miércoles, 20 de enero de 2010

Sueño, despertar y sueño

«Amigos, amigos de la vida, rápida ilusión, y lo otro y lo de ayer, pero eso no es nada, seguro que mañana…, ay…, qué sueño…, mañana será otro día. ¿Y si mañana le llamo? Sí, le tendría que llamar, bueno, ya lo pensaré, ya veremos; igual me llama ella.»

Luis se desplomó, cayó en el sueño, cayó en el mar de la inconsciencia, no escuchaba nada, no escuchaba el suave aleteo de la polilla que se había acomodado en su cabeza, pero tampoco escuchaba las risas de su hermano en la habitación de al lado, tampoco las palabras que decimos, que nosotros, los seres de sus sueños siempre decimos, todavía no.

Luis vivía con su hermano Carlos, tenían veinte y veintitrés años, Luis era el mayor. Su hogar consistía en un piso amplio, viejo y mugroso, pero especialmente interesante para convocar fiestas por la amplitud, a pesar de sólo tener dos habitaciones; el salón tenía dos alturas, el suelo de parquet y medía unos cien metros cuadrados. Tenía unos cuantos sofás de cuero viejo, uno especialmente lleno de chaquetas y otras prendas de vestir, estaba destinado a perchero.

Luis ya estaba soñando, todos los días soñaba, no se le escapaba ni uno, ya se fuera a dormir cansado o tarde, ya estuviera borracho, siempre soñaba. En esta ocasión, Luis se encontraba en medio de la carretera y había millares de gatos negros; Luis había desarrollado la habilidad de reconocer sus sueños, intentaba pensar en el pasado más inmediato, y si no había, es que estaba soñando. Alguna vez le había dado coba a sus sueños, pero sólo si eran demasiado magníficos; la mayoría de las veces los rompía, lanzaba un grito y se desnudaba, sabía que en los sueños ni sentiría frío ni calor, le era prácticamente imposible cambiar los escenarios, pero eso alguna vez también lo había conseguido.

En esa ocasión hizo igual, lanzó el alarido y salió corriendo según se quitaba la ropa, es de suponer que lo hacía por rebeldía, por mofa y recochineo incluso. Paró uno de los coches de la carretera y sacó al conductor a empujones, empezó a conducir en dirección a la casa de su jefe. Llegó estrellándose contra la cocina, el coche y la casa sufrieron daños, pero él no, entró en la casa, toda la familia estaba asustada, se ahogaban por la inundación de miedo que se estaba empezando a producir en la casa.

El despertador sonó una vez más, Luis se vistió, salió, tomó el autobús, tomó el metro, tomó de nuevo el autobús y allí estaba, dispuesto a la tortura, entrando por las puertas de su trabajo. Su puesto era de poca importancia, y la empresa en la que trabajaba estaba especializada en las tecnologías de la información sin función aparente en el mundo. Luis trabajaba codo a codo con Andrés y Ana, sus jornadas eran duras y largas.

—Luis, ¿entonces confirmado lo de la fiesta en tu casa para este fin de semana? —Preguntaba Andrés sin quitar la vista de la pantalla mientras tecleaba en el ordenador. Luis no oía, tenía puesta la música, se percibía; al salir de los auriculares no sólo llegaba a sus oídos.
—Luis, te están hablando. —Ana le levantó el auricular derecho. Luis sonrió.
—¿Fiesta no? —Volvió a preguntar Andrés
—Fiesta sí. Ya te podrías apuntar tú también. —Se dirigía a Ana.
—No, a mí me van otras cosas…
—Más inteligentes, ¿no? —Luis insistía a su manera.
—Sí, por ejemplo. —Ahora era Ana quien no desviaba la vista de la pantalla.

A la hora de la comida bajaron los tres y en el ascensor Luis se acordó de que tenía que hacer una llamada. Ana tenía curiosidad, pero no dejó que se le notara.

—¿Carlos?, ¿puedes hablar? Vale, perfecto. Ya, bueno, entonces, ¿has dicho ya lo de la fiesta? No, no, todo bien, sólo que quería decirte…, esto… ¿has invitado a la hermana de Alba? Sí, sí, creo que sí, Helena se llamaba, ¿no? Va, si lo sé no te digo nada, yo era por dar más ambiente. Sí, ya se lo digo yo a Paco, que ese se apunta a todas. Bueno, da igual, si no le has dicho nada no pasa nada, tampoco es que haya ningún interés, es sólo que me había acordado. Que no, que no, otro día, cuando pensemos en una fiesta le dices a tu novia que invite a quien quiera y seguro que a su hermana se lo dice, bueno, y a quien sea, cuantos más seamos, pues mejor. Venga, luego nos vemos. Pues sí, imagínate, siempre igual, de trabajo hasta arriba. Eso, lo mismo digo. Venga, adiós. —Luis colgó y Andrés y Ana se le quedaron mirando. —¿Qué miráis? ¿Nunca habéis visto a una persona hablar por teléfono? ¡Tachán! Acabáis de ver a una persona hablando por teléfono, la experiencia de vuestras vidas.

El viernes llegó deprisa, tal y como se había deseado. Ya de noche Luis y Carlos se arreglaban, el baño se llenó de vapor de agua, el ambiente de colonias. Pronto el ambiente cambió, se llenó de palabras, de olvidos, de música, humo,… Todos empezaban a estar un poco bebidos. Luis estaba en un corrillo y de repente se subió a un sofá, se desequilibró un poco pero pronto se puso de pie encima del sofá, gesticulada, hacía como que lloraba con burla y de repente abrió los brazos, se tiró encima de los otros, acabaron los del corrillo por los suelos y con risas sin lugar a prisas.

Carlos parecía más sobrio y algo más preocupado tanto por su hermano como por las cuestiones y repercusiones de esa fiesta. Normalmente era al revés, el responsable solía ser Luis; esta vez, en cambio, Carlos se preocupaba oyendo las arcadas y vómitos en el baño, cuando de repente su hermano llegó por detrás, le abrazó el cuello y súbitamente le dio la vuelta.

—¿Te libraste ya del acné hermanito?
—Luis, ¿estás bien? —Le dijo algo serio.
—Perfectamente. —Se reía. —Siempre que bebo algo todo el mundo se mete conmigo, a lo mejor, sí, exteriorizo, pero estoy perfectamente. Seguro que has bebido tú más que ello, ¿eh?, ¿a que sí?
—Bueno, tú verás.

Luis se fue bailando hasta la otra punta del salón, haciéndose así hueco entre la gente. Llegó al final hasta un grupo de tres amigas, entró algo bruscamente al círculo.

—¿Me habíais llamado? —Preguntó pícaramente. Se rieron.
—Lo cierto es que no. —Dijo una. —Pero ya que estás saldremos de dudas. Nos estábamos preguntando si…
—¡Pues claro que sí! —Dijo esto abrazando con cada brazo a una de ellas y quedando de frente con la que le estaba hablando.
—¿Seguro que sí?
—Claro, ¿lo dudabas?
—Totalmente.
—¿Se puede saber de qué estáis hablando? —Preguntó la que estaba a su derecha.
—Pues sobre si la invito a mi habitación.
—Sobre si es gay.

Los dos hablaron a la vez y los cuatro se rieron.

—Creo que la respuesta para tu tema y para mi tema es no verbal. —Luis hablaba a gritos para que se le pudiera escuchar mínimamente.
—¿Cómo? No te he oído.

Luis se desprendió de las otras dos y besó a la que tenía en frente. Ella le devolvió el beso. Estaban empezando a apasionarse cuando él sintió un mareo. Se la llevó a un sofá que estaba libre y se siguieron apasionando, esta vez, recostados. Luis no pudo más con su mareo y paró. Su cara lo decía todo. Carlos se acercó.

—Luis, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien, déjame en paz. Déjame en paz, diviértete y déjame a mí en paz tío.

Carlos se fue y se sirvió algo. El estado de Luis iba a peor.

—Perdona, me ha debido sentar mal algo. —Le dijo a la chica mientras se levantaba e iba al baño.

Cuando salió no estaba allí ninguna de las tres chicas, se habían esfumado. Luis seguía destrozado por dentro, así que se fue a su cuarto y se tiró en la cama, deshizo la cama de mala manera y aún vestido se arropó con las mantas. A pesar del ruido, estaba tan mal que se durmió en seguida, dejó de oír ruidos sin saber que dejaba de oírlos, pronto sólo oía el sonido de los sueños. Se encontraba esta vez en una azotea, sentía vértigo y, tras pensarlo un poco, se dio cuenta de que era un sueño, iba a lanzar el alarido con actitud lacónica pero sintió que no podía salir sonido alguno de su voz, pensó que estaba atrapado, tremendamente atrapado. Se intento quitar la ropa pero tampoco hubo forma, al cabo de unos instantes ni siquiera podía moverse del sitio, no podía atravesar el aire, no podía separar el calzado del piso. Sintió también que le faltaba el aire, que no podía respirar, pero no dejaba de intentar gritar, sabía que estaba soñando y tenía la esperanza de que pudiera lanzar el grito que se oyera, que le despertase o que alertase a otros para que le despertasen.

De repente apareció una persona que se parecía bastante a usted, iba vestida de negro y le dijo:

—¿Has oído hablar del canibalismo? Te vamos a comer vivo.
—Es un sueño, es un sueño,… —Se repetía él mentalmente.
—No, en los sueños tú mandas, esto no es tu sueño, nos estamos comiendo ya tu cerebro, pronto te darás cuenta de que no puedes darte cuenta de nada más. La agonía que te asfixia ahora, no es nada. —La carcajada malvada hacía amagos de empezar.

Luis empezó entonces a gritar, consiguió gritar, no paraba de gritar, gritó hasta reventarse la garganta, gritaba tanto que asustaba a esa persona que se parecía bastante a usted, lloraba y gritaba, le empezó a salir sangre de la garganta por los gritos. Se despertó.

—Tranquilo, tranquilo, todo va a salir bien. —Oía una voz femenina.
—¿Qué? —Luis se incorporó, le dolía la cabeza.
—Estabas gritando y entré, nadie más te oía, la música está muy alta. Sólo ha sido un sueño. —Era Helena, la hermana de la novia de Carlos. Estaba sentada en la cama.
—¿Un sueño? No. —Se volvió a tumbar de golpe. —¿Viniste?
—Sí, me dijo tu hermano que me pasase, ya había quedado, pero más vale tarde que nunca.
—Estaba más animado antes, ahora hay menos movimiento.
—Da igual, ¿estás bien? Parecías muy alterado. Tal vez estés demasiado estresado, o tengas algún problema, o no tengas la conciencia tranquila.
—¿Cómo?
—Esa es la teoría. También puede ser que algo te haya sentado mal.
—¿Sabes mucho de los sueños? —Él lo dijo serio, ella sonrió.
—Lo que todos supongo, cultura general.
—Me ha pasado algo horrible, una persona de negro me ha paralizado, no podía moverme, ni hablar ni nada, me iba a morir y me iban a comer los de su tribu.
—Bueno, eso es una pesadilla. Todos hemos tenido alguna.
—Ya, pero yo no.
—¿A no?
—No, ¿y qué sabes de manejar los sueños?
—¿Manejar los sueños?
—Sí, darte cuenta que es un sueño y hacer lo que quieras. Algo así como un juego, pero con todas las opciones, no sólo con las que te dan los juegos normales. Es como vivir una vida sin consecuencias. No es que sea de lo más normal, pero le pasa a algunas personas. Yo… suelo hacerlo a menudo.
—Espera, ¿cómo sabes que estás soñando? ¿Y si crees que estás soñando y haces alguna locura?
—Yo sé cuando sueño, ahora por ejemplo sé que no estoy soñando.
—¿Por qué?
—Porque hay un pasado, me acuerdo de todo, un poco borroso, pero me acuerdo. Antes de dormirme estaba en la fiesta. Al menos tenía control, ahora…, el señor ese…
—¿El señor?
—El hombre ese me ha dicho que no voy a tener más control.
—Muy bien, como muy malo serás como los demás, tampoco es tan grave, ¿no?
—Me ha dicho que se iba a comer mi cerebro.
—Peor es lo mío, he venido a algo así como un gua-te-que de los que hacían nuestros padres donde no conozco a nadie, el baño está lleno de…, y estoy en la habitación de un tipo loco que cree que va a ser su vida una ruina porque acaba de tener una pesadilla.

Los dos se rieron.

—¿Quieres dar una vuelta? —Le preguntó Luis.
—Claro, como tú has estado durmiendo estás tan fresco, ¿no? No, es muy tarde, me tengo que ir ya.
—Bueno, te llevo a casa.

Helena no se negó y se marcharon juntos, salieron, se montaron en la moto de Luis y a los pocos minutos de salir, un camión se les cruzó, chocaron y Luis empezó a gritar como al principio.

Luis estaba tendido en la cama, era su cama, Helena le zarandeaba levemente, estaba agachada hacia él.

—Luis, despierta, despierta. —Le susurraba.

Luis empezó a entornar los ojos. Vio a Helena y no supo, sólo se lanzó hacia ella y la abrazo con un resoplido.

—Luis, ¿qué te pasa? —Le preguntó Helena riéndose. —¿Tan mal lo has pasado en sueños?
—¿Ha sido un sueño?
—Sí, sólo ha sido un sueño, un mal sueño, no pasa nada. —Luis se echó las manos a la cara. —Carlos me dijo que estabas aquí y pasé a ver, estabas dormido y te iba a dejar tranquilo, pero empezaste a gritar, luego te tranquilizaste y ahora gritabas otra vez, pero más fuerte. ¿Qué has soñado?
—Que nos moríamos.
—¿Todos? —Helena hablaba ahora con un gesto un poco más agrio.
—No, sólo tú y yo.
—¿Tú y yo?, ¿y por qué tú y yo?
—Mi sueño es un poco raro.
—Da igual, los sueños son incontrolables.
—Se ve que se me ha metido un sueño dentro de otro, podría estar soñando otra vez, seguramente sea así.
—Luis, sólo ha sido un sueño, ya está. Yo te aseguro que no estás soñando, yo soy real.
—Que digas tú precisamente eso lo hace todo más sospechoso. —Luis se estaba empezando a ponerse nervioso.
—Tranquilo. Es un sueño.
—¿Es un sueño esto? —Luis preguntaba sospechando en cada momento.
—¡No!, tú has tenido un sueño. Nada más.
—Está bien. Hay dos modos de comprobar si estoy o no soñando.
—¿Qué? ¿Por qué no lo dejas?, ¿y qué si es un sueño?, da igual, te despertarás después, ¿no?
—No, ya van dos y en el primero me dijeron que no iba a tener control. Es que el primero era una pesadilla de la que me despertaste tú.
—¿Yo?
—Sí, tú, la tú del segundo sueño. Bueno, o me tiro por la ventana, o… tengo sexo con alguien. Si me tiro por la ventana me despertaré, con lo otro también suelo despertar.
—Ya, muy ingenioso. No me cuentes cuántas veces hecho esto. Se me hace un poco tarde.
—Te equivocas, va, da igual, la segunda opción no me parecía viable, no soy de esos, necesito mínimo un poco de tiempo. Allá voy. —Se levantó de la cama y abrió la ventana.
—¿Estás loco?
—Adiós. —Luis se tiró, decidió no gritar. Efectivamente estaba soñando. Estaba en su cuarto, en la cama, sin abrir los ojos encendió la luz, los abrió con dificultad y allí estaba, Helena, en la puerta, mirándole. Le miraba con dulzura.
—Perdona, pero tengo que comprobar una cosa. —Luis se levantó de la cama y se dirigió hacia ella. —Tengo que comprobar que no estoy soñando. —La besó desenfrenadamente, y paró pensando que a su boca de había salido un sabor nuevo, el más fresco. Continuó.
—Desearías estar soñando de no ser porque estoy un poco…, he bebido mucho. —Helena se reía sin parar, sin dejar de abrazarle.

Luis no se despertó. El problema le vino en que le tomó un miedo inmenso al acto de dormir y mucho más al de despertar, siempre que se despertaba hacía todo lo posible por estar junto a Helena, le era necesario si no quería morirse probando por el otro método si todo era un sueño o no.

María Dolores Calabria Gallego (Villaviciosa de Odón, Madrid)

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