“La belleza es una adecuación entre la naturaleza y la época.”
M. L.
Hay cosas que he tardado años en aprender. Situaciones increíbles y comportamientos sorprendentes que solo gracias al paso del tiempo he conseguido entender.
Se ha dicho muchas veces, y de mejor forma que esta, que la noche es diferente. Es lo más parecido a un universo paralelo que podemos conocer, y precisamente por eso nos atrae y nos sumergimos en ella. Con la simple puesta del sol las personas y las ciudades se transforman, mudan.
El obrero descuidado y tímido se acicala con esmero y sonríe desvergonzado a las mujeres que pasan a su lado. Y un callejón vacío y sin atractivo se descubre al avanzar la madrugada como una babel de experiencias.
Hasta cierto punto se podría pensar que es un contrapeso del mundo ordinario, el que vive bajo los rayos del astro rey. Pero no es para nada así, las reglas que marcan el comportamiento y los modos del ser humano no cambian del todo, pues no pueden dejar de ser hombres; si acaso, tal vez se disimula, se magnifica o se empequeñece. Lo mismo que un local puede parecer más grande o más pequeño con conectar solo unas luces.
Una mujer, hermosa, de amplia sonrisa, ojos luminosos y melena larga; favorecida por unas proporciones lo más aproximadas al canon de belleza del momento, una criatura así logra sin esfuerzo el favor de las personas que la rodean, y no solo de los hombres en concreto.
Al realizar un trabajo, al ser atendido en una tienda o al cruzarse con un vecino, ella siempre es tratada con deferencia casi involuntaria por todo el mundo. Casi, porque la belleza es visible, mensurable y apreciable, pero también por un sentimiento de alegría y entusiasmo por compartir en parte ese regalo divino que es la hermosura.
Para este tipo de mujeres la noche es una prolongación del día. Lo mismo que para un árbol o para un animal. No existe cambio alguno en su relación con el entorno. Ellas no tienen que transformarse, no tiene que resultar más atractivas a los ojos de los demás. No como el resto, que no goza de sus mismos dones y tiene que esmerarse por recrear una apariencia externa que no es real, y que le ha de servir hasta el amanecer para disfrutar de una existencia paralela y más plena.
Ni tampoco tienen por qué modificar su apariencia interior. Forzar unos usos que no son los habituales en ellas. Mudar de gestos, de actitudes, incluso de pensamientos y opiniones para mostrarse más atractivas a los que las escuchen.
Pero esas mujeres tan hermosas no tiene por qué cambiar en nada, son guapas y sonríen, ya no han de preocuparse por nada más.
Conozco a un par de esas mujeres y siempre me han sorprendido. No solo las he mirado y admirado, y he reído con torpeza sus alegres y encantadoras palabras, sino que también me han hecho dudar de si lo que veía no era un espejismo. Había algo que no quedaba despejado en la ecuación, y solo al envejecer he descubierto al fin que sencillamente no había nada que despejar.
Para mí la vida siempre ha tenido un componente mágico, casi podría decirse. Las cosas no son del todo como las vemos y podemos entender que son.
Yo estaba en el lado del no. No soy guapo, no soy listo, no tengo dinero y no pude conseguir las cosas sin sudar. Y veía en mi juventud que las personas del grupo que no eran como yo podían obtener lo que querían, incluso ni lo que llegaba a desear de hecho, sin ninguna molestia por su parte.
Aun guardo cierta amistad con una de esas mujeres que no son como yo. Y hasta hacer muy poco no había entendido cómo había desarrollado su vida, no había llegado tan lejos como parecía que llegaría sencillamente dejándose llevar. Era un misterio extraño y atrayente para mí, hasta que no conocí en los últimos años a otro par de esas mujeres hermosas.
Concretamente comencé a descubrir que no había tal misterio cuando vi a una de esas mujeres con su hija.
Entre las dos se llevaban muy poca diferencia, la madre todavía era una mujer tan bella que parecía más joven que la hija. He aquí un punto que me interesó. El otro punto era que dicha hija era rematadamente fea. ¿Por qué una mujer joven y bonita quería tener una hija a temprana edad y con tal hombre como para que el resultado fuera como el que era?
La primera mujer a la que me refería formó parte del grupo heterogéneo de personas con el que me relacioné durante mi juventud. Del mismo modo ahora también es madre, cuando yo ni siquiera me planteo el tener descendencia.
Sin haberlo pensado del todo, continua siendo en gran medida la misma mujer hermosa que conocía hace muchos años. Una mujer sencilla y alegre, sin complicaciones que atormenten su vida en exceso.
Para todo el mundo era agradable aceptar sus caprichos casi infantiles. Parecía que los bares y los pubs, que formaban la geografía de su noche, estaban diseñados para su lucimiento. La oscuridad calculada la estilizaba los rasgos, y si un haz de luz caía sobre ella era solo para hacer que todos los hombres la mirásemos con deseo. Era invitada a tomar lo que quisiera, a ser llevada a cualquier lugar interesante de la ciudad. Hablaba con quien le apetecía y solo cuando ella quería.
Yo la observaba admirado desde fuera, desde el otro lado del círculo que separa a los que no entran en el mercado de la belleza. Creían que su vida era maravillosa, que cualquiera se cambiaría por ella sin dudar. Pensaba que con el tiempo acabaría por relacionarse solo con gente importante: empresarios, políticos, artistas, deportistas; todos aquellos que forman la diversa cúspide de nuestra sociedad.
Los viajes interminables por el extranjero, los lujos y una vida despreocupada sin fin, era lo que se podía presagiar de cualquier mujer como ella.
Cuando la noche acababa su vida continuaba con la misma facilidad para ella, pero de una forma muy diferente a lo que podría haber sucedido. Todo lo que poseía lo había obtenido en gran parte gracias a su belleza, pero lo que en realidad tenía era un trabajo en una pequeña fábrica, o como dependiente o como camarera, y una vida limitada en una casa de un barrio casi marginal.
Para ella eso no suponía ninguna contradicción ni ningún pesar. No había sufrido nada para tener eso y además no deseaba nada más que esa vida suya; era lo más parecido a la felicidad que se podía imaginar.
Los anos pasaron para ella así. De pareja en pareja, de trabajo en trabajo, mientras que los que la conocíamos estudiando y trabajando en ocupaciones humillantes y mal pagadas, soñando con que eso se acabaría algún día de alguna forma. Que la felicidad llegaría el próximo año, o el siguiente.
Pero a estas mujeres les llega un momento en su vida que hace decir a los que las conocen: qué es lo que la pasa.
Ese momento no suele llegar demasiado tarde, puede que a algunas no les llegue, pero hay un día en el que se encaprichan de alguien que no parece hecho para ella. Pero ella parece increíblemente más feliz que nunca, por no hablar de lo sorprendentemente afortunado que se siente el receptáculo de su favor.
Este paso es muy breve en el cambio que la afecta. Más de repente, un día anuncia que está embarazada. Feliz, henchida de instinto maternal. Algo que hace parpadear con estrépito a quienes han asistido a su disoluta y catastrófica vida sentimental.
Lógicamente aquel muchacho anodino se acaba convirtiendo en marido y padre de manera fulminante. Sin saber muy bien qué es lo que ha sucedido.
Desde ese momento a esa mujer, sin duda todavía más bella por la influencia del estado de preñez, todo lo que no sea relacionado con el hijo que ha de tener no la interesa. Ha perdido el interés, la curiosidad si quiera, por la noche, la música, por el sudor al bailar, por los hombres que la miran y desean o por satisfacer deseos infantiles y encantadores.
Todo lo mundano desaparece sin duelo. Y yo que aun con una pierna rota he bajado cojeando hasta el bar más próximo.
Como el estilo de vida responsable, que ahora lleva, no se asemeja al de los que no dejamos de pelearnos con la vida, se acaba por perder el contacto. Pues al libertino le desagradan las conversaciones en las que aparece la palabra biberón.
Pasa el tiempo y un día vuelves a ver a esa mujer joven tan hermosa y que ahora es una belleza madura. Y se descubre con pasmo que es una orgullosa madre y esposa, es más, adviertes con perplejidad que se parece cada vez más a su propia madre. Pero no se puede dejar de compara esta apariencia nueva con la de la antigua mujer fatal.
Enfrentas a la mujer de tus recuerdos con la que tienes delante, y te asombras al comprobar que aquel torbellino que parecía no tener límites, que parecía que el mundo iba a ser un mero juguete para ella, se ha tenido que conformar con un discreto papel de esposa y madre ejemplar.
Es algo raro, extraño y en parte desconcertante. Pero lo dejas ahí. Piensas que es tan solo otro proyecto más que se frustra, otros tantos como el tuyo propio.
Pasan los años y te invitan al cumpleaños de sus hijos, en el que apareces cada vez más mayor y sin descendencia propia, y terminas por acostumbrarte.
Pero el propio paso de los años da experiencia, ya que no sabiduría. Acabas por conocer a otras mujeres bellas que, casualmente, también han tenido hijos siendo muy jóvenes, y piensas que todo tiene que tener una razón. Esas mujeres parecen demasiado conscientes, demasiado determinadas en sus convicciones, como para que una noche loca o el azar hayan podido derrumbar sus proyectos de más altura.
No recuerdo qué fue exactamente lo que me delató el error, supongo que el descubrir con modestia que no conozco tan bien a las personas como creo. Comencé a pensar por qué iba yo a conocer mejor los planes de futuro de una mujer que ella misma. Resultaba presuntuoso por mi parte no necesitar de una conversación sincera para poder asegurar: tu vida está destinada a la fama y al oropel.
El error no tenía por qué ser solo mío. Todos los que hemos tenido cerca a una mujer así hemos pensado alguna vez que no somos dignos de estar a su lado, que nos viene grande. Que la noche es hermosamente anárquica y que por eso gozamos de su cercanía. Pero el paso del tiempo demostraba que había un error; no eran ellas las que estaban muy arriba, éramos el resto los que nos creíamos abajo al creer no poseer su atractivo.
Este razonamiento conducía a otro por su propio peso: si yo soy torpe al enjuiciar sus preferencias, por fuerza ellas no han de ser tan descuidadas como para no controlar su vida y decidir de quien y cuando se quedan embarazadas.
Se puede resumir en una frase desagradable y gráfica: las chicas guapas sí saber porque abren las piernas.
Solo ahora, cuando los años me pesan, cuando la noche es un recuerdo dorado, he llegado a entender un poco. La noche y el día no tienen ninguna diferencia, solo aquel que se esconde, que quiere huir de algo que tiene dentro, la usa como una vida virtual en la que tratar de llegar a ser como se desearía, pero sin lograrlo obviamente.
En cambio para las ungidas con el atractivo y la belleza, la noche es una prolongación en su vida, pues la mayoría no huye de nada.
El deseo de esta mujer era ser una buena madre, como lo aprendió a valorar en su propia madre. Tal vez su hermosura la llevó por caminos enrevesados a veces, pero la verdad es que logró satisfacer su deseo rápidamente. Ahora es lo que quiso ser.
En cambio yo, que aspiraba a tanto, no me di ni cuenta de que lo que no me dejaba despegar del suelo era algo más profundo que mi torpeza y mi fealdad. Esa es solo la lección con la que se llega a la vejez, y que se aprende cuando no tenemos voluntad ni intención para rectificar. O es que tal vez nunca la hemos tenido.
Alejandro Ruiz (Valladolid)
Se ha dicho muchas veces, y de mejor forma que esta, que la noche es diferente. Es lo más parecido a un universo paralelo que podemos conocer, y precisamente por eso nos atrae y nos sumergimos en ella. Con la simple puesta del sol las personas y las ciudades se transforman, mudan.
El obrero descuidado y tímido se acicala con esmero y sonríe desvergonzado a las mujeres que pasan a su lado. Y un callejón vacío y sin atractivo se descubre al avanzar la madrugada como una babel de experiencias.
Hasta cierto punto se podría pensar que es un contrapeso del mundo ordinario, el que vive bajo los rayos del astro rey. Pero no es para nada así, las reglas que marcan el comportamiento y los modos del ser humano no cambian del todo, pues no pueden dejar de ser hombres; si acaso, tal vez se disimula, se magnifica o se empequeñece. Lo mismo que un local puede parecer más grande o más pequeño con conectar solo unas luces.
Una mujer, hermosa, de amplia sonrisa, ojos luminosos y melena larga; favorecida por unas proporciones lo más aproximadas al canon de belleza del momento, una criatura así logra sin esfuerzo el favor de las personas que la rodean, y no solo de los hombres en concreto.
Al realizar un trabajo, al ser atendido en una tienda o al cruzarse con un vecino, ella siempre es tratada con deferencia casi involuntaria por todo el mundo. Casi, porque la belleza es visible, mensurable y apreciable, pero también por un sentimiento de alegría y entusiasmo por compartir en parte ese regalo divino que es la hermosura.
Para este tipo de mujeres la noche es una prolongación del día. Lo mismo que para un árbol o para un animal. No existe cambio alguno en su relación con el entorno. Ellas no tienen que transformarse, no tiene que resultar más atractivas a los ojos de los demás. No como el resto, que no goza de sus mismos dones y tiene que esmerarse por recrear una apariencia externa que no es real, y que le ha de servir hasta el amanecer para disfrutar de una existencia paralela y más plena.
Ni tampoco tienen por qué modificar su apariencia interior. Forzar unos usos que no son los habituales en ellas. Mudar de gestos, de actitudes, incluso de pensamientos y opiniones para mostrarse más atractivas a los que las escuchen.
Pero esas mujeres tan hermosas no tiene por qué cambiar en nada, son guapas y sonríen, ya no han de preocuparse por nada más.
Conozco a un par de esas mujeres y siempre me han sorprendido. No solo las he mirado y admirado, y he reído con torpeza sus alegres y encantadoras palabras, sino que también me han hecho dudar de si lo que veía no era un espejismo. Había algo que no quedaba despejado en la ecuación, y solo al envejecer he descubierto al fin que sencillamente no había nada que despejar.
Para mí la vida siempre ha tenido un componente mágico, casi podría decirse. Las cosas no son del todo como las vemos y podemos entender que son.
Yo estaba en el lado del no. No soy guapo, no soy listo, no tengo dinero y no pude conseguir las cosas sin sudar. Y veía en mi juventud que las personas del grupo que no eran como yo podían obtener lo que querían, incluso ni lo que llegaba a desear de hecho, sin ninguna molestia por su parte.
Aun guardo cierta amistad con una de esas mujeres que no son como yo. Y hasta hacer muy poco no había entendido cómo había desarrollado su vida, no había llegado tan lejos como parecía que llegaría sencillamente dejándose llevar. Era un misterio extraño y atrayente para mí, hasta que no conocí en los últimos años a otro par de esas mujeres hermosas.
Concretamente comencé a descubrir que no había tal misterio cuando vi a una de esas mujeres con su hija.
Entre las dos se llevaban muy poca diferencia, la madre todavía era una mujer tan bella que parecía más joven que la hija. He aquí un punto que me interesó. El otro punto era que dicha hija era rematadamente fea. ¿Por qué una mujer joven y bonita quería tener una hija a temprana edad y con tal hombre como para que el resultado fuera como el que era?
La primera mujer a la que me refería formó parte del grupo heterogéneo de personas con el que me relacioné durante mi juventud. Del mismo modo ahora también es madre, cuando yo ni siquiera me planteo el tener descendencia.
Sin haberlo pensado del todo, continua siendo en gran medida la misma mujer hermosa que conocía hace muchos años. Una mujer sencilla y alegre, sin complicaciones que atormenten su vida en exceso.
Para todo el mundo era agradable aceptar sus caprichos casi infantiles. Parecía que los bares y los pubs, que formaban la geografía de su noche, estaban diseñados para su lucimiento. La oscuridad calculada la estilizaba los rasgos, y si un haz de luz caía sobre ella era solo para hacer que todos los hombres la mirásemos con deseo. Era invitada a tomar lo que quisiera, a ser llevada a cualquier lugar interesante de la ciudad. Hablaba con quien le apetecía y solo cuando ella quería.
Yo la observaba admirado desde fuera, desde el otro lado del círculo que separa a los que no entran en el mercado de la belleza. Creían que su vida era maravillosa, que cualquiera se cambiaría por ella sin dudar. Pensaba que con el tiempo acabaría por relacionarse solo con gente importante: empresarios, políticos, artistas, deportistas; todos aquellos que forman la diversa cúspide de nuestra sociedad.
Los viajes interminables por el extranjero, los lujos y una vida despreocupada sin fin, era lo que se podía presagiar de cualquier mujer como ella.
Cuando la noche acababa su vida continuaba con la misma facilidad para ella, pero de una forma muy diferente a lo que podría haber sucedido. Todo lo que poseía lo había obtenido en gran parte gracias a su belleza, pero lo que en realidad tenía era un trabajo en una pequeña fábrica, o como dependiente o como camarera, y una vida limitada en una casa de un barrio casi marginal.
Para ella eso no suponía ninguna contradicción ni ningún pesar. No había sufrido nada para tener eso y además no deseaba nada más que esa vida suya; era lo más parecido a la felicidad que se podía imaginar.
Los anos pasaron para ella así. De pareja en pareja, de trabajo en trabajo, mientras que los que la conocíamos estudiando y trabajando en ocupaciones humillantes y mal pagadas, soñando con que eso se acabaría algún día de alguna forma. Que la felicidad llegaría el próximo año, o el siguiente.
Pero a estas mujeres les llega un momento en su vida que hace decir a los que las conocen: qué es lo que la pasa.
Ese momento no suele llegar demasiado tarde, puede que a algunas no les llegue, pero hay un día en el que se encaprichan de alguien que no parece hecho para ella. Pero ella parece increíblemente más feliz que nunca, por no hablar de lo sorprendentemente afortunado que se siente el receptáculo de su favor.
Este paso es muy breve en el cambio que la afecta. Más de repente, un día anuncia que está embarazada. Feliz, henchida de instinto maternal. Algo que hace parpadear con estrépito a quienes han asistido a su disoluta y catastrófica vida sentimental.
Lógicamente aquel muchacho anodino se acaba convirtiendo en marido y padre de manera fulminante. Sin saber muy bien qué es lo que ha sucedido.
Desde ese momento a esa mujer, sin duda todavía más bella por la influencia del estado de preñez, todo lo que no sea relacionado con el hijo que ha de tener no la interesa. Ha perdido el interés, la curiosidad si quiera, por la noche, la música, por el sudor al bailar, por los hombres que la miran y desean o por satisfacer deseos infantiles y encantadores.
Todo lo mundano desaparece sin duelo. Y yo que aun con una pierna rota he bajado cojeando hasta el bar más próximo.
Como el estilo de vida responsable, que ahora lleva, no se asemeja al de los que no dejamos de pelearnos con la vida, se acaba por perder el contacto. Pues al libertino le desagradan las conversaciones en las que aparece la palabra biberón.
Pasa el tiempo y un día vuelves a ver a esa mujer joven tan hermosa y que ahora es una belleza madura. Y se descubre con pasmo que es una orgullosa madre y esposa, es más, adviertes con perplejidad que se parece cada vez más a su propia madre. Pero no se puede dejar de compara esta apariencia nueva con la de la antigua mujer fatal.
Enfrentas a la mujer de tus recuerdos con la que tienes delante, y te asombras al comprobar que aquel torbellino que parecía no tener límites, que parecía que el mundo iba a ser un mero juguete para ella, se ha tenido que conformar con un discreto papel de esposa y madre ejemplar.
Es algo raro, extraño y en parte desconcertante. Pero lo dejas ahí. Piensas que es tan solo otro proyecto más que se frustra, otros tantos como el tuyo propio.
Pasan los años y te invitan al cumpleaños de sus hijos, en el que apareces cada vez más mayor y sin descendencia propia, y terminas por acostumbrarte.
Pero el propio paso de los años da experiencia, ya que no sabiduría. Acabas por conocer a otras mujeres bellas que, casualmente, también han tenido hijos siendo muy jóvenes, y piensas que todo tiene que tener una razón. Esas mujeres parecen demasiado conscientes, demasiado determinadas en sus convicciones, como para que una noche loca o el azar hayan podido derrumbar sus proyectos de más altura.
No recuerdo qué fue exactamente lo que me delató el error, supongo que el descubrir con modestia que no conozco tan bien a las personas como creo. Comencé a pensar por qué iba yo a conocer mejor los planes de futuro de una mujer que ella misma. Resultaba presuntuoso por mi parte no necesitar de una conversación sincera para poder asegurar: tu vida está destinada a la fama y al oropel.
El error no tenía por qué ser solo mío. Todos los que hemos tenido cerca a una mujer así hemos pensado alguna vez que no somos dignos de estar a su lado, que nos viene grande. Que la noche es hermosamente anárquica y que por eso gozamos de su cercanía. Pero el paso del tiempo demostraba que había un error; no eran ellas las que estaban muy arriba, éramos el resto los que nos creíamos abajo al creer no poseer su atractivo.
Este razonamiento conducía a otro por su propio peso: si yo soy torpe al enjuiciar sus preferencias, por fuerza ellas no han de ser tan descuidadas como para no controlar su vida y decidir de quien y cuando se quedan embarazadas.
Se puede resumir en una frase desagradable y gráfica: las chicas guapas sí saber porque abren las piernas.
Solo ahora, cuando los años me pesan, cuando la noche es un recuerdo dorado, he llegado a entender un poco. La noche y el día no tienen ninguna diferencia, solo aquel que se esconde, que quiere huir de algo que tiene dentro, la usa como una vida virtual en la que tratar de llegar a ser como se desearía, pero sin lograrlo obviamente.
En cambio para las ungidas con el atractivo y la belleza, la noche es una prolongación en su vida, pues la mayoría no huye de nada.
El deseo de esta mujer era ser una buena madre, como lo aprendió a valorar en su propia madre. Tal vez su hermosura la llevó por caminos enrevesados a veces, pero la verdad es que logró satisfacer su deseo rápidamente. Ahora es lo que quiso ser.
En cambio yo, que aspiraba a tanto, no me di ni cuenta de que lo que no me dejaba despegar del suelo era algo más profundo que mi torpeza y mi fealdad. Esa es solo la lección con la que se llega a la vejez, y que se aprende cuando no tenemos voluntad ni intención para rectificar. O es que tal vez nunca la hemos tenido.
Alejandro Ruiz (Valladolid)
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