viernes, 29 de enero de 2010

Fue ese instante...

Cuando la imaginación llega más rápido a alcanzar un momento imprevisible. Jugando
a crear sin restricciones ni reglas preconcebidas, con la cabeza como cajón de ideas
y de soldaditos de plomo con síndrome postraumático.

Mientras no había nadie, traspasó los límites de sus posibilidades intentando sentir
miradas y observar a su través.
Ella era única, como todas las demás. Concretamente, era la más dispersa de todas,
aunque de algún modo muy concentrado se relacionaba de otra manera con el
entorno. Tan pequeñita que parecía imposible que cupiera en sí misma o que algo tan
pequeño pudiera meter tanto ruido.

Así, era así; un feliz y estupendo cajón desastre. La perfecta ex-mujer antes de casarse,
en busca de un mar sediento.

Cualquier objeto sin significado albergaba algo que contar.


Logró ampliar espacios blancos muy reducidos y llenar esas paredes blancas de colores

en ráfagas de segundo. Esa mente fascinante también podía ver la continuidad del
cielo a partir de donde empieza el vacío.


Creía haber estado en todos lados, pero no desearía regresar a ninguna parte,
y mucho menos quedarse perdida en Nunca Jamás persiguiendo a Robinson Crusoe.

Un cajón olvidado en el que podía aparecer cualquier cosa, de valor o no dependiendo
de quién la encontrase y el uso que le diera. En un primer momento se derrumbó por
tener todo el tiempo y su mundo en las manos, por no saber qué hacer con él. La

pretensión de tantos era suya; pero toda la suya era siempre sería poca.

Ella sólo pretendía el lujo; ese lujo que consistía en mantener la estabilidad, en ese
punto donde había sentido por dentro y por fuera la felicidad. Y sólo el tiempo podría
demostrar el equilibrio.

Maria Cristina Muñoz Espiago (Gijón, Asturias)

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