Era alto, fuerte y más guapo que los dos amigos con los que iba, los tres me miraban fijamente, desde el otro lado de la calle, como si me conociesen de hace años pero no se atreviesen a saludarme por haber olvidado acaso mi nombre. Los tres iban vestidos con una camisa azul claro y unos pantalones ajustados, sin embargo él llevaba algo distinto, algo que lo hacía especial. Comenzó a caminar hacia mí, despacio, sin apartar sus ojos de los míos, imponente, decidido, hipnotizado o quizás intentando hipnotizarme, pareciéndome cada vez más perfecto, más hombre, más cercano.
Sin dejar de mirarlo fui arrimándome hacia la pared, escondiendo mis manos manchadas tras la espalda, arrepintiéndome de no haberme cambiado de ropa, él, resuelto, valiente, se colocó delante y me cogió del brazo.
No se mueva, está detenida por asesinato.- Fueron sus únicas palabras, pero los nervios me traicionaron, mi mano derecha se relajó y dejó de apretar las tijeras manchadas de sangre que resonaron como un mal presagio contra el suelo.
Cristina Salán (Barcelona)
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