Llevo muchos años esperando encontrarte, quisiera ver tus ojos brujos atravesando el resplandor de la playa, sin querer pienso en tus ojos de ataúdes, en ese espesor negro de tus pupilas acuáticas, de tus pestañas imprescindibles, que siempre se sumergen en mis adentros sin permiso, dejando en evidencia a mi pobre alma estúpida de amor, tan enervada de deseos que hasta se me inflamaban las mejillas de candores pasados.
Son tres años en esta tierra de tus ausencias, puedo oír a lo lejos tus silencios, la voz suave de tu garganta de aguacero, cierro los ojos y entonces sueño con tu lisura, con las noches a la intemperie amándonos al resguardo de una habitación de tierra, soportada por los gruesos cimientos de nuestros suspiros amantes. Todo era perfecto en ese paraíso de arena. Pero entonces llego el hambre y se ciño pronto a nuestros estómagos, nos apretó el corazón y comenzamos a ambicionar lo que no teníamos, a respirarnos el aire de los otros, a comernos el pan a medias; yo me conformaba con la taza de té y tus ojos. Pero tú querías mas, ese resplandor del otro lado del mar te narcotizaba las esperanzas, llegaba hasta aquí el salitre de Europa traído como en alas de los pájaros peregrinos.
Vendiste todo por ese viaje al incierto, yo me agarre a tu cuerpo alto como una enredadera, como la hiedra quise incrustarme en tus pasos pero me cortaste de un solo golpe de navaja, llenando de promesas mis bolsillos agujereados.
Un tarde gris decidiste irte a buscar ese resplandor, no llovía en el cielo pero si en mi alma lánguida, emigraste como emigran los pájaros, yo era como un animalito de dientes grandes que se busca la vida tan feamente desgarrada que hasta los fantasmas de nuestros ancestros se avergonzaban de mi nombre, a falta de noticias tuyas busque, recorrí aquella costa buscando tu rastro, la huella petrificada de tu pie a la orilla del mar, parada como una tabla herida por la sal inclemente de las olas del estrecho, te espere, te sigo esperando, así supe de lo duro que es la vida del otro lado, ahí donde seguramente estas, aturdido por las luces de gigantes de hormigón, despreciado por el color de tu piel de ámbar, expulsado de los ojos claros, marcado a hierro como bestia clandestina.
Ya son tres años y no dejo de maldecir ese día en que se apago mi cielo, no espero de ti el primer envió de dinero o el papel que prolongue el permiso de permanecer en un lugar que no te pertenece, sigo como siempre conformándome con la callada sonrisa o la caricia escondida a mi corazón de nube. Pero tú no estás, no está ni tu sombra bogando despavorida entre el agua extraterrestre, por este lado del mundo duele la ausencia de los náufragos, se escucha el rumor de los que han perecido en el intento, me tortura ese ruido, pensar si quiera que tu cuerpo duro se halle desecho en lo profundo, donde no hay luz tan solo el eco de la ausencia, con el frio a mis espaldas acuchillándome, susurrando que eres un pobre inmigrante.
Llevo muchos años esperándote, quisiera ver por lo menos tus ojos condenados a muerte.
Tania Daniela Salazar Morales (Madrigal de la Vera, Caceres)
Son tres años en esta tierra de tus ausencias, puedo oír a lo lejos tus silencios, la voz suave de tu garganta de aguacero, cierro los ojos y entonces sueño con tu lisura, con las noches a la intemperie amándonos al resguardo de una habitación de tierra, soportada por los gruesos cimientos de nuestros suspiros amantes. Todo era perfecto en ese paraíso de arena. Pero entonces llego el hambre y se ciño pronto a nuestros estómagos, nos apretó el corazón y comenzamos a ambicionar lo que no teníamos, a respirarnos el aire de los otros, a comernos el pan a medias; yo me conformaba con la taza de té y tus ojos. Pero tú querías mas, ese resplandor del otro lado del mar te narcotizaba las esperanzas, llegaba hasta aquí el salitre de Europa traído como en alas de los pájaros peregrinos.
Vendiste todo por ese viaje al incierto, yo me agarre a tu cuerpo alto como una enredadera, como la hiedra quise incrustarme en tus pasos pero me cortaste de un solo golpe de navaja, llenando de promesas mis bolsillos agujereados.
Un tarde gris decidiste irte a buscar ese resplandor, no llovía en el cielo pero si en mi alma lánguida, emigraste como emigran los pájaros, yo era como un animalito de dientes grandes que se busca la vida tan feamente desgarrada que hasta los fantasmas de nuestros ancestros se avergonzaban de mi nombre, a falta de noticias tuyas busque, recorrí aquella costa buscando tu rastro, la huella petrificada de tu pie a la orilla del mar, parada como una tabla herida por la sal inclemente de las olas del estrecho, te espere, te sigo esperando, así supe de lo duro que es la vida del otro lado, ahí donde seguramente estas, aturdido por las luces de gigantes de hormigón, despreciado por el color de tu piel de ámbar, expulsado de los ojos claros, marcado a hierro como bestia clandestina.
Ya son tres años y no dejo de maldecir ese día en que se apago mi cielo, no espero de ti el primer envió de dinero o el papel que prolongue el permiso de permanecer en un lugar que no te pertenece, sigo como siempre conformándome con la callada sonrisa o la caricia escondida a mi corazón de nube. Pero tú no estás, no está ni tu sombra bogando despavorida entre el agua extraterrestre, por este lado del mundo duele la ausencia de los náufragos, se escucha el rumor de los que han perecido en el intento, me tortura ese ruido, pensar si quiera que tu cuerpo duro se halle desecho en lo profundo, donde no hay luz tan solo el eco de la ausencia, con el frio a mis espaldas acuchillándome, susurrando que eres un pobre inmigrante.
Llevo muchos años esperándote, quisiera ver por lo menos tus ojos condenados a muerte.
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