rojo. En el asiento del copiloto estaba la víctima y parecía inconsciente. Su colega no se preocupó demasiado porque habían bebido mucho, y no era la primera vez que se largaba con cualquiera. Tuvo que ser ella. Además…no se, esa perfección, tiene que tratarse de un mujer. Me temo que estamos ante una psicópata, la persona más inteligente con la que jamás nos hemos topado. No va a ser cosa fácil dar con ella, y la cifra de asesinatos ya supera la treintena.”


Me convertiré en la mayor asesina en serie de la historia.
Y mi nombre será Eurínome.

Nuria García Barbé (Oviedo, Asturias)

No hay comentarios:

Publicar un comentario