domingo, 24 de enero de 2010

Nos encontramos al límite

La lluvia caía provocando un fuerte y continuo estruendo sobre la chapa del coche que cruzaba a toda velocidad aquella carretera maltrecha, salpicando los arbustos que había a cada lado. Un relámpago iluminó una señal semioculta entre los árboles, aunque suficientemente visible para ver el límite de velocidad que marcaba; exactamente 30 km/h. El conductor, sin embargo, no prestó atención. Toda su mente la ocupaba la llamada urgente que acababa de recibir y las palabras se agolpaban en su cerebro sin cesar.

-¿Diga?- Fue una voz temblorosa la que contestaba al otro lado del teléfono.
-S-soy yo… es ella, la he e-enco-contrado…
A pesar del temblor de su voz el hombre pudo reconocer a la mujer que se ocupaba de la limpieza de su casa. El balbuceo de su sirvienta no auguraba nada bueno y un mal presentimiento se apoderó del conductor.
-Cálmate por favor, no te entiendo nada… ¿Qué es lo que ha ocurrido?- Él procuraba controlar su voz con la intención de tranquilizar a la mujer, pero el nerviosismo que ahora sentía le hacía aquella tarea casi imposible. A pesar de todo la mujer consiguió controlar su voz lo suficiente para aclararle a su señor lo que ocurría.
-Verá, señor… es ella, cuando llegué había un gran charco de sangre y…
-¡¿Qué?! Pero… ¿Está bien?
-Se-señor… se la han llevado al Hospital General pero…

Fue entonces cuando colgó el teléfono. No necesitaba saber nada más por el momento. Agarró con firmeza el volante y apretó el acelerador al límite.


Un nuevo relámpago, como un aviso, una nueva oportunidad para fijarse en aquella señal cada vez más cercana. Pero era imposible, solo tenía tiempo para pensar en ella. No era posible que fuera… No. Le había dado todas las comodidades, todo lo necesario para asegurar su bienestar y aun no había llegado la hora. En ese preciso instante otro relámpago cruzó el cielo cegando al conductor. No pudo evitar un volantazo en un vano intento de esquivar algo que no había y la nada lo alcanzó.


Al mismo tiempo, a varios km de aquella señal dos hombres con uniformes esterilizados intercambiaban una mirada sombría. Uno de ellos lanzó una rápida mirada al monitor y la volvió a su compañero con un gesto negativo de cabeza. Este último bajó la mirada al bulto ensangrentado entre sus brazos, inmóvil.


La mujer del conductor había muerto sobre la camilla del quirófano, tras haber perdido sangre hasta llegar al límite. El pequeño bulto informe que sujetaba uno de los médicos no había llegado si quiera a dar una bocanada de oxígeno, sus pulmones maltrechos intentaron respirar al límite. A su vez, el esposo y padre había muerto en el acto tras estrellar el coche contra un árbol, nada más haber pasado la señal, conduciendo al límite. Ninguno tuvo la oportunidad de ver al otro en vida aquel día, pero llegaron juntos al límite, y allí se encontrarían una vez más. Al límite.


Carolina Aparicio Merideño (Valencia)

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